LA GUERRA CIVIL EN OSUNA

A finales de julio de 1936, tras hacerse con el control de Sevilla y de buena parte de los municipios próximos a la capital, los militares sublevados contra la República emprendieron dos ofensivas simultáneas para ocupar el norte de la provincia y los municipios situados en el arco más suroccidental, los correspondientes a los partidos judiciales de Osuna y Estepa. Dada su proximidad, en esta tarea colaboraron las fuerzas de Écija (en poder de los sublevados desde el 18 de julio), aunque el esfuerzo principal recayó sobre una nutrida columna formada en Sevilla al mando del comandante Castejón, compuesta –según Martínez Bande– por una bandera completa de legionarios con sus secciones de ametralladoras, una compañía de Infantería con morteros, un escuadrón a pie del regimiento de caballería “Taxdir”, una batería de artillería, una compañía de Sanidad, una sección de zapadores, medio centenar de guardias de asalto, otro medio centenar de requetés y dos autos blindados. En total, una fuerza aproximada de ochocientos hombres que salió de Sevilla a las cuatro de la madrugada del 28 de julio y que, tras llegar por carretera a Écija, giró hacia el sur, ocupando Osuna.

En Osuna no hubo asesinatos de derechistas, ni incendios de edificios, ni quemas de iglesias, ni obras de arte destruidas, y los saqueos que se produjeron fueron irrelevantes; pero en los días y semanas siguientes iban a ser fusilados, en Estepa y en la propia localidad, aproximadamente doscientos vecinos, y un número aún por determinar de personas residentes en las localidades próximas.

En la captura de los numerosos huidos de los pueblos que vagaban sin rumbo fijo por los campos y cortijos de la campiña alcanzaron renombre los “caballistas de Osuna”. Estos constituían una partida irregular formada por un puñado de señoritos y sus guardas y gente de confianza. Provistos de fusiles y pistolas y ataviados con botas camperas, trajes cortos, sombreros de ala ancha o boinas de requeté, y todos a lomos de sus jacas andaluzas, por su empaque daban la sensación de que se trataba de un grupo que iba de romería. Su misión sin embargo, según Vicente Durán Recio, era otra: practicar el juego que llamaban “la caza de las liebres”, es decir, avanzar desplegados por los campos para hacer salir de sus escondites a las personas que habían huido tras la toma de sus pueblos. Estos eran, obviamente, “las liebres”, desempeñando los caballistas el papel de “galgos”.

El juego consistía en localizar alguna presa e ir acorralándola hasta dejarla extenuada. En su huida la mayoría de aquellas personas tropezaban, caían y volvían a levantarse, hasta que agotados se dejaban atrapar por los caballistas. El final solía ser o un par de tiros o atarles las manos y echarlos a andar delante de sus caballos, hasta llegar al cementerio de Osuna. Allí, tras un rato de descanso, los “galgos” discutían sobre si dejar a las “liebres” en libertad, entregarlas a las autoridades o fusilarlas. Si acordaban esto último ellos mismos realizaban la ejecución, pero eran después “los pagaos” del pueblo quienes se encargaban de darles sepultura.

Universidad de Sevilla - Osuna Recuerda 2022