Una primera mirada sobre el andaluz
El español o castellano, como cualquier otro idioma, y más en este caso por el número de hablantes que lo usan (más de 350 millones), y por su
gran extensión geográfica, tiene diversas formas o modalidades de habla. Una de ellas es el habla andaluza, o mejor dicho, las hablas andaluzas, nombre con que es llamada por los lingüistas por su riqueza y variedad internas.
Las hablas andaluzas están entre las más y mejor estudiadas de las variedades del español. Sin embargo, la abundantísima bibliografía existente no ha tenido repercusión en el conocimiento que el andaluz medio, el no especialista, posee de su propia forma de hablar. El análisis detallado y exhaustivo, las reflexiones teóricas y la fijación de las zonas lingüísticas andaluzas han permanecido casi exclusivamente en el ámbito de la investigación, sin que haya habido después, en la sociedad en su conjunto -salvo raras excepciones- un reflejo adecuado de lo que hoy se sabe sobre el habla andaluza.
De ahí la presencia entre los hablantes de numerosos tópicos infundados, de prejuicios o complejos basados en la ignorancia y de verdades a medias sobre el habla andaluza, muchas veces teñidas de emotividad, o basadas en un presunto agravio comparativo, que, aireados no pocas veces en los medios de comunicación, han contribuido a la desinformación y, lo que es peor, a los juicios de valor (tanto negativos como exacerbadamente defensivos), carentes de fundamento. De ahí también un cierto complejo lingüístico que parece confiar la identidad de los andaluces a la posesión en exclusiva de alguna seña de identidad lingüística, como si la cultura de Andalucía no fuera lo suficientemente rica como para necesitar de refuerzos.
Seguramente actúa en todo ello cierta actitud mimética respecto a las comunidades autónomas que cuentan con una lengua particular, y quizás por un uso erróneo -a veces intencionadamente manipulado- que identifica falsamente la expresión lengua propia con lengua en exclusiva, cuando lo que significa simplemente es lengua materna de los naturales de una zona, sea o no exclusiva de ellos.
Es conocida la facilidad con que se identifica a los andaluces por su forma de hablar, por lo que se suele llamar el acento o deje: la idea de que en Andalucía se habla de una forma diferente está muy extendida incluso entre quienes no son especialistas en el estudio de las lenguas. La experiencia diaria lo muestra constantemente: chistes, narraciones de equívocos o malentendidos (la puerta der só/zó, que igualaría la Puerta del Sol y la puerta del Zoo, o tantas otras de este jaez), frases como los andaluces hablan (/ hablamos) de una forma muy graciosa / simpática..., en Andalucía se habla muy mal, los andaluces hablamos así, etc., por muy equivocadas o desenfocadas que nos parezcan (y en general lo son), constituyen un indicio evidente de ese reconocimiento.
El andaluz, como otras variedades de español, es una forma de hablar el español, una variedad oral. Si nos fijamos en un escrito de hablantes de español, en la mayoría de los casos no podremos averiguar su procedencia, salvo en los casos en que hayan utilizado palabras propias o exclusivas de su zona. Cualquier andaluz sabe que si se comunica por escrito será un usuario más del español, sin acentos ni dejes diferenciados.
Como ocurre en todos los idiomas, las variedades del español no son compartimentos estancos, sino que se producen con una gradación geográfica que los lingüistas consideran un continuum, es decir, algo sin cortes bruscos ni límites tajantes. En nuestro caso, los fenómenos que caracterizan y distinguen al andaluz no son exclusivos de él sino que reaparecen, aislados o en bloque, en otras zonas del mundo hispánico (en España o en América). En realidad, el habla andaluza forma parte de un conjunto mucho más amplio: