Prospección arqueológica de carácter minero y metalúrgico: fuentes y restos

Mark A. Hunt Ortiz

Arqueólogo

Acontia. Revista de Arqueología. N.º 2 (1996): 19 a 28

I.S.S.N: 1135-8858

Resumen: Partiendo de la experiencia acumulada en varias campañas de prospección de carácter arqueometalúrgico, en el SO peninsular, se ha podido contrastar y valorar la importancia de las diversas fuentes significativas para el caso. En este trabajo, el interés se centra en las minas, con atención a los distintos tipos de fuentes y restos.

Palabras clave: Arqueominería, Suroeste, Península Ibérica, Toponimia, Geología, Topografía, Prospección.

Introducción

La realización de varias campañas de prospección arqueológica de carácter arqueometalúrgico, fundamentalmente en las provincias más occidentales del Suroeste de la Península Ibérica, nos ha permitido contrastar la importancia de las muy diversas fuentes que podrían aportar los datos necesarios para este tipo de investigación arqueológica. Así mismo, su estudio ha permitido establecer una serie de criterios respecto a esas fuentes y a su valor a la hora de la detección y estudio de yacimientos arqueológicos relacionados con la extracción y la transformación de minerales.

En este caso nos centraremos particularmente en el estudio de los yacimientos minerales explotados: las minas. Hay que tener en cuenta, por otro lado, que las actividades mineras y las metalúrgicas aparecen en muchas ocasiones en estrecha relación no sólo espacial. Así, el estudio de la minería conllevaría necesariamente la investigación de los restos estrictamente metalúrgicos (escorias y otros subproductos).

La zona geográfica de la que se trata ofrece características peculiares. Es un área con gran importancia minera y en la que desde hace siglos, milenios podríamos decir, se han concentrado esfuerzos para la detección, estudio y beneficio de los yacimientos mineros. No se pretende de ninguna forma _n este caso la exposición exhaustiva de las fuentes concretas, que variarán sin duda según las regiones, sino más bien la presentación general de los distintos tipos de fuentes y restos, así como ofrecer unos apuntes prácticos generales sobre su interpretación y posible valoración.

Consideraciones generales

Cualquier prospección de carácter arqueológico ha de iniciarse por la recogida de los datos existentes, referidos a los aspectos concretos que interesen, sobre la zona geográfica a estudiar. Para el caso de las prospecciones arqueometalúrgicas los datos se encuentran especialmente dispersos ya que la investigación debe abarcar ámbitos de diversas especialidades como Geología Minería, Mineralogía, Arqueología, Historia e incluso Biología.

Un hecho que hay que tener siempre en cuenta es que los sistemas de prospección minera con fines económicos no han variado sustancialmente hasta hace escasas décadas, cuando se han ido introduciendo métodos geofísicos de detección de depósitos minerales. Hasta entonces eran los signos externos de la mineralización (de diversa índole, como afloramiento, coloración, crecimiento diferencial o diferenciado de la vegetación…) los que permitían su localización.

En relación con lo expuesto, hay otro factor de suma importancia a considerar: a lo largo de la evolución tecnológica que se ha producido en las distintas fases culturales, los restos de actividades mineras precedentes han servido de referencia a la hora de la prospección minera económica en momentos, cronológicamente posteriores, en los que el avance tecnológico permitía la nueva puesta en actividad de yacimientos mineros que antes eran considerados improductivos. Esto ha sucedido así hasta el presente siglo. Así, en los manuales de minería recientes se afirmaba que “los trabajos mineros, ejecutados en épocas más o menos remotas cuyos restos se reconozcan… pueden constituir… la base de un descubrimiento importante (Moncada y Ferro; 1912: 30). Esto hace que, teniendo en cuenta las sustancias minerales beneficiadas en la Antigüedad, el conocimiento de la época de explotación “moderna” de un yacimiento minero hace que se pueda deducir si pudo ser explotado en épocas antiguas.

