SEVILLA / 3 de febrero de 2022.

 

El bienestar y la salud están íntimamente ligados a la manera en la que el cuerpo y la mente humana interactúan con el entorno y a cómo éste influye en el organismo. Hoy en día los espacios no sólo deben ser sostenibles, funcionales y estéticamente bellos, también tienen que ser confortables, seguros y accesibles, pero sobre todo saludables. Tras la noción de movilidad, nacida hace un siglo con los medios de transporte; tras la conciencia ecológica y medioambiental, surgida hace cincuenta años con la primera crisis del petróleo; tras la revolución digital en silenciosa implantación desde hace tres décadas; surge, como respuesta a una demanda social irrenunciable, la necesidad de construir una arquitectura más saludable. Aparece un nuevo paradigma en la edificación, que la pandemia de la COVID-19 ha situado en el centro del debate internacional.

Las ciudades son lugares compuestos a base de estratos que reflejan las sucesivas etapas de su historia. Algunos autores, como Beatriz Colomina en su reciente libro X-Ray Architecture (2019), haciendo una analogía que asimila enfermedad con destrucción, mantiene que no hay enfermedad sin arquitectura, ni arquitectura sin enfermedad. La profesora de Princeton sostiene que las capas que componen las ciudades son vestigios de respuestas urbanas y sociales a las epidemias que ha sufrido la humanidad a lo largo del tiempo y que la modernización de la arquitectura, a comienzos del siglo XX, fue una forma de desinfección, una purificación de los edificios. Presenta a los pioneros de la arquitectura moderna como unos visionarios en materia sanitaria, cuya obra fue consecuencia de enfermedades de la más diversa índole y cuyas soluciones arquitectónicas vendrían a remediar el daño producido por dolencias sin cura.

Dadas las circunstancias actuales, esa arriesgada hipótesis no deja de ser un acercamiento algo sesgado al estado de la cuestión. Porque no es cierto que “el hombre […] ha construido también las condiciones de la enfermedad”, como mantenía Benjamin W. Richardson en 1884. Tampoco es cierto que la arquitectura se haya dedicado a combatir enfermedades, porque ha sido la medicina la disciplina encargada de esa tarea. Quizá se confunde ausencia de salud con enfermedad o la resolución de problemas patogénicos de un entorno insalubre con los beneficios que reporta proyectar espacios con un enfoque salutogénico que beneficie los activos que promueven la salud, en vez de focalizarse en resolver lo que produce patologías.

La arquitectura y las ciudades no son consecuencia de emergencias médicas, pero sí han tenido un importante impacto en la mejora de la salud de la población. Repercusión que ha pasado desapercibida, quizás porque no se ha establecido todavía, con suficientes ensayos clínicos, la relación causa-efecto entre la presencia de un entorno sano y la carencia de enfermedad.

En el último siglo, la contribución de la arquitectura a la salud ha sido y es diseñar entornos capaces de promover y reforzar la salud física y emocional de las personas, por medio de la construcción de espacios que evitan situaciones nocivas, insalubres o insanas, previniendo así enfermedades. La disciplina arquitectónica ha generado un progresivo bienestar y mejora en la calidad de vida de los seres humanos, favoreciendo la creación de activos con los que tener mejores defensas frente a elementos patógenos. Un ejemplo por antonomasia es la introducción en las viviendas de estancias dedicadas a baño o cocina. Desde esta perspectiva, la arquitectura ha demostrado que es uno de los principales agentes en el cuidado de la salud humana.

En el grupo de investigación Healthy Architecture & City trabajamos, desde el año 2016, en estudiar la influencia que tiene el diseño y construcción de edificios en la salud física y mental de las personas. Es por ello que, como contribución del grupo al boletín semanal del IUACC, queremos compartir algunas reflexiones sobre la definición y el significado de lo que se entiende por arquitectura saludable.

Para ello, desde este primer post y hasta el verano, publicaremos siete entregas más que explicarán sucesivamente la génesis, desarrollo y estado de un paradigma emergente. En la próxima, comenzaremos recordando los movimientos higienistas del siglo XIX, los postulados del Movimiento Moderno, las conclusiones a las que llegaron los últimos CIAM y terminaremos con la semilla que plantó Kevin Lynch con sus trabajos sobre la ciudad en 1960. La tercera entrega recogerá la importante aportación de Ian McHarg sobre la necesidad de realizar cartografías de los espacios de la salud y enfermedad (1969); este fascículo también referirá la aparición del concepto de salutogénesis, acuñado en 1979 por el médico y sociólogo Aaron Antonovsky. El cuarto post describirá el nacimiento en 2003 de una nueva disciplina: la Neuroarquitectura. La siguiente entrega coleccionable presentará tres ejemplos de iniciativas y edificios contemporáneos, construidos en los últimos treinta años. Casos en los que la arquitectura ha tenido en cuenta, no solo los imprescindibles aspectos técnicos y funcionales, sino que ha incorporado las anteriores aportaciones e integrado elementos simbólicos, cognitivos y emocionales que repercuten en la salud física y mental de sus usuarios. Tras este recorrido, terminaremos con un decálogo de criterios básicos para diseñar una arquitectura saludable. Con visión de futuro, la octava entrega presentará, los cinco puntos o fundamentos que tiene que cumplir un entorno, edificio o ciudad para ser saludable.

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Santiago Quesada García es Doctor Arquitecto, Profesor Titular del Departamento de Proyectos Arquitectónicos, Investigador Responsable del grupo Healthy Architecture & City (TEP-965) e Investigador Principal de los proyectos ALZARQ del Ministerio de Ciencia e Innovación y DETER de la Junta de Andalucía.

Post publicado en el Boletín del IUACC nº 123 del 3 febrero de 2022

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Imagen del post:
Maggie’s West London Centre, London, (2008). Rogers Stirk Harbour + Partners.