Ponencia seleccionada y presentada en la Bienal de Investigacion en Arquitectura de la Universidad de Sevilla (BIAUS 2024)
SEVILLA / 18 de septiembre de 2024.
Resumen
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el concepto de salud como un estado completo de bienestar físico, mental y social, no sólo como ausencia de enfermedad. El bienestar y la salud están íntimamente ligados a la manera en que cuerpo y mente interactúan con el entorno y cómo este último influye en el organismo humano. Por ello, hoy en día, los espacios no sólo deben ser sostenibles, funcionales y estéticamente bellos, sobre todo tienen que ser saludables.
Sin embargo, aún existen aglomeraciones urbanas insalubres, hay ambientes que favorecen la propagación de enfermedades y todavía se utilizan materiales que son perjudiciales para la salud. Tras la noción de movilidad, nacida hace un siglo con los medios de transporte; tras la conciencia ecológica y medioambiental motivada, hace cincuenta años, por la primera crisis del petróleo; y tras la revolución digital en silenciosa implantación desde hace tres décadas; nace, como respuesta a una demanda social irrenunciable, la necesidad de construir una arquitectura más saludable. La incidencia de la pandemia de COVID-19 ha actuado como catalizador en el nacimiento de esa nueva conciencia social que exige el diseño y construcción de ciudades y arquitecturas más saludables. Es por ello, que la relación entre arquitectura y salud se ha situado en el centro del debate arquitectónico.
Esta contribución establece las bases para una epistemología de la arquitectura saludable. Es un punto de partida para la adquisición y clasificación de nuevos conocimientos e investigar los fundamentos, límites, métodos y validez de este nuevo paradigma. El trabajo que a continuación se desarrolla expone cuál ha sido su génesis, propone un decálogo de puntos a considerar en el diseño de edificios y planificación de ciudades y termina definiendo en qué consiste la arquitectura saludable.
1. Introducción
El ser humano siempre se ha rodeado de lo que ha considerado más beneficioso para su salud. El usuario de una sociedad hiperconectada conoce a la perfección qué es positivo para él, qué alimentos debe o no consumir, qué actividades son mejores para su forma física o qué importancia tienen tanto su estado físico como psicológico. Ocurre lo mismo con los espacios, edificios, materiales, entornos y ciudades donde viven las personas. Con un nuevo activismo, cada día más intenso, los ciudadanos demandan que se eliminen los elementos nocivos de su entorno vital, construcciones o edificaciones, así como los perjuicios derivados de su uso, envejecimiento o mantenimiento. La sociedad actual exige que los ambientes, donde se desarrollan las actividades básicas e instrumentales de la vida diaria: la casa, la comunidad, los lugares de trabajo o la propia ciudad, sean lo más saludables posibles.
Cuidar el entorno y cuidarse a sí mismo supone un ahorro importante a largo plazo para usuarios, empresas y administraciones, ya que previene y evita que determinados problemas pasen al ámbito hospitalario. Es más rentable invertir en un buen proyecto arquitectónico que incorpore factores saludables en la edificación que resolver, a posteriori, los perjuicios que causa su ausencia. Un diseño orientado hacia la salud de las personas produce importantes beneficios sociales, económicos y ambientales.
La arquitectura, como tercera piel que envuelve y da cobijo al habitar, genera estímulos físicos y cognitivos, tanto en la memoria como en la forma de experimentar y vivir el espacio. Diseñar entornos saludables consiste en indagar, conocer y trabajar con esos estímulos. La arquitectura saludable nace como un nuevo paradigma, que busca promover la presencia de activos que disminuyan los factores de riesgo e incorporar elementos que favorezcan la salud de los usuarios y su bienestar físico y emocional. Se trata de un enfoque que no se centra sólo en resolver problemas patogénicos, sino que su atención se focaliza en atender la influencia fisiológica, cognitiva y emocional que generan los espacios en las personas.
El grupo Healthy Architecture & City de la Universidad de Sevilla trabaja, desde su fundación en el año 2016, en investigar cuáles son las variables ambientales y los estímulos fisiológicos y cognitivos que influyen en el bienestar humano. Sus trabajos se desarrollan en el marco de varios proyectos de investigación I+D+i competitivos, estatales y autonómicos, de los que se obtienen datos y resultados que se aplican en forma de transferencia de conocimiento a las edificaciones. Este trabajo expone cuáles han sido los antecedentes de la arquitectura saludable, su génesis y las diferentes ramas o especialidades que la han conformado. Presenta también un decálogo de puntos a considerar en los proyectos arquitectónicos y termina con cinco principios básicos, que sintetizan y definen en qué consiste la arquitectura saludable.