Fuentes

Mapas geológicos y metalogenéticos

Se considera fundamental para una primera aproximación a las mineralizaciones el estudio de los planos geológicos y metalogenéticos. Los planos geológicos (MAPA GEOLOGICO DE ESPAÑA, E. 1:50.000, Instituto Geológico y Minero de España (lGME). Edición de 1982), vienen acompañados por una introducción geológica a la zona que cubre un capítulo sobre metalogenia y también se ocupa de las explotaciones principales en el epígrafe de Geología Económica. También las referencias bibliográficas que aparecen son de interés para la búsqueda de nuevos datos.

Mucho más interesantes resultan los planos metalogenéticos (MAPA METALOGENETICO DE ESPAÑA, E. 1:200.000, IGME, Edición c. 1973). En ellos aparecen los indicios minerales superpuestos sobre la trama, sintetizada, geológica. En general, se ha de establecer la relación entre el sustrato geológico y las mineralizaciones, punto que es también tratado en el mapa geológico. Es decir, descartar, en principio, las zonas geológicas sin mineralizaciones y concentrar la investigación en estratos geológicos asociados a determinado tipo de mineralización.

En los planos metalogenéticos hay que tener en cuenta que a veces los datos vienen de sondeos, por lo que su interés para el tipo de prospección es nulo. Esto es evidente en algunos casos, como la aparición de indicios en terrenos, v.g., cuaternarios de formación reciente. Los indicios y yacimientos minerales son tratados individualmente en los planos metalogenéticos; los datos que más pueden interesar, mena y quimismo, sirven de referencia, aunque hay que tener en cuenta que a veces hay tipos de minerales que no están representados. Es decir, por ejemplo, un yacimiento que es considerado de pirita en el mapa metalogenético, la investigación arqueológica ha comprobado que también fue explotado por sus minerales argentíferos en un determinado momento.

De cualquier forma, los planos metalogenéticos constituyen una fuente de primer orden, estableciendo la determinación y delimitación de las zonas mineralizadas, metalotectos, además de la señalización de los indicios y yacimientos concretos. Las fuentes para la confección de estos mapas, por otro lado, son muy diversas, y, como se hace notar en las mismas publicaciones, se basan en informes y documentos “confidenciales”, publicaciones, permisos y concesiones de explotación, especialistas en determinadas zonas, y prospecciones de equipos del propio IGME (MME; 1973: 10). Estos planos también recogen la bibliografía utilizada para su confección, que ha de servir como primer punto de referencia sobre la zona a estudiar.

Planos topográficos: símbolos y toponimia

Una vez delimitada el área y los indicios señalados, conviene estudiar los planos topográficos, ya que en los mapas metalogenéticos no están representados, ni mucho menos, todas las mineralizaciones, explotadas o no, existentes.

Dos colecciones de planos topográficos nos han sido de gran utilidad: el del Ejército y el del Instituto Geográfico Nacional (IGN). La consulta de ambos es considerada importante y complementaria, ya que vienen señalados ocasionalmente, con su símbolo correspondiente, labores mineras. Su plasmación es un poco aleatoria y a veces minas con labores visibles de cierta entidad no vienen reflejadas, mientras otras de menor entidad, que a veces se limitan a un socavón, sí lo están.

En general, en ambos casos aparecen pocas labores mineras respecto al número que se ha comprobado que existen. La consulta de ambos tipos de planos topográfico s se aconseja debido a que la información que contienen no es la misma: así minas que no aparecen en el del Ejército lo hacen en el Geográfico y viceversa. Cuando las labores mineras no aparecen como tal con su correspondiente símbolo, se puede deducir su existencia a través de la toponimia. Hay numerosos topónimos que hacen referencia a la existencia de labores o que pueden llevar a su detección; citaremos los más usuales:

Mina y sus derivados (minilla…) y compuestos (Casamina, Cortijo de la Mina…), así como el término de origen árabe almadén. Mientras almadén, topónimo del que no hay muchos ejemplos, parece referirse exclusivamente a labores mineras, el término mina a veces hace referencia, aunque no es muy frecuente en la zona estudiada, a pozos y galerías de captación de agua sin relación con actividades mineras.

Con bastante frecuencia los topónimos que aparecen no hacen referencia a las labores en, general, como mina o almadén, sino que se refieren particularmente a las evidencias de trabajos mineros concretos. Son topónimos como socavón, pozo, hondo, hueco, silo y hasta caño y sus derivados y compuestos.

