ARQUITECTURA Y MEMORIA

«Nunca nos permitamos vivir con amusia…  es decir, ni un solo día sin la compañía de las musas«, mantenía el pintor vorticista Windham Lewis. Los artistas románticos para crear invocaban a las musas,  hijas de Mnemósine, diosa de la memoria, que en la mitología griega siempre precedía a la función poética. Quizá por eso sostenía Valle-Inclán que sin memoria no hay poesía.

La memoria se comprende con el estudio de su opuesto, de la desmemoria, desde el olvido. La memoria elige lo que olvida, decía Borges. Por eficiencia y economía de la mente es necesario olvidar, por lo que nos queda por vivir y por nuestro compromiso con el presente. El olvido puede ser voluntariamente provocado o involuntariamente destruido. Cuando es almacenado o estratificado está disponible para ser utilizado de nuevo cuando interese, en el presente o en el futuro.

Pero si el dato ha sido borrado o arrasado aparece el olvido por destrucción, verdadera negación del recuerdo. Es lo que ocurre con la persona que sufre problemas patológicos con la memoria.

Somos memoria. La memoria es necesaria para que el individuo contemporáneo pueda definir su identidad y su propio medio. La memoria produce intensas interferencias sobre el entorno cercano, la arquitectura y las ciudades.Tanto la memoria personal como la colectiva. La primera genera tantos paisajes como personas. La segunda es la que cada sociedad ha desarrollado sobre su propia cultura como un depósito de mitos, tradiciones e innovaciones que ésta interpreta dándoles un significado. Una memoria transmitida de manera social, que está constantemente cambiando y estableciendo una relación simbólica entre el sujeto y el medio en el que habita. La memoria no sólo sirve para que sepamos quiénes somos sino para que los demás sepan quiénes somos para ellos. En la memoria, el tiempo juega un papel primordial, es una condición inseparable de la misma. Y también es un material del proyecto arquitectónico, vinculado siempre a la especulación del futuro desde el presente. Tanto en el proceso de proyecto como en la memoria, el tiempo interfiere como elemento distorsionador o fragmentador en la interpretación de la realidad.

Cuando se diluye el poderoso ligante de la memoria, la arquitectura de los recuerdos se derrumba. El recuerdo no posee argumentación, no es una narración que pueda ser evocada en una línea secuencial. El recuerdo nos presenta lo vivido como fragmentos de situaciones e imágenes inconexas no ordenadas temporalmente a las que les faltan un relato, un contexto y por tanto carecen de significación. Esa relación que establecemos con la realidad a través del tiempo y la memoria se transmite al proceso del proyecto arquitectónico e interviene en su praxis. Estos fragmentos se sitúan en el límite mismo de la realidad y son un campo inexplorado de investigación.

Los técnicos proyectamos dando por sentado que las personas destinatarias de nuestros proyectos, edificios y construcciones tienen memoria y, por tanto, que estas son capaces de recomponer mentalmente un plano o situación mental previamente pensada por nosotros que les permite orientarse, recorrer o permanecer cuando usan esos espacios que diseñamos. Pero ¿qué ocurre cuando esos referentes, que se dan por conocidos, no existen o cambian rápidamente?, ¿es el entorno el encargado de mantener la cal de la memoria?

 

¿Cómo proyectar para la ausencia de memoria?