Conciencia lingüística de los andaluces

Antonio Narbona Jiménez

Según Manuel Machado, en Andalucía, y "sobre todo en Sevilla" se habla "el MEJOR castellano, el más RICO y SABROSO castellano del mundo". Y aunque este "mundo" suele limitarse al centro y norte peninsular, pues muy poco se piensa en América, donde viven nueve de cada diez de los más de 400 millones de hablantes que lo tienen como idioma común y propio, no extraña oír –y leer– a cada paso que los andaluces han de estar orgullosos de hablar español con esa particular expresividad, gracia e ingenio.

Pero no menos frecuente es que salga a relucir, fuera y dentro de Andalucía, la idea de que los andaluces hablan mal, de donde derivaría el mal llamado complejo de inferioridad lingüístico.

¿Cómo casar esas dos valoraciones, que se han manifestado desde que ha habido conciencia de la peculiaridad del andaluz?

No se piense que es algo exclusivo de los andaluces. Testimonios recogidos en Murcia por Antonio M. Bañón, como "En Murcia se habla fatal. Nos comemos las s finales y no finales, aunque relativamente hablamos bien; simplemente son las s" o "Sí se habla bien, porque mientras se entiende lo que decimos, hablamos bien, aunque debo decir que no somos muy buenos hablando", le llevan a hablar de esquizofrenia actitudinal.

Ocurre, además, y es algo que percibe cualquiera, que entre un granadino y un gaditano, o entre un sevillano y un almeriense, las diferencias no son pocas, y saltan sobre todo al oído, que no a la vista, pues la ortografía es idéntica para un andaluz, un aragonés, un argentino o un peruano. Es decir, que NO hay UN modo de hablar (mejor sería decir de pronunciar) andaluz:

  • No todos los andaluces, ni mucho menos, realizan la –s final de sílaba o palabra de igual modo, por ejemplo, como aspi-rada (cahco hihtórico), si es que lo hacen de alguno, pues en muchos casos se pierde, de modo que una expresión como manía de vieho podría equivaler a ´manía de viejo´, ´manías de viejos´, ´manía de viejos´, ´manías de viejo´, según quién y en qué contexto lo diga. Y se llega a tachar de finolis e incluso acusar de incurrir en deslealtad a los que pronuncian las casas del casco histórico están abandonadas, por "imitar" –se piensa– a los peninsulares norteños. Unos andaluces sesean, otros cecean y otros distinguen s/z, con realizaciones varias en todos los casos. No hace tanto que Andalucía pasó de tener un presidente seseante a otro que distingue entre tasas y tazas o entre sesiones y cesiones, entre otras diferencias, algo que, por cierto, pasa casi inadvertido.
  • b) Bastantes andaluces no usan el plural vosotros, pero no todos los que se valen únicamente de ustedes incurren siempre con discordancias del tipo ¿uhtéde se vái o se vai a quedá?, tomá ehto pa que se relajéi. El desuso de tal pronombre se da en Canarias y en gran parte de Hispanoamérica.

Los ejemplos pueden multiplicarse con facilidad.

Aunque las hablas andaluzas se identifican de inmediato por el ritmo y la entonación (y también en esto hay claras diferencias entre unas zonas y otras), lo habitual es caracterizarlas básicamente por la pronunciación. Pues bien, aparte de que no todos los rasgos fonéticos tenidos por andaluces gozan, ni mucho menos, de igual consideración y prestigio, hay que aclarar que:

  • Ninguno es compartido por TODOS los andaluces o está extendido por TODA la región.
  • Tampoco lo hay que sea EXCLUSIVO de ellos (la aspiración de la –s implosiva, el más significativo, se da fuera de Andalucía, en España y América).
  • No son pocos los que no gozan de gran aceptación sociocultural ni siquiera entre los propios andaluces. Piénsese en el ceceo (no zé qué le paza), o en el bastante extendido heheo: (sí), ¿qué dihe? (¿qué dices?).
  • Y algunos de los más generalizados, como la pronunciación relajada de la /x/ de caha o coher, apenas cuentan en realidad en la conformación de la conciencia identitaria de los andaluces.

