García Sanjuán, L. (1999): Los Orígenes de la Estratificación Social. Patrones de Desigualdad en la Edad del Bronce del Suroeste de la Península Ibérica (Sierra Morena Occidental c. 1700-1100 a.n.e./2100-1300 A.N.E.). British Archaeological Reports International Series. S823 Oxford. Archaeopress. 307 Páginas, 170 Figuras, 57 Tablas. ISBN 1-84171-035-0.
Introducción
Sin duda, uno de los rasgos que de forma más inmediata destacan acerca de la sociedad humana actual a escala planetaria es el de la desigualdad social, siempre acompañada de su ineludible reverso, la explotación económica. Ambos fenómenos se hacen visibles con brutal crudeza al comparar las condiciones materiales de la existencia entre diferentes países o regiones, o entre razas o etnias, o en el seno de diferentes clases y castas dentro del mismo país o región. Cualquiera que sea el ámbito o la escala de análisis que se escoja para la comparación, se comprobará que las diferencias en el acceso a los recursos subsistenciales básicos (no digamos ya la riqueza material, el bienestar o la calidad de vida) de los seres humanos actuales son enormes: según las estadísticas de la ONU, en 1998, 1600 millones de personas no tenían acceso a agua limpia para consumo, 2000 millones padecían anemia y 800 millones presentaba deficiencias nutricionales graves para la supervivencia humana. Al mismo tiempo, mientras el 20% más rico de la población mundial engordaba consumiendo casi el 50% de la carne y el pescado que se consume en el mundo y gastaba el 60% de la energía mundial, el 20% más pobre de la población del mundo apenas disponía del 5% de las proteínas y empleaba menos del 4% de la energía disponible (UNDP, 1998). Diversos estudios han mostrado cómo la riqueza de unos países y regiones del mundo se basa en la pobreza y la explotación de otras, de igual modo que dentro de muchas naciones o estados el bienestar de unas clases se basa en los bajos salarios y la miseria de muchos. En el caso de Europa o Estados Unidos, el alto nivel de bienestar y riqueza material actual se sustenta en buena parte en unas acumulaciones originales de capital y riqueza que se derivaron de la depredación y el expolio de amplias regiones, como por ejemplo América Latina (Amín, 1986:241; Galeano, 1996:42).
La paradoja es que, al tiempo que la humanidad ha desarrollado en los dos últimos siglos una serie de principios teóricos igualitaristas (derechos humanos, igualdad de géneros, credos, razas, etc.) que resultan a todas luces extraordinarios y enorgullecedores desde una perspectiva temporal amplia (principios, eso sí, perfectamente teóricos), la desigualdad parece no haber dejado de recorrer una senda de silencioso y cruel estancamiento o incluso crecimiento (Vidal, 1990:358).
¿De donde procede tan ingente desigualdad? Durante mucho tiempo, básicamente antes de los estudios de K. Marx en el siglo XIX, se creía que la desigualdad social era un don natural (o divino) regalado a la humanidad para su más eficiente organización. Según esta visión, desde el origen mismo de la Historia, los individuos más aptos, preparados y capaces (los nobles, la aristocracia) habían venido ocupando los cargos de mayor responsabilidad, asumiendo su alto destino como gestores de la producción y la riqueza colectivas. En la sociedad feudal europea se pensaba que la organización de la comunidad en tres estamentos estancos era el armonioso resultado de la voluntad inmutable de Dios. En la actualidad el progreso de las Ciencias Sociales ha mostrado que los estamentos, como las clases o las castas, lejos de ser el regalo de un Dios bondadoso, son un artefacto creado por la activa mano del ser humano, y que no son en absoluto inmutables, aunque las clases y estamentos siguen de hecho existiendo. Hoy día (no sin mucho debate, que aún continúa y continuará), las Ciencias Sociales van siendo capaces de mostrar las formas cambiantes que la desigualdad han ido asumiendo dentro de la sociedad humana desde el nacimiento mismo de ésta, como también han mostrado que las formas más violentas, extremas y crueles de desigualdad aparecieron en un momento relativamente reciente de nuestro Pasado, como consecuencia y resultado de unas circunstancias históricas y condiciones materiales muy concretas.
No ha existido ninguna sociedad humana perfectamente igualitaria, donde nadie tuviera ningún poder sobre nadie y donde todos los individuos gozaran de exactamente los mismos derechos. Incluso en las formas de organización más sencillas que ha conocido la humanidad, las mujeres solían tener menos derechos que los hombres, y los niños/as menos derechos que los adultos/as. Pero estas formas de desigualdad y explotación eran tan tenues y benignas comparadas con las que aparecerían y se desarrollarían posteriormente que bien podrían recibir el apelativo de igualitaristas. En ciertas regiones del planeta, a partir de un momento entre los milenios IX y VIII antes de nuestra era, comenzaron a consolidarse unos patrones de organización social que en poco tiempo (o lo que los prehistoriadores consideramos poco tiempo, unos tres o cuatro mil años) darían lugar a formas verdaderamente feroces de dominación y explotación de unos humanos por otros. Luego de su aparición original, estas formas de explotación y desigualdad se han expandido muy deprisa por el planeta, fagocitando en apenas otros 4000 años a todas las sociedades menos desigualitarias (o más igualitaristas si se prefiere) que quedaban, sin importar la distancia a la que se encontraran.
Desde hace un siglo y medio, varias disciplinas de las Ciencias Sociales, dotadas de unos métodos de investigación y de unas teorías e hipótesis cada vez más sofisticadas, vienen arrojando constante luz sobre la forma en que las diversas formas de organización social humana han cambiado y evolucionado en el tiempo desde su incepción en el Paleolítico Inferior, y sobre las maneras en que la desigualdad se metamorfoseado dentro de esas formas de organización social. A este campo de estudio y producción científica se le conoce como Evolución Social, y una de las disciplinas que más activa y fecundamente ha contribuido (y contribuyen) a su desarrollo es la Arqueología.