2. Antecedentes: desde los movimientos higienistas a los CIAM
El impacto de la arquitectura en la salud ha sido un largo camino que comenzó con los movimientos higienistas de mediados del siglo XIX. En ese momento, fueron iniciativas nacidas de las demandas sociales provocadas por las insanas aglomeraciones urbanas surgidas tras la Revolución Industrial. De aquellas reivindicaciones surgieron nuevos conceptos y modelos urbanos como la Ciudad Jardín o la Ciudad Lineal.
A comienzos del siglo XX, uno de los catalizadores más importantes para buscar soluciones higiénicas en los edificios fue la carencia, durante décadas, de remedios eficaces frente a enfermedades como el cólera o la tuberculosis. Contra esta última enfermedad lo único que parecía funcionar eran el sol, la limpieza y el descanso, por lo que se empezaron a diseñar edificios atendiendo a esos aspectos como única solución paliativa, no curativa, a los síntomas de la dolencia. Se construyeron hospitales con grandes ventanales, sanatorios con enormes terrazas, viviendas elevadas del suelo para huir de la humedad y muebles aerodinámicos donde el polvo no se pudiera depositar o albergar gérmenes (Fig. 1).
Esas insalubres contingencias ambientales fueron algunas de las reivindicaciones programáticas de los pioneros del movimiento moderno, pero no eran su objetivo principal. Sus prioridades estaban muy alejadas de dar una respuesta directa a los problemas funcionales derivados de una situación sanitaria. Su principal preocupación era social y, sobre todo, estética; su fin era crear un nuevo estilo. Para las vanguardias arquitectónicas del siglo XX, el mito salvador del ser humano era la máquina. Todo se debía someter a la máquina, incluso la creación artística.
Basándose en que los edificios tenían que responder a unos estándares funcionales mínimos, las vanguardias propusieron una nueva arquitectura que debía ser expresión fiel del uso al que era destinada. Sus edificios, productos y objetos iban dirigidos a un prototipo único de individuo, al hombre-masa con deseos y necesidades homogéneas, iguales en todo el mundo. Con esos fundamentos, los arquitectos acabaron construyendo edificios que intentaban resolver los problemas funcionales, pero en los que difícilmente tenían cabida las necesidades de las personas a emocionarse, reconocerse o realizarse.
Los conceptos de vida y muerte, con sus respectivas emociones de alegría y tristeza, eran excluidos de las instituciones asistenciales y sanitarias. La consecuencia fue la creación de espacios impersonales y edificios abrumadoramente alienantes. Fieles a sus principios programáticos, los inmuebles sanitarios incorporaron cuestiones técnicas como la salubridad, la accesibilidad o la seguridad. Se construyeron basándose en los síntomas de las enfermedades y pensando en la curación farmacológica como único factor útil para la sanación. Ese tipo de planteamiento utilitario dio lugar a duras superficies estériles, a brillantes e incoloros espacios asépticos, a sistemas de ventilación artificial, a baterías de habitaciones mínimas o a largos corredores interiores aislados del exterior. Se hicieron edificios sanitarios que aspiraban a ser eficaces factorías de sanación, pero sin identidad, sin alma. En pocas ocasiones se pensó en el componente emocional del usuario, sano o enfermo, cuando tenía que experimentar, vivir o morir, en esos espacios.
Durante la reconstrucción europea, como reacción frente a las máquinas que tanta destrucción provocaron durante la Segunda Guerra Mundial, el ser humano se volvió a colocar en el centro del pensamiento arquitectónico. En los CIAM (Congrès Internationaux d’Architecture Moderne), que tuvieron lugar entre los años 1947 (Bridgwater) y el año 1956 (Dubrovnik), se llegó a la conclusión de que, en oposición al hombre-masa del movimiento moderno, usuario de máquinas para vivir, era necesario volver a considerar a la persona como un ser dotado de identidad propia, con peculiaridades y necesidades diversas que provocan una multiplicidad de situaciones y requieren diferentes ambientes (Quesada-García y Valero-Flores 2020). Paralelamente, en 1954, el artista alemán M. Goeritz afincado en México, publicó el ‘Manifiesto de la arquitectura emocional’, donde mantiene que la arquitectura necesita provocar emociones y sensaciones en quien la recorre y vive (VV.AA. 2014).
