“gobierno de los hombres influyentes”, de Walter Lippman (1922),[9] como en algunas acciones iliberales promovidas actualmente en EE.UU. o en algunos países europeos.[10]
Para De Madariaga Inglaterra fue el espejo desde donde observar el ideal de un Estado comprometido con las libertades y el progreso. El espejo que deforma dicho ideal, en cambio, lo percibía en Alemania y la URSS. En su artículo “Fascismo y humanismo”, publicado en Ahora el 21 de julio de 1936, y que cierra el primer bloque del libro, hace referencia al siguiente pensamiento: “… tenemos que objetar al fascismo, como a su gemelo el nazismo, y a su primo el bolchevismo […] una inversión de los valores fundamentales del hombre con la cual no hay ni puede haber componenda” (p. 313). Los extremos se dibujan abominables para De Madariaga. Así que tras la sublevación y posterior golpe de estado del bando nacional contra el orden político legalmente instituido en 1931, se marcharía al exilio, sin volver a España hasta 1977, después de la muerte del dictador Francisco Franco.
El segundo bloque se inaugura con los dos artículos que justifican el título del libro. El primero: “Cuando estalle la paz“, fue enviado por De Madariaga a la agencia Atlantic Pacific y publicado en El Nacional de México el 27 de septiembre de 1943. En el subtítulo rezaba de forma elocuente: “Lo más urgente aunque no lo más importante es que no vuelva a haber una agresión alemana”, y a continuación se preguntaba: “¿Qué clase de mundo va a salir de este caos? ¿Cuánto va a durar la paz? […] Quizás no esté de más imaginar primero qué preguntas se haría hoy la gente si, en vez de vislumbrarse ya la victoria de los aliados, cerrara el horizonte histórico la certidumbre de una victoria alemana” (p. 329). El siguiente artículo de título homónimo continúa la reflexión, de modo que puede leerse en su subtítulo: “Cómo evitar una tercera guerra mundial movida por los alemanes o la sombra errante de Atila”, donde se plantea las siguientes preguntas: “¿Qué le pasa al pueblo alemán? Y ¿cuáles son las causas que le hicieron imposible seguir viviendo en paz?” (p. 335). Ciertamente, como apunta Cintas Guillén al inicio de su estudio: “…la preocupación por la inminente paz inquietaba casi tanto como la misma guerra” (p. 22).
Llegados hasta aquí, se puede compartir o no la visión “organicista” de la sociedad que se vislumbra en el fondo de algunos de sus artículos como “La nación sana” (Ahora, 18 de marzo de 1936, p. 223), o cuestionar su creencia sobre el carácter “natural” de las diferencias de clases y desigualdades sociales, incluso refutar algunos de sus análisis por la no consideración de la variable socioeconómica. No obstante, más allá de las diferencias ideológicas o distancia temporal con respecto a quien escribe, el legado de Salvador de Madariaga se sustenta en una idea que todo demócrata busca e invoca: la necesidad de hallar el equilibrio como principio del ansiado consenso entre posturas políticas diferentes. Así, en su artículo “Izquierda y progreso” (Ahora, 10 de abril de 1935), tras aseverar que “las izquierdas se mueven por un egoísmo de clase idéntico al que obscurece la visión de las derechas” (p. 124), apunta: “El progreso político, moral y cultural de nuestro pueblo está en las medias tintas, en las complicaciones, en el equilibrio entre las fuerzas, en la vía media entre los extremos. Está en el centro. Está en la proa” (p. 127). Por ello, Cintas Guillén traza el posible significado de la paz que De Madariaga pudo proyectar: para cuando estallase paz, quizás esperaba “un mundo sin doctrinas” (p. 57), que en la actualidad se constata -tras el 75 aniversario de la caída del nazismo- difícilmente imaginable.
[9]Tal idea surge a partir de la premisa de que un gobierno basado en la opinión pública no una ficción. En sus obras Public Opinion (1922) y The Phantom Public (1925) desarrolla dicha teoría.
[10]Una actualización de este debate (democracia sin libertades) se halla hoy en el libro El pueblo contra la democracia. Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla, de Yascha Mounk.