El estudio arqueológico de la Evolución Social en la Prehistoria, y más concretamente el surgimiento de las primeras formas de desigualdad y explotación agudas, constituye el dominio de conocimiento en el que se inserta este libro. En realidad, no obstante, podría afirmarse que el tema concreto que se desarrolla (más adecuado y abarcable), es el del origen de la Estratificación Social o de la Sociedad de Clases en el Viejo Continente y (todavía más específicamente) en la zona Suroccidental de la Península Ibérica. Es un estudio concreto, que se desenvuelve en unas coordenadas espacio temporales restringidas y concretas, pero que no obstante busca al mismo tiempo insertarse en un dominio de investigación amplio y genérico.
El periodo de la Prehistoria Reciente en el que se centra la investigación de tal problema es la Edad del Bronce, entendida como el periodo comprendido entre c. 2100-1300 cal ANE, aunque en realidad, y por la vocación procesualista que asumo, los periodos anterior y posterior a la Edad del Bronce, a los que me he referido genéricamente como Edad del Cobre (c. 3200-2100 cal ANE) y como Bronce Final (c. 1300-850 cal ANE), reciben un casi idéntico tratamiento, de forma que, por ejemplo, prácticamente todas las categorías empíricas que son utilizadas en la contrastación del marco hipotético de esta investigación son aplicadas por igual a los registro arqueológicos de los tres periodos. En mi opinión, en el estado actual de la investigación no es posible comprender el problema del origen de la estratificación social en la Prehistoria Reciente de ninguna región Peninsular sin tratar de forma procesual todo el ciclo de surgimiento y consolidación de la Complejidad Social entre finales del Neolítico y la I Edad del Hierro.
En el Capítulo I de este trabajo se discute el planteamiento epistemológico que lo informa y ordena; en él he intentado articular mis particulares visiones sobre varios aspectos epistemológicos concernientes a la investigación arqueológica en forma de un discurso que, aparte de resultar coherente, pudiera constituirse en un heurístico de utilidad para el conjunto del trabajo. En el Capítulo II, y sobre la base de las premisas epistemológicas asumidas en el Capítulo I, he intentado delimitar una serie de conceptos teóricos relativos al origen de la sociedad estratificada y a la metodología de su identificación y reconocimiento desde la Arqueológica.
En el Capítulo III se procede a la pre-contrastación del marco hipotético desarrollado en el capítulo precedente. El cuadro de indicadores arqueológicos de la Estratificación Social es confrontado con el registro empírico de las formaciones sociales del periodo c. 3200-850 cal ANE en el Suroeste peninsular con el objeto de producir un marco interpretativo preliminar que respalde el análisis posterior de un caso específico. El análisis de la configuración medioambiental de Sierra Morena occidental y de su Historia reciente (siglos XIV a XX d.n.e.) en el Capítulo IV permite el rastreo de las invariantes que caracterizan los sistemas productivos históricamente documentados al objeto de proceder a la construcción de un marco de contrastación diacrónico. Al final de ese mismo capítulo se describen las muestras de datos y variables arqueológicas seleccionadas, así como las técnicas de análisis de datos empleadas.
En el Capítulo V, este conjunto de técnicas es aplicado al examen de las implicaciones contrastatadoras de la hipótesis y del cuadro de indicadores de la estratificación social para el registro habitacional, lo mismo que se hace en el Capítulo VI con respecto al registro funerario. Finalmente, en el Capitulo VIII se realiza un análisis del registro habitacional desde una escala de inferior precisión (nivel macro), visualizándose los patrones de relaciones de los asentamientos entre sí, de los asentamientos con los depósitos funerarios y otras categorías de localizaciones, y de los asentamientos con los principales rasgos configuradores del medio ambiente.
La mayor dificultad que he encontrado en la realización de esta investigación ha derivado del ámbito empírico. A pesar de que este estudio cuenta con la ventaja inicial de disponer de los datos generados por un Proyecto de Investigación Sistemática, en conjunto puede decirse que ha resultado casi imposible sustraer el alcance de la misma a las limitaciones impuestas por un registro arqueológico producto de una trayectoria disciplinar previa ordenada por y orientada hacia la resolución de problemas completamente diferentes.
La investigación del origen y desarrollo primitivo de la sociedad de clases constituye un fascinante un ámbito de análisis arqueológico que, por su novedad y escasa maduración, presenta numerosos problemas epistemológicos, teóricos y metodológicos. El intento de resolver los mismos, efectuado en la primera parte de este trabajo, puede ser considerado relativamente independiente del resultado de su contrastación contra un universo observacional seleccionado por razones muy concretas.
Este trabajo tiene como base una Tesis Doctoral realizada entre Diciembre de 1992 y Junio de 1996 en el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla, bajo la dirección del Dr. V. Hurtado Pérez, merced a una Beca Predoctoral (FPI) de la Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía y a diversas ayudas para la realización de estancias breves de formación e investigación en el Reino Unido, Portugal y Dinamarca. A todas las instituciones que han mostrado su confianza en esta línea de investigación quiero mostrar mi sincero agradecimiento.
Referencias
AMIN, S. (1986): El Desarrollo Desigual. Madrid. Planeta [1ª edición 1974]
GALEANO, E. (1996): Las Venas Abiertas de América Latina. Madrid. Siglo XXI [1ª edición 1971]
UNDP (1998): Human Development Report 1998. New York. United Nations
VIDAL, J.M. (1990): Hacia una Economía Mundial. Norte/Sur Frente a Frente. Barcelona. Plaza & Janés