La celebración de los últimos CIAM supuso un cambio de paradigma en la forma de entender la relación entre entorno y ser humano. Esta nueva perspectiva más centrada en la persona significó un cambio de visión decisivo para la arquitectura. Su asimilación fue lenta pero progresiva en el tiempo, ya que se comenzaron a modificar paulatinamente las formas de proyectar los edificios y entornos habitados de las ciudades.
En 1945, H. Sigerist, historiador y profesional sanitario, se refiere por vez primera a la promoción del entorno como una de las cuatro acciones fundamentales en la atención médica, seguida por otras tres actividades como son: la prevención de enfermedades, la curación y la rehabilitación (Sigerist 1945). Un planteamiento que, junto con las aportaciones de Lalonde en 1974 (Lalonde 1974), fue básico para que años más tarde la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableciera que, en relación a la salud de la población, hay cuatro factores determinantes: los ambientales, los sociales, los asistenciales y los biológicos/genéticos. A partir de aquí, la OMS promovió la creación de una red de ciudades saludables para mejorar y proteger la salud y el bienestar de los ciudadanos e interrelacionar aspectos que influyen en la salud y los sectores político, económico, cultural, social y ambiental (World Health Organization 1986).
3. Campos de conocimiento y génesis de la arquitectura saludable
La arquitectura ha demostrado ser durante la última centuria uno de los principales agentes en el cuidado de la salud humana. Richard Neutra es considerado como uno de los pioneros en pensar los proyectos arquitectónicos orientados a las necesidades fisiológicas y psicológicas de las personas. En 1954 publicó el libro Survival Through Design, donde sostenía que «nos orientamos por coordenadas fisiológicas y existimos gracias a las formas sensoriales que nos rodean y estimulan» (Neutra 1969).
Años más tarde, con el objetivo de entender la legibilidad del espacio urbano y conocer mejor lo que una persona percibe cuando recorre una ciudad, el ingeniero y urbanista Kevin Lynch desarrolló en 1960 el concepto de mapa cognitivo; un constructo realizado a partir de la conducta y los relatos introspectivos del ser humano. Lynch realizó, por vez primera, esquemas ambientales y sistemas de información obtenidos a través de las experiencias de recorridos, para mejorar la comprensión del espacio público. Sus investigaciones y aportaciones fueron un punto de partida para comenzar a entender y desentrañar cómo un entorno físico puede tener consecuencias emocionales, positivas o negativas, en las personas (Lynch 1960).
Paralelamente a la experiencia anterior, J. Salk, descubridor de la vacuna contra la polio, desde una posición más poética, estética o fenomenológica, advirtió la enorme importancia que tenía un diseño adecuado del espacio para que fluyan las ideas, la inspiración y el conocimiento. Con ese convencimiento, encargó a L. I. Kahn en 1959, el proyecto del edificio para el Salk Institute for Biological Studies. El arquitecto realizó en La Jolla (California) uno de los principales iconos de la arquitectura contemporánea, construyendo además el primer ejemplo de la relación entre neurociencia y arquitectura. Fue un edificio proyectado para fomentar las mejores condiciones de confort —intelectual y físico— a partir del funcionamiento del cerebro humano (Fig. 2).
A finales de los años sesenta, el arquitecto I. L. McHarg publica el conocido libro Design with Nature (1969). Este autor fue un urbanista, arquitecto paisajista y ecólogo inspirado, que estableció las bases de la actual planificación medioambiental. Su libro termina con un capítulo titulado «La ciudad: salud y enfermedad», que no tuvo la misma trascendencia que el resto de la publicación. En él, McHarg se pregunta si la salud es sólo ausencia de enfermedad. Mantiene que la salud es síntoma de creatividad y adaptación, en cambio la enfermedad es expresión de capacidad destructora e inadaptación. Por ello, es importante localizar en qué lugares se localiza el medioambiente de la salud —física, mental y social— y en cuáles está el medioambiente de la enfermedad. Si se pueden identificar las zonas de salud y enfermedad en las ciudades, se podrán asociar los agentes medioambientales que favorecen la salud y los factores de riesgo que provocan la enfermedad (McHarg 1969).
