SEVILLA / 23 de mayo de 2022.

 

En el post anterior hablábamos de salutogénesis y destacábamos que, frente a un enfoque eminentemente técnico centrado solo en aspectos patogénicos de los materiales y las construcciones, es necesario contemplar también los activos beneficiosos para la salud. Es decir, focalizarse en aquellos aspectos arquitectónicos que favorecen el bienestar, el confort y que previenen enfermedades a largo plazo. Uno de los factores determinantes para alcanzar ese objetivo es dotar de sentido y significado a los edificios, por lo que entender cómo es su percepción cognitiva es fundamental.

La influencia del espacio, desde el punto de vista emocional y cognitivo, es un problema extremadamente abstracto. Para su comprensión tienen especial importancia las investigaciones dirigidas a conocer las necesidades de personas con déficits cognitivos. En primer lugar, porque ayudan a entender aspectos que normalmente pasan desapercibidos a una persona sana y, en segundo lugar, porque las soluciones arquitectónicas que funcionan para estos colectivos son finalmente extrapoladas al conjunto de la sociedad, debido a las indudables ventajas que conllevan. Esta es la visión que el grupo de investigación Healthy Architecture & City tiene en los proyectos que lleva a cabo sobre entornos habitados por usuarios con enfermedad de alzhéimer.

El interés por investigar las necesidades espaciales de las personas con demencia apareció a mediados de los años sesenta en USA, con el diseño de nuevos modelos de atención destinados a enfermos con déficits cognitivos que, hasta ese momento, eran ingresados en psiquiátricos. Los novedosos programas asistenciales Medicare y Medicaid brindaron el apoyo financiero necesario para que estas personas pudieran residir en centros que se centraban en sus necesidades cognitivas o sociales, no solo en los síntomas de su enfermedad. Eran lugares que brindaban una atención especializada a carencias específicas de estos colectivos y creaban entornos personalizados que mejoraban el ambiente físico en el que vivían estas personas. Fue un modelo asistencial que progresó muy rápidamente y sirvió de estímulo, durante la década de los ochenta, para el desarrollo de edificios habitacionales que tenían en cuenta en su diseño los factores emocionales de los usuarios a los que iban destinados.

La demanda de construcción de este nuevo tipo de centros provocó la publicación de varias guías arquitectónicas con soluciones técnicas y compositivas. Estas publicaciones prescribían medidas y criterios de organización espacial basadas, principalmente, en la experiencia proyectual de los arquitectos, así como en experiencias empíricas de cuidadores y trabajadores de las unidades asistenciales. Sin embargo, solo en ocasiones muy puntuales las soluciones se basaban en resultados obtenidos a partir de ensayos e investigaciones clínicas realizadas con personas usuarias. En estos manuales se proponía que un entorno destinado a personas con demencia tenía que tener unas pautas de diseño que respondieran a criterios de accesibilidad, seguridad, orientación y funcionalidad, criterios que ya se contemplaban en la construcción de edificios destinados a colectivos con diversidades funcionales, físicas o sensoriales.

Fue la arquitecta Margaret P. Calkins la que, en 1988, propuso que una atención centrada en la persona proporciona una base más cohesionada al proyectista, ya que vincula las diferentes recomendaciones y normativas técnicas de una manera más significativa, dándole sentido al proyecto. La accesibilidad y la seguridad son inherentes en las recomendaciones de las prácticas constructivas de estos centros habitacionales, pero quedan subordinadas a objetivos de mayor nivel centrados en la persona y, por tanto, conllevan una adaptación y jerarquización diferente del entorno. La innovación de ese momento fue la introducción de conceptos basados en una percepción subjetiva del espacio, tales como la integración o la personalización.

Con el fin de promover y favorecer la autonomía e independencia de la persona con déficits cognitivos, los profesores Uriel Cohen y Gerald Weisman añaden en 1991 nuevos criterios como facilitar el desarrollo de sus actividades instrumentales de su vida diaria, la estimulación sensorial óptima dentro de un ambiente y la disposición de espacios para mantener el vínculo familiar y social del enfermo durante el máximo tiempo posible.

Paralelamente a esas experiencias, un grupo de neurobiólogos demostró que nacen neuronas en el hipocampo a lo largo de toda la existencia humana. Poco después, a finales de siglo pasado, los científicos Russel Epstein y Nancy Kanwisher descubren que una parte del cerebro se activa con la percepción de ambientes o espacios que constituyen una novedad para la persona, es decir, cuando se exploran y descubren nuevos lugares.

Siguiendo esta estela, el neurobiólogo Fred Gage presentó en 2003, en un congreso del American Institute of Architecture, una idea clave: los cambios en el entorno cambian el cerebro humano y, por tanto, modifican su comportamiento. A partir de ahí comienza una novedosa relación interdisciplinar entre neurociencia y arquitectura que acaba fructificando en un nuevo campo disciplinar denominado Neuroarquitectura, que tiene su principal centro de referencia en la Academy of Neuroscience for Architecture, ubicada en San Diego (California).

La relación de la arquitectura con las neurociencias está sirviendo para sistematizar el conocimiento adquirido hasta ahora en relación a la influencia del entorno en los seres humanos y, sobre todo, es útil para establecer una metodología científica que estudia, de forma objetivamente contrastable, la relación entre forma construida y espacio con las capacidades cognitivas y la motivación de las personas.

La neuroarquitectura investiga cómo se comporta el ser humano en diferentes ambientes y cómo diversos aspectos de un entorno arquitectónico pueden influir en las emociones y en estados como el estrés, la emoción, la memoria o el aprendizaje. Su reto es conocer el funcionamiento del cerebro ante determinadas variables y solicitaciones espaciales, entender por qué hay lugares que favorecen o perjudican ciertos estados de ánimo y comprender cómo el hábitat afecta a la salud mental del ser humano y a su comportamiento. En la construcción de esta nueva disciplina han tenido especial protagonismo las contribuciones teóricas del arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa y su modo de entender la arquitectura como una experiencia háptica y fenomenológica.

Este tipo de prácticas arquitectónicas, desarrolladas en los últimos treinta y cinco años, han servido para confirmar que el entorno físico tiene un impacto directo en las personas y en sus comportamientos cotidianos. Por ello, existe un interés creciente en conocer y comprender, cómo y por qué la salud mental requiere de entornos y espacios responsables y sostenibles, lugares que aporten bienestar, permitan a las personas adoptar y mantener estilos de vida saludables y, sobre todo, experimentar emociones. Frente a la técnica, la arquitectura no es una opción, porque ineludiblemente vivimos en ella.

El pasado día 1 de abril, se ha publicado en España la Ley 6/2022 que establece y regula la accesibilidad cognitiva y sus condiciones de exigencia y aplicación en edificios, ciudades, transportes, etc. Dada la incidencia que esta ley tendrá en años venideros y a sus repercusiones en el diseño y proyectación de edificios, le dedicaremos en breve un post exclusivamente monográfico.

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Santiago Quesada García es Doctor Arquitecto, Profesor Titular del Departamento de Proyectos Arquitectónicos, Investigador Responsable del grupo Healthy Architecture & City (TEP-965) e Investigador Principal de los proyectos ALZARQ del Ministerio de Ciencia e Innovación y DETER de la Junta de Andalucía.

Post publicado en el Boletín del IUACC nº 136 del 23 mayo de 2022

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Imagen del post:
Maquetas de estudio para la Biblioteca Universitaria de Cottbus (Alemania) Herzog & de Meuron, 1998