Se explica así, en primer lugar, que la búsqueda de la identidad lingüística colectiva de Andalucía se haya hecho a través de un camino que podría resumirse del modo siguiente:

  • Si toda identidad colectiva se construye históricamente y se refuerza tanto por vía excluyente como sobre la base de la HOMOGENEIDAD interna de la comunidad, la heterogeneidad lingüística de Andalucía hace que algunos acentúen la búsqueda por la primera senda: ¿qué NOS SEPARA de OTROS? A veces, no se trata de destacar sólo lo que TENEMOS y otros no tienen, sino también aquello en lo que simplemente NO QUEREMOS -O NO NOS GUSTARÍA- COINCIDIR con esos OTROS.
  • Ocurre, sin embargo, que bastante de lo que NOS SEPARA tampoco acaba de gustar a los propios andaluces, sin que tampoco en esto haya coincidencia entre unos andaluces y otros.
  • En consecuencia, se prefiere NO descender a los usos concretos, y mantenerse en el terreno menos comprometido del ESTATUS SIMBÓLICO, una imagen que creen asignada por ESOS "OTROS" (casi siempre los peninsulares que están al norte de Despeñaperros), y con la que no están de acuerdo ni conforme.
  • Ello basta para adoptar una actitud circular DEFENSIVA-OFENSIVA, plasmada como VICTIMISMO-REIVINDICACIÓN, y que se manifiesta en la DEFENSA y DIGNIFICACIÓN DE "LO NUESTRO", en la voluntad de PRESERVARLO de cualquier "INVASIÓN" EXTERNA , en la LUCHA CONTRA UNA HIPOTÉTICA DISCRIMINACIÓN, MARGINACIÓN, DESPRECIO o MENOSPRECIO…

Pero cuando los "defensores" se refieren a "LO NUESTRO", a menudo los usos lingüísticos quedan encapsulados dentro de un ámbito muy amplio e inconcreto, por ejemplo, el PATRIMONIO CULTURAL, de manera que EL ANDALUZ SE DILUYE EN LO ANDALUZ.

Y se entiende también que, por ejemplo, sean tan escasas las menciones de los usos lingüísticos en nuestro Estatuto de Autonomía, donde, aparte de figurar en el Artículo 10 del Título Preliminar, entre los objetivos básicos de la Comunidad, "la defensa, promoción, estudio y prestigio de la modalidad lingüística andaluza en todas sus variedades", sólo vuelve a aludirse a lo idiomático en el Artículo 213: "Los medios audiovisuales públicos promoverán el reconocimiento y uso de la modalidad lingüística andaluza, en sus diferentes hablas". Muy lejos, pues, de la pretensión planificadora o normalizadora de quienes se empeñan –inútilmente- en encontrar un ANDALUZ CULTO MEDIO que pudiera ofrecer una relativa homogeneidad, aspiración que ni siquiera es ajena a los círculos académicos, como puede comprobarse en Bases para la planificación lingüística de Andalucía, libro escrito por F. J. García Marcos, profesor de la Universidad de Almería, para intentar dar "respuesta a una urgencia objetiva e imperiosa de la realidad social andaluza, la gestión de su situación lingüística". Habría que preguntarse ¿De verdad sienten los hablantes tal "gestión" como algo urgente? Lo que sí se está produciendo es algo MUY DISTINTO, un proceso continuo de nivelación, pero no por imposición de ninguna instancia, que no existe, sino gracias al progresivo desarrollo de la competencia idiomática (oral y escrita) y comunicativa de un número cada vez mayor de andaluces, que saben que ganan con ello. Pero nivelación no es uniformidad ni, mucho menos, igualación.

Como se ve, no son pocas las dificultades con que se tropieza al abordar la cuestión de la IDENTIDAD lingüística de Andalucía. Habría que empezar por quitar de la circulación muchas falsedades históricas, y replantearse el fundamento de todas y cada una de las ideas con que comúnmente se la define. ¿Reside, por ejemplo, esa peculiar "expresividad" en las formas de pronunciar, en una supuesta "riqueza" de vocabulario y fraseológica, en la prosodia…? Y, antes de sostener que los andaluces hablamos bien, mal, regular, o mejor que "otros", sería preciso aclarar lo
que se quiere decir con hablar bien (o mal). Y, todavía antes: ¿QUÉ ES, EN QUÉ CONSISTE hablar (en) andaluz? No se puede perder de vista, aunque no todos lo aceptan de buen grado, que es el español que se habla en Andalucía, y no por LOS andaluces, pues no todos son hablantes de andaluz

