Otros hechos fonéticos andaluces y su (posible) historia
Se ha dedicado tanto tiempo a la cuestión del seseo-ceceo porque, como se anunció, es el cambio considerado casi unánimemente más definidor del andaluz. Claro que con él ya parece evidente que el andaluz no cubre, ni mucho menos, toda Andalucía: al menos, la tercera parte de la región quedó fuera del proceso, y desde siempre. El seseo-ceceo y una de sus consecuencias, la especial articulación de la ese andaluza, han sido utilizadas ya en la época de su difusión como marca de lo andaluz (de lo sevillano, personalizaban muchos viejos gramáticos). Sobre él ha girado además la discusión en torno a los orígenes del andaluz.
Ninguno de los otros cambios fonéticos que delimitan al andaluz dentro del español general ostenta una historia tan perseguible, ni unos límites geográficos tan constantes. El seseo-ceceo es un cambio que, en la Península, quedó detenido en Sierra Morena, sin que haya manifestado nunca indicios de que vaya a superar dicho límite; es más, hoy se debate en la conservación o pérdida de segmentos sociales, quizá más que de zonas geográficas, que había ganado en los tiempos antiguos. Otros, en cambio, sobrepasan ampliamente esa frontera. Y otros están, por el contrario, mucho más reducidos, dentro de la misma Andalucía.
La aspiración y pérdida de la -s final de sílaba y de palabra es un buen ejemplo de la primera categoría. Es un cambio, quizá el único, general en Andalucía. Y es un cambio que para muchos andaluces marca una frontera irrenunciable con el castellano de fuera: eso de pronunciar todas las eses, para muchos andaluces, es un martirio a la vez que algo absolutamente innecesario. Es verdad que el fenómeno va acompañado de otros que, nuevamente, diferencian a los andaluces: las ocho o laj ocho o la ocho, loj díaj o lo θía, loj tóro(j) o lottóro... se reparten el habla andaluza según muy variados parámetros geográficos, sociales y situacionales.
Pero también es verdad que la frontera entre estas pronunciaciones y la de los días o los toros es la que marca... ¿lo andaluz frente a lo no andaluz? Hasta cierto punto: laj ocho, loj día(j) y loj tóro(j) se oyen en toda Extremadura, llegan a Toledo, incluso a Madrid, y hoy es fenómeno bien conocido en Salamanca, Ávila, la Rioja, o el interior castellanohablante de Valencia. El andalucismo de tal aspiración ha de ponerse, pues, fuertemente en entredicho. Porque, además, ni siquiera Andalucía puede reivindicar la paternidad histórica del fenómeno. No se sabe cuándo ni dónde nació: para algunos llegó a Andalucía con los reconquistadores del XIII, que ya lo traían de otras partes (quizá de Toledo); para otros no se desarrolló sino en el XVIII. Ni gramáticos ni historiadores hablan de él hasta el XIX; antes, el fenómeno sólo se utilizó para caracterizar el habla de los esclavos negros en la forma tan convencional que adoptaban los lenguajes de minorías en la dramaturgia de los siglos XVI y XVII. Y los testimonios de tal hecho en la escritura han de limitarse, por fuerza, al recuento de los olvidos de poner esa -s: nuestro conocimiento de la escritura, antigua y moderna, nos ha enseñado de sobra que no siempre que el escriba deja de poner una letra es porque no la pronuncia. Nos hallamos en un impasse del que, según muchos, difícilmente se podrá salir.
Además de esta aspiración, el andaluz tiene otras dos (lingüísticas), que manifiestan muy bien la mezcla de tradición e innovación, de arcaísmo y de ruptura, que en lo fonético manifiestan estas hablas (y que matiza la tópica imagen del andaluz lingüísticamente revolucionario). Se trata de las aspiraciones de jierro y de jamón. La primera es un residuo, un resto en vías de desaparición (o de fosilización en ciertas palabras: jartarse, ajumarse, juerga...) de lo que fue, hasta el XVI, un fenómeno castellano general, y en ese siglo un fenómeno del mejor castellano (el sonido aspirado en que se había convertido en Castilla la F- latina). Nuevos modos lingüísticos venidos, quizá, de Castilla la Vieja y de la corte madrileña, lo arrinconaron a los márgenes de la Península (desde Salamanca hasta el interior de Andalucía), y ahí se sigue debatiendo. Pero tuvo la suficiente fuerza como para atraer al nuevo sonido gutural que el castellano del siglo XVI estaba construyendo: por eso la mayor parte de Andalucía dice hamón o páharo. Paradójicamente, la aspiración primitiva se está perdiendo, hoy cada vez más; la otra, advenediza, está plenamente asentada en la región. Pero, nuevamente, no en toda: el Este, de Jaén a Almería, que había olvidado,
al compás de lo ocurrido en Castilla, con mayor rapidez la aspiración de jierro o jembra, no hizo aspirado el sonido de jamón o gente, sino que lo pronunció, en mayor o menor grado, como la mayor parte de la Península, es decir, con una velar plena.
El resto de los fenómenos que para muchos, no filólogos por supuesto, caracterizan el habla de Andalucía tiene origen variado, ninguno es estrictamente andaluz, y tienen una presencia mayor o menor fuera de la región. Lo único andaluz sería, quizá, su consistencia y su extensión dentro de la población andaluza, mayor, más intensa que en otras partes. Se trata de las confusiones entre -r y -l (el arcarde y la palte, esta más rara pero también presente), la pérdida de la -d- (cantao, perdío, tó y ná),
la pérdida de las consonantes finales (cantá, ospitá, paré); y la igualación de ll y y (el yeísmo), fenómeno este que en Andalucía coexiste con residuos de distinción en diversos puntos de la región. Son fenómenos de historia textual más o menos conocida, pero que ni por su historia ni por su presencia actual pueden ser utilizados para calificar el habla de la región como diferente de la usada en otros territorios hispánicos. Otros fenómenos, en cambio, sí son andaluces, al menos por su difusión actual; pero ignoramos todo de su historia: la relajación de noshe y mushasho, la apertura y alargamiento de las vocales finales tras la eliminación de -s (loj níñoo), o la igualación de -a(s) y -e(s), -á(l) y -é(l), -á(r) y -é(r) (laj peséte, el ojpité, la mé). Hasta el momento, el historiador de las hablas andaluzas ha de limitarse en estos casos a elaborar hipótesis explicativas, cuya verosimilitud dependerá exclusivamente de lo atinado de su juicio, pero no de ningún apoyo textual histórico.
Extraido de: Rafael Cano Aguilar, "La historia del andaluz", en Actas de las Jornadas sobre "El habla andaluza. Historia, normas, usos", Ayuntamiento de Estepa, 2001, 33-57