Lejos del tipo de periodismo que Blanco había llevado a cabo con El Español, Ackermann pretendía que la publicación “no tomara partido político o religioso”, una “previsión comprensible”, teniendo en cuenta que Blanco era en esos momentos anglicano y su público católico, y la finalidad de esta revista se centraba en lo comercial. Pero esto terminó siendo imposible para Blanco, incluyendo artículos sobre la soberanía de los pueblos o la situación comercial hispanoamericana, por lo que acabó abandonando la publicación, siendo sustituido en 1825 por otro andaluz al que ya nos hemos referido antes, José Joaquín de Mora (Ruiz Acosta, 2016, pp. 218-219).
Mora (Cádiz, 1783-Madrid, 1864) había trabado amistad con Blanco durante su exilio en Londres en los primeros años del Sexenio Absolutista, habiendo estado anteriormente preso en Francia durante la Guerra de la Independencia. A su regreso a España, en 1817, fundaría la ya citada Crónica científica y literaria, donde aparece por primera vez en España, en el número fechado a 26 de junio de 1818, el término “romántico” en alusión al movimiento literario decimonónico. La referencia se relacionaría con la polémica sobre Calderón de la Barca y Friedrich Schlegel que mantuvieron Mora y su amigo también gaditano Antonio Alcalá Galiano, por aquel entonces redactor de este periódico y que como joven liberal exaltado sería otra de las ilustres figuras de la emigración londinense, con el reaccionario monárquico Juan Nicolás Böhl de Faber (padre de Cecilia, más conocida en el ámbito periodístico-literario como Fernán Caballero), quien defenderá sus tesis político-literarias de un romanticismo alemán vinculado al absolutismo desde el Diario Mercantil de Cadiz (1802-1814, con una segunda etapa a partir de 1816).
La discusión, más allá de las diferencias literarias, llegaría pues a un enfrentamiento político con los liberales neoclásicos que más tarde se convertirían en fervorosos románticos aunque, eso sí, sin renunciar a su ideología liberal. Mora, amigo además del ya señalado Martínez de la Rosa, contaba asimismo con la amplia experiencia periodística que había adquirido durante el Trienio Liberal, en títulos como el exaltado comunero y efímero El Eco de Padilla (de agosto a diciembre de 1821). Con la restauración absolutista en 1823 retomó su exilio en Londres, incorporándose a Variedades y dirigiendo otros proyectos periodísticos de Ackermann, como el Museo Universal de Ciencias y Artes (1824-1826), del que él era el único redactor y que nació como complemento de Variedades en materias científicas y artísticas, en las que destacaban sus ilustraciones, pero en el que no faltará una amplia y variada propaganda del liberalismo inglés, al resaltar, por ejemplo, en el artículo “Puente de Waterloo” como causa del progreso “las leyes justas”, fruto de “la libertad bien entendida, la tolerancia religiosa”, así como “el verdadero patriotismo” (1825, pp. 129-130).