  • Si no se responde a estas y otras preguntas, preferible es no abordar la cuestión de la identidad lingüística. Es precisa, y urgente, una labor de CLARIFICACIÓN, empezando por buscar las razones por las que las contestaciones, casi todas subjetivas e impresionistas, a esos interrogantes son con frecuencia, no solo diferentes, sino incluso contrarias y contradictorias. Bastantes de las opiniones (ya se sabe que todo el mundo se siente legitimado para emitir juicios, con frecuencia radicales, acerca de los usos lingüísticos) no pasan de ser meras apreciaciones personales, no están fundadas en criterio alguno y no se corresponden con la realidad. Y ello no sólo es consecuencia del desconocimiento, sino que se debe a otras razones, algunas de las cuales tienen que ver con la instrumentalización y manipulación de lo que no debería convertirse en bandera, y mucho menos en bandera arrojadiza. Si a nada bueno conduce hacer política strong>con las lenguas (es desafortunada la expresión política lingüística), ¿a dónde puede llevar convertir una modalidad en ariete frente a otras –de lo que no escaparían "otras" modalidades andaluzas - de la misma lengua? Como la incidencia de tales ideas en el comportamiento idiomático cotidiano de los hablantes va a ser prácticamente nula, no se ve qué política lingüística podría seguirse, que, de todos modos, tendría que acabar por preferir, sin argumento objetivo, a una de las modalidades andaluzas y no a otras. La elección de un rasgo cualquiera, por ejemplo el seseo, dejaría fuera a bastantes andaluces, casi dos tercios del total.

A nadie se le oculta que el empeño no es fácil. Pero no hay otra vía para desmontar tópicos y estereotipos que la difusión del conocimiento, de manera que se imponga sobre los juicios no objetivos y acabe por desarraigar inexactitudes y falsedades asentadas que se siguen divulgando. Y es eso lo que falta en Andalucía, que se proyecte sobre la sociedad el conocimiento cabal de nuestra realidad lingüística. A ello responde la reciente aparición del libro La identidad lingüística de Andalucía (publicado en Sevilla por el Centro de Estudios Andaluces), coordinado por Antonio Narbona, y en el que también han colaborado R. Cano, R. Morillo, E. Méndez y J. J. de Bustos. Es una obra que viene a complementar otra, El español hablado en Andalucía, escrita por los tres primeros autores citados, y de la que el Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla acaba ha publicado la 3ª edición en 2011. Además de la fundamentación teórica de la idea misma de identidad lingüística, se hace un esfuerzo ingente para documentar históricamente cuanto atañe a la trayectoria evolutiva del castellano traído -en diferentes épocas- a estas tierras, pues la explicación de la formación y consolidación de una identidad lingüística ha de ser, ya lo he dicho, inicialmente histórica. Si se ignora o, peor aún, se falsea la historia, cualquier dislate es posible. También se ha tratado de poner orden y claridad en la extraordinaria complejidad y el incesante dinamismo de la fonética andaluza. La imagen del andaluz es poliédrica, pero cuando se simplifica, es fácil caer en simplezas y lugares comunes. Y el rastreo minucioso que se ha llevado a cabo en archivos, hemerotecas, bibliotecas, así como el análisis de la cuestión en los medios de la comunicación audiovisuales y en el mundo de la enseñanza, deberían contribuir a acabar con no pocas de las confusiones que se propagan.

No hay que ser, con todo, muy optimistas sobre la capacidad de proyección clarificadora de los estudiosos. Cambiar los sentimientos y las actitudes arraigadas requiere el concurso de todos, y, en particular, de los medios de comunicación.

