Estos días hablo en clase de las costumbres funerarias romanas. Me gusta compararlas con las nuestras y en esto, amigos, siento decir que tampoco hemos cambiado gran cosa. Llegado el momento, y para estupefacción de mis alumnos, enseñé algunas de esas lápidas en las que la gente hoy pone la foto del difunto.
Retrocediendo mucho en el tiempo, es lo mismo que hizo Cornelia Gala con su marido. Nos lo cuenta en esta inscripción en verso:
‘Aquí yace Vario, de nombre Frontoniano. Lo enterró su dulce esposa. Para evocar los dulces placeres de la vida pasada mandó grabar su rostro, sus ojos y su alma en mármol, para que por mucho tiempo pudiera saciarse de su querida imagen. Su contemplación la aliviará pues esta prueba palpable de su amor se guarda en su pecho con la dulzura de su corazón incapaz de olvidar y no podrá, con un olvido fácil, desaparecer de sus labios, sino que mientras viva, su marido llenará todo su corazón.’
Para un romano era muy importante seguir siendo recordado tras la muerte. Igual que los difuntos en la película Coco, ellos seguían vivos mientras alguien les rememorase. Cornelia quería tener presente la imagen de su marido, no solo para sentir que aún quedaba un poco de él en este mundo, sino para que su recuerdo nunca muriera.
Lo que nos mueve a nosotros a poner la foto de nuestros muertos en las lápidas es el mismo principio: recordar tal como era a alguien que ya no está, perpetuando así su memoria a través de los años y regalándole una vida eterna.
La inscripción es del siglo II d. C. y se encontró en Haïdra (Túnez).
Bibliografía: CIL VIII, 434, CLE 480.