El interés por entender la influencia del espacio en el ser humano y conocer los motivos por los que una persona se encuentra bien en un determinado lugar, trascendió de la arquitectura a otras disciplinas como la medicina, la enfermería, la sociología o la psicología. El médico y sociólogo A. Antonovsky, en su libro Health, Stress and Coping (Antonovsky 1979), propone un campo de estudio denominado ‘salutogénesis’. Una nueva disciplina que se focaliza en estudiar cuál es el origen de la salud y de los denominados activos para la salud. Un ejemplo de activo es la introducción en las viviendas, en la primera década del siglo XX, de estancias dedicadas a baño o cocina. Este nuevo campo de conocimiento se posiciona como complemento a los planteamientos dirigidos sólo a resolver aspectos patogénicos o insalubres de los lugares. Es decir, en vez de centrarse en aquellos ambientes que hacen daño a las personas, la salutogénesis se dirige a aquellos aspectos que permiten planificar, fomentar y construir un ambiente más sano.
En los últimos cuarenta años, el rumbo lo han estado marcando proyectos y edificios destinados a colectivos concretos de usuarios como son los enfermos de cáncer, de demencia de Alzheimer o las unidades de cuidados paliativos. Han sido una serie de experiencias empíricas a lo largo del mundo que han plantado fructíferas semillas que demuestran cómo la arquitectura puede y debe ir más allá de ser una simple respuesta técnica a determinados problemas.
Una de esas primeras experiencias fueron las Unités de Soins Palliatifs (USP) o unidades de cuidados paliativos francesas, la primera de ellas construida en el año 1988. El reto al que se enfrentaron los arquitectos fue diseñar un lugar que no recordara, constantemente, el inminente final de sus usuarios. Para lograrlo crearon un entorno que permitiera al usuario y a su familia vivir con el máximo bienestar y confort durante el periodo que debieran vivir en ese lugar. Con este fin incorporaron elementos y espacios personalizados que consentían a la persona expresar su individualidad o su sentido de pertenencia. Con un lenguaje arquitectónico definido y contemporáneo, los espacios de las USP proponen una arquitectura con un fuerte simbolismo que genera emoción en las personas que los habitan (Fig. 3).
Otra importante experiencia, comenzada en el año 1996, han sido los Maggie’s Centres que son edificios destinados a personas afectadas por cáncer, pero que no están destinados a los tratamientos médicos o curas farmacológicas, sino al apoyo social y psicológico del enfermo y sus familiares. La arquitectura de estos centros es expresiva, artística y de gran calidad, crean un sentido de espacio adaptado a las necesidades específicas de un colectivo determinado. Son lugares a los que merece la pena ir y estar. La fuerte significación de estos edificios produce en las personas que los experimentan una identificación y un sentido de pertenencia a un colectivo que tiene el privilegio de usar estos espacios.
Otro caso a destacar son las residencias destinadas a personas con enfermedad de Alzheimer que, desde la construcción en 1985 del Corinne Dolan Alzheimer Center en Healther Hill (Cleveland), han ido conformando una innovadora tipología arquitectónica de residencias asistenciales, que utiliza la vivienda como célula básica de su organización y composición. Un modelo tipológico que actualmente se ha generalizado al conjunto de residencias para personas mayores (Fig. 4). Las tres experiencias anteriores tienen en común que centran sus esfuerzos en los aspectos cognitivos, simbólicos y emocionales de los edificios.
En un congreso del American Institute of Architecture, celebrado en 2003, el neurobiólogo F. Gage presentó una idea clave: los cambios en el entorno cambian el cerebro humano y, por tanto, modifican su comportamiento. A partir de ahí comienza una novedosa relación interdisciplinar entre neurociencia y arquitectura que acaba fructificando en un nuevo campo disciplinar denominado neuroarquitectura, que tiene su principal centro de referencia en la Academy of Neuroscience for Architecture, institución que considera el edificio del Salk Institute de L. Kahn como origen de la nueva disciplina.