En resumen:

  • Es indudable que en Andalucía hay conciencia de identidad lingüística colectiva, pero los andaluces son también conscientes de que no es homogénea.
  • Toda identidad colectiva se construye y refuerza frente a la de otros. En España, aunque con diferencias en cada caso, es observable una clara tendencia a potenciar la lengua cooficial calificada de propia (catalán/valenciano, vasco y gallego) a costa del papel del español. En el caso de las hablas andaluzas, al pertenecer los supuestos "avasalladores" (los castellanos norteños) a la misma comunidad idiomática, el enfrentamiento no debería ser originaria ni principalmente lingüístico, pero ahí están los comentarios de alguna parlamentaria catalana y hasta del Presidente de esa Comunidad para decir que "no entiende" a los andaluces. La identidad de los hablantes de español-andaluz no es excluyente, sino inclusiva y jerarquizada. La identidad instalada en la conciencia de los hablantes es, por eso mismo, poco o nada conservadora. Y no me refiero al carácter innovador (para algunos incluso revolucionario) de la fonética, sino a una actitud nada rígida frente a sus propios usos. Cada vez son más los que no tienen inconveniente en despojarse –siempre o en determinadas situaciones comunicativas- de aquellos rasgos que, por circunstancias diversas, no gozan de prestigio ni fuera ni dentro de la región,  frenar la excesiva relajación articulatoria o “restaurar”, parcialmente al menos, lo perdido o modificado en ¿t-a-nterao? (por ¿te has enterado?), en s´a ío [a] vé ar arcarde, no pué sé, si yo fuá´htao ayí no se fuá comío´r hamó, etc. Es verdad que, cuando se habla de prestigio, todas las precauciones son pocas ¿Acabará desapareciendo la distinción ll/y en pueblos del Aljarafe sevillano (con una clara pronunciación lateral de la ll de caballo o calle), en los que los hablantes que la practican se lamentan de lo que les “cueste” pasarse al yeísmo? Así pues, son a veces los “defensores” a ultranza del andaluz los conservadores, al empeñarse en el mantenimiento de todo lo que consideran tradicional, por creerlo garantía de la pervivencia de nuestra auténtica imagen colectiva. Ocurre que algunos de los que consideran "especies protegidas a determinadas expresiones (por ejemplo, quienes insisten en que se empleen alcancía y zarcillos -"porque así se ha dicho siempre"- y no hucha o pendientes) ni siquiera reparan en que no son andaluzas (en ninguno de los sentidos) muchas de ellas. Y no se pierda de vista que los mismos que se jactan de ser defensores y valedores del andaluz, no dudan en "condenar" unos usos y recomendar otros, para conseguir un indefinido andaluz culto medio. De modo que el DÉCALAGE entre los paladines del andaluz y los hablantes tiene un sentido inverso al que le atribuyen los primeros. Los segundos son los que podrían ser calificados de "progresistas", al no resignarse a permanecer anclados en el limitado registro que sólo sirve para lo inmediato y práctico.
  • Especialmente relevante -central, no periférico- es el papel del andaluz en el conjunto de las fuerzas que refuerzan el centripetismo del español común, tanto en la España plurilingüe como en el conjunto del mundo hispanohablante. Esto no está reñido, ni mucho menos, con el carácter pluricéntrico, hoy casi unánimemente aceptado, de nuestro idioma. Castilla ha dejado hace tiempo de ser el único eje de referencia, pues son varios los centros de proyección e irradiación. México o el área rioplatense son casos claros, pero se reconoce también un español andino, otro caribeño…. El andaluz, gracias a la salida del infernal círculo de la pobreza, de la superación del atraso económico y social, la erradicación del analfabetismo, la escolarización total, el desarrollo cultural, etc., no sólo contribuye como el resto de las modalidades al fortalecimiento de la unidad idiomática, sino que ocupa un lugar de privilegio dentro de esa realidad pluricéntrica. He aludido al cambio reciente en la Presidencia de la Junta de Andalucía. Pero antes, en España asistimos a una alternancia no menos significativa: a un presidente “castellanohablante” sucedió Felipe González, con rasgos andaluces, sin que nadie se extrañara de ello. No. No cabe hablar en Andalucía de “cuestión lingüística”, ni, mucho menos, de  problemas semejantes a los derivados de la convivencia del español con las lenguas regionales peninsulares. Las hablas andaluzas, que no se dejan caracterizar si la mirada no alcanza también a Canarias y América, pueden aportar no poco al pacto que con urgencia debería hacerse para armonizar y rebajar las tensiones, más políticas que idiomáticas, que no cesan de producirse.

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