Ideológicamente, Lafont se identificaba con los valores de la izquierda política y colaboraba en la Sección Francesa de la Internacional Obrera. Los documentos que nos hablan de su personalidad (las memorias de Insúa, con quien compartía una relación estrecha, y una correspondencia con Marcelino Domingo, ministro de la Segunda República) revelan un carácter tenaz y una comunicación vehemente. Así pues, imaginamos a Lafont como una mujer que, según diría Mary Wollstonecraft, tenía poder sobre sí misma.
Durante los primeros años de la década de 1930, Lafont se encontraba en París. Su padre había fallecido y ella había vuelto a Francia para cuidar a su madre. A pesar de su trayectoria profesional, fue un periodo de precariedad para la escritora, quien, a duras penas, trataba de subsistir gracias al periodismo o la propaganda. Las últimas cartas de Lafont para Domingo datan de finales de 1933. Su rastro se pierde en cierta medida hasta agosto de 1936, momento en el que se encuentra cubriendo el desarrollo del golpe de estado fascista en Córdoba, para el periódico socialista francés Le Populaire.
El 29 de agosto de 1936, Renée Lafont viajaba junto a otros dos corresponsales internacionales en un coche Studebakers cedido por el Ministerio de la Guerra de la República. Los periodistas se aproximaron al paraje de las Cumbres, línea del frente a partir de la cual se encontraba el ejército sublevado. Puede que avanzaran demasiado sin percatarse. De cualquier forma, se detuvieron y salieron del vehículo cuando vieron a un bombardero Breguet XIX, usado por las tropas franquistas. El avión se alejó y los periodistas volvieron al coche, pero no consiguieron llegar antes de empezar a recibir disparos de militares pertenecientes al Regimiento de Artillería Pesada. Los dos compañeros de Lafont lograron huir corriendo, pero ella cayó al suelo, herida por una bala en la rodilla, y fue capturada.
Sabemos que la llevaron a Córdoba y la retuvieron durante un par de días, de los que no tenemos ninguna información, hasta que De la Fuente la ve saltando del camión la noche de su asesinato. Aventuramos que se mantuvo digna hasta el final, y leal a sus ideales, pues como ella misma decía: “Para mí las ideas y los que se sacrifican a un ideal valen siempre más que los intereses”.