Contemporáneamente, surgen las aportaciones del arquitecto finlandés J. Pallasmaa y su modo de entender la arquitectura como una tercera piel que produce una experiencia háptica y fenomenológica en las personas (Pallasmaa 2022). En esta misma línea, pero con otro enfoque más experimental, cabe mencionar también los trabajos desarrollados por el equipo suizo de arquitectos Décosterd y Rahm, que proponen en su libro Physiological Architecture (2002) el concepto de arquitectura fisiológica. Se trata de una noción basada en el principio de que los fenómenos que sustentan la vida del ser humano están constantemente determinados por condiciones fisicoquímicas que, según su presencia, ausencia o intensidad, constituyen algunas de las principales causas que influyen en el habitar y bienestar del ser humano (Décosterd y Rahm 2002).
La arquitectura fisiológica toma en consideración la influencia de los flujos eléctricos, sonoros, magnéticos y térmicos que existen en los entornos actuales. Se establece así una nueva geografía que, como cualquier lugar determinado por una cantidad de energía, puede medirse y cartografiarse a través de las correspondientes emisiones eléctricas, magnéticas o climáticas. Desde este punto de vista, el espacio contemporáneo es el resultado de capturar o mapear el entorno a través de los datos generados por la radiación de estos flujos. La arquitectura se vuelve fisiológica, actuando sin intermediarios sobre la corporalidad del aire y del cuerpo humano, saliendo de su estricto sentido formal para afrontar los límites del espacio.
El denominador común en los casos expuestos es la paulatina generación de entornos saludables, tanto desde el punto de vista físico como cognitivo. La principal conclusión que cabe extraer de los ejemplos descritos es su inteligente propuesta de edificios que tienen un significado comprensible y reconocible que ayuda a mejorar el equilibrio emocional de las personas que los utilizan. En todas estas experiencias, los edificios proponen espacios y volúmenes con una fuerte identidad para que quienes los utilizan, sanos o enfermos, los reconozcan y, además, se sientan acogidos en su entorno relajado y no institucional.
5. Decálogo para una arquitectura saludable
Los presupuestos funcionales sanitarios, incorporados a los edificios por las vanguardias arquitectónicas del siglo XX –salubridad, seguridad o accesibilidad– son, hoy en día, ineludibles y se encuentran, en gran medida, recogidos en las normativas básicas de la edificación. Sin embargo, la sociedad actual demanda de los arquitectos algo más que una simple respuesta a los requisitos funcionales, técnicos o programáticos.
Diseñar edificios saludables va más allá de construir edificaciones higiénicas, asépticas, eficientes energéticamente o con cero emisiones. La contribución de la arquitectura a la salud física y emocional de las personas es diseñar entornos capaces de promover y reforzar ambientes sanos, construyendo espacios que no sólo eviten situaciones nocivas, insalubres o insanas, sino que aporten un sentido y significado que trascienda al uso al que estén destinados.
En febrero de 2020, el grupo de investigación Healthy Architecture & City presentó un compendio de diez puntos a tener en cuenta en los edificios, tanto para combatir los síntomas del edificio enfermo o sick building syndrome (SBS) como para favorecer la presencia de activos que favorezcan y beneficien la salud humana en la edificación y en las ciudades.
Se trata de un decálogo que propone diez indicadores de control a considerar en el diseño y construcción de edificios. Hay nueve puntos relacionados con factores ambientales que influyen simultáneamente en aspectos sensoriales, físicos y cognitivos, además de un último factor, más abstracto y holístico, que está relacionado con el uso significado, orientación, organización y distribución del espacio (Quesada-García et al. 2023) (Fig. 5).
La forma de atender a los indicadores anteriores en las construcciones no parece que sea por medio de caras soluciones tecnológicas destinadas a seguir creando ambientes artificiales. La arquitectura tiene la capacidad de usar materiales reciclados, controlar el ahorro energético de sus edificios, preservar las fuentes energéticas y vigilar la huella ecológica de los productos; también tiene la facultad de construir adaptándose a las condiciones climáticas del medio, aprovechando la energía del sol con procesos de captación, acumulación y radiación controlada, logrando un acondicionamiento y ventilación naturales. La arquitectura tiene instrumentos y recursos suficientes como para resolver todos esos requerimientos con eficacia.
