Esta estrategia de la ilustración, propia del periodismo decimonónico, venía a enriquecer el texto y a proporcionar a lo narrado una verosimilitud que causaba en el lector confianza, tanto en lo relativo a la verdad de los hechos como en el enriquecimiento de la narración por medio de fotografías o ilustraciones de lugares descritos, contribuyendo a ello el trabajo esmerado de los mejores ilustradores y fotógrafos del momento, que comenzaban a tener en las redacciones de los periódicos un estatus laboral bastante aproximado al de los redactores. Ambos recursos obligaban al lector al detenimiento en la narración y añadían al mismo un plus de interés, intriga en ocasiones; el placer ancestral de concretar en formas humanas a los protagonistas de las narraciones y a los espacios por los que transitan, que se hacían imprescindibles en la fijación mental de los hechos.
Este tipo de historias más o menos extensas, como las que conforman A sangre y fuego, fueron editadas habitualmente por entregas en determinadas revistas o periódicos, lo que unido a un uso de fórmulas y recursos propios de la literatura y el periodismo les confiere un valor ejemplar, sin perder de vista el mensaje que se quiere transmitir: en Chaves se produce un alegato contra la revolución, que también se presenta en otras obras suyas como Juan Belmonte, matador de toro; su vida y sus hazañas y El maestro Juan Martínez que estaba allí.
En España son muchos los periodistas que han tenido relación con la literatura. Y la lista de periodistas literarios es amplia y extensa: arranca de Larra y, pasando por Mariano de Cavia, Pla, Camba, los escritores de la Generación del 98, llega hasta los contemporáneos como Delibes, Umbral, Millás, Manuel Vicent, Vázquez Montalbán, Rosa Montero, Javier Marías, Muñoz Molina, Manuel Rivas y un largo, muy largo etcétera, por no nombrar a García Márquez y la abundante lista de periodistas literarios sudamericanos, que convirtieron en literatura el análisis cotidiano de la realidad.
Porque el periodismo, partiendo de la labor de informar en periódicos y adjuntando una voluntad de cierta calidad estética y de permanencia histórica, profundiza en la esencia humana, intemporal, y puede llegar a transformarse en obra de arte, en literatura. La materia de ese periodismo, siempre historias vivas de seres reales, no busca consolidar la tragedia de un personaje en cuanto a la peculiaridad de su biografía, como en Juan Belmonte, o en la historia de Juan Martínez, o en las historias de héroes anónimos o tapados de A sangre y fuego, o en el general Miaja en la heroica defensa de Madrid; sino que buscan básicamente, como técnica de investigación social, dar cuenta de los hechos sociales desde el punto de vista de los protagonistas.
La fusión en el relato de las dos naturalezas, la periodística y la literaria, es decir, la utilización de recursos propios de la ficción unida a la intencionalidad de presentación de la verdad y la documentación de los contenidos informativos sobre estructuras periodísticas es la principal característica de este tipo de narraciones.
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