Ocasionalmente hay topónimos que conceden un origen más natural a las labores mineras: el término cueva no es raro que se aplique a galerías, de más o menos amplitud, que son restos de labores mineras. Casos en la zona que tratamos no faltan: Cueva del Monje, en la zona de Paterna (Blanco y Rothenberg; 1981), Cueva de Cuchichón en Aznalcóllar…

Topónimos que hacen referencia a los propios metales explotados o tratados: plata (Molino de la Plata…), hierro (Cerro del Hierro…). Para épocas relativamente recientes el término martinete también designa, no sólo donde se batía, sino también donde se fundía cobre. A la hora de tomar en consideración este tipo de topónimo hay que tener en cuenta que los que hacen referencia a metales nobles responden en muchas ocasiones a tradiciones o leyendas populares (Fuente del Oro, Arroyo de la Plata…).

Las coloraciones de los depósitos aflorantes pueden dar lugar a topónimos que hacen referencia a la coloración del terreno, normalmente en tonos rojos, debido a los gossans (monteras de minerales de hierro oxidados) que se forman superficialmente. Son topónimos como colorado (Cerro Colorado en Río Tinto, Los Coloradillos), almagrera o bermejo y sus derivados y compuestos. La fiabilidad de este topónimo como medio de detección de minas no es muy alta en algunas zonas, ya que en cienos ambientes geológicos esa coloración está muy extendida, como en zona de Morón de la Frontera (Sevilla), sin que supongan concentración utilizable de mineral. De cualquier forma, teniendo en cuenta lo dicho, es un topónimo a tener en cuenta, ya que en otros ciertos ambientes casi siempre está relacionado con una mineralización aflorante.

Hay topónimos que hacen referencia a la coloración o características, no del terreno, sino de las aguas. En la zona estudiada topónimos como Río Tinto, Tintillo, Río Agrio, Aguas Teñidas… están en relación (se originan o toman su coloración al atravesarlas) con labores mineras.

Uno de los topónimos que han resultado de enorme utilidad y fiabilidad es el de escoria y sus derivados. Normalmente lo que es fácilmente detectable y llama la atención es la acumulación de escorias, por lo que el término más frecuente es el de escorial. Este topónimo no suele ofrecer errores, siendo muy frecuente que las actividades metalúrgicas se realicen muy cerca de las minas (v.g. Cortijo Los Escoriales en Constantina, Sevilla). A veces la existencia de un escorial se refleja toponímicamente en el término herrerías, y con mucha menos frecuencia con el de fundición.

Es recomendable, antes de pasar a la siguiente fase de documentación, la localización exacta en el plano topográfico de todos los datos conseguidos. Muchas veces la denominación de las labores mineras ha cambiado y varios nombres pueden haber designado, a lo largo de la historia, una misma explotación.

Las fuentes estudiadas hasta aquí, permiten una- localización de las explotaciones más o menos precisa, apareciendo situadas con errores asumibles que, de cualquier forma, permiten su localización. No ocurre lo mismo con todas las fuentes de las que trataremos.

Fuentes escritas

Publicaciones y documentos de carácter técnico geológico, minero o mineralógico

Este grupo está constituido tanto por publicaciones periódicas nacionales o no (Studia Geologica, Revista Minera, Mining Magazine, Transactions of the Institute of Mining and Metallurgy…), como por monografías, de sumo interés (Gonzalo Tarín; 1888; Calderón; 1910; Pinedo Vara; 1963…). Son publicaciones que ofrecen datos sobre zonas geológicas o minas concretas y que, especialmente las más antiguas, en numerosas ocasiones ofrecen una pequeña reseña histórica o mencionan los hallazgos arqueometalúrgicos más significativos. Las publicaciones recientes de los distintos gobiernos autónomos, como el Libro Blanco de la Minería Andaluza (1986), también son obras de consulta obligada.

Aunque no estén publicadas, incluimos en esta sección los archivos técnicos. Destacamos como fundamental el del IGME, con trabajos a veces insuperables, por la concienzuda prospección, planimetría y estudio mineralógico realizados, sobre cotos mineros o reservas. Estos informes, si se tiene la suerte de que cubran la zona de estudio, ofrecen datos preciosos sobre