El requisito fundamental que caracteriza a la arquitectura es que tiene que emocionar. Se trata de afrontar este nuevo reto con otra forma de pensar. Proyectar aplicando una metodología que produzca una arquitectura generadora de emoción y que, además, sea saludable. La principal característica diferencial de la arquitectura saludable es que considera y tiene presente parámetros que influyen física y cognitivamente en las personas y, por tanto, incorpora durante el proceso de proyecto aspectos que no están definidos sólo por parámetros visuales, compositivos, geométricos o dimensionales, sino que implican también a aspectos cognitivos, fisiológicos, psicológicos y emocionales. Propone soluciones que dan respuesta a requerimientos y necesidades específicas, prescribiendo la manera de construir contextos y ambientes que obedecen a nuevas demandas sociales.
La arquitectura saludable es una innovadora forma de configurar, organizar y construir el espacio con el objetivo de dotarlo de activos que favorezcan la salud humana, generando además experiencias perceptivas equilibradas, tanto sensoriales como cognitivas, de forma que estas determinen el valor y el significado de la edificación.
Es un planteamiento arquitectónico que propone un nuevo modelo holístico –basado en pensar en la persona como centro– y que permite avanzar en el conocimiento necesario para diseñar unas arquitecturas y unas ciudades inequívocamente más saludables. Este nuevo paradigma se puede sintetizar en cinco principios básicos:
• Generar y disponer entornos limpios, eficientes e inteligentes
• Construir con materiales inocuos, con cero emisiones y sin huella ecológica
• Integrar de forma ética y segura las emergentes tecnologías de comunicación e información
• Diseñar entornos adaptables y compatibles a la evolución de los modos de vida
• Producir emoción con una arquitectura cargada de significado
La arquitectura es el arte de crear, con los recursos disponibles, las mejores condiciones de vida para los seres humanos construyendo, por medio de la técnica, espacios que emocionan. Saludable es un atributo que expresa una cualidad cuyo fin es conservar la salud corporal e incrementar el bienestar físico, cognitivo y emocional de las personas. El fin de la arquitectura saludable es diseñar y construir entornos con activos que favorezcan la homeostasis, disminuyan los factores de riesgo de enfermedades y faciliten, refuercen o promuevan la salud humana, desde el punto de vista fisiológico, sensorial y cognitivo.
Tras una arquitectura ecológica, sostenible y eficiente energéticamente, ha surgido un nuevo paradigma que la sociedad contemporánea exige aplicar de forma imperativa: la Arquitectura Saludable.
6. Bibliografía
Antonovsky, Aaron. 1979. Health, Stress, and Coping. San Francisco: Jossey-Bass.
Décosterd, Jean-Gilles y Rahm, Phillippe. 2002. Physiological Architecture. Basel: Birkhäuser.
Lalonde, Marc. 1974. A new perspective on the health of Canadians. Ottawa: Minister of Supply and Services Canada.
Lynch, Kevin. 1960. The Image of the City. Massachusetts: The M. I. T. Press.
McHarg, Ian L. 1969. Design with Nature. Minnesota: American Museum of Natural History.
Neutra, Richard. 1969. Survival Through Design. Londres: Oxford University Press.
Pallasmaa, Juhani. 2022. Los ojos de la piel. La arquitectura y los sentidos. Barcelona: Editorial GG.
Quesada-García, Santiago y Valero-Flores, Pablo J. 2020. “Architecture.” En The Routledge Companion to Health Humanities, editado por Paul Crawford, Brian Brown y Andrea Charise, 335-340. Londres: Routledge.
Quesada-García, Santiago, Valero-Flores, Pablo J., y Lozano-Gómez, María. 2023. “Towards a Healthy Architecture: A New Paradigm in the Design and Construction of Buildings.” Buildings 13 (8): 2001. https://doi.org/10.3390/buildings13082001
Sigerist, Henry. 1945. Civilitation and Disease. Chicago: University of Chicago Press.
VV.AA. 2014. El retorno de la serpiente. Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional. Madrid: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
World Health Organization. Ottawa Charter for Health Promotion. 1986. Consultado el 22 mayo de 2024. https://www.who.int/teams/healthpromotion/enhanced-wellbeing/first-global-conference
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Santiago Quesada-García. Dr. Arquitecto e Investigador Responsable
Pablo J. Valero-Flores. Dr. Arquitecto e Investigador
María Lozano-Gómez. Arquitecto e Investigador
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* Esta publicación es parte del proyecto de I+D+i PID2020-115790RB-I00 financiado por MICIU/AEI/10.13039/501100011033/
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