Científicos e ingenieros suelen considerar a las matemáticas como un mero instrumento, una herramienta extraordinariamente útil, indispensable en su quehacer diario. Aun siendo todo ello cierto, suele desdeñarse el indudable acierto que en ocasiones han conseguido las matemáticas prediciendo estructuras naturales, aún no descubiertas.
Tal fue el caso de los fullerenos. Estas moléculas de carbono deben su nombre al arquitecto-inventor estadounidense Richard Buckminster Fuller, inventor de la cúpula geodésica que recuerda al modelo de alambres de la buckybola o C60 (el fullereno más esférico posible). Sin deseos de entrar en polémica, bien es cierto que el mérito que se le reconoce a Fuller quizás esté injustificado: la forma externa de la buckybola corresponde a uno de los llamados «poliedros arquimedianos» ya descritos por el sabio Arquímedes de Siracusa, allá en el siglo III a.C. Siglos después, ya en el siglo XVII, el astrónomo y matemático alemán Johannes Kepler volvió a redescubrir ese poliedro en su famoso libro Harmonices Mundi (Las armonías del mundo). Así que, más honestamente, los fullerenos debieran haber sido llamados arquimedenos o keplerenos. Sea como sea, las matemáticas se adelantaron al descubrimiento de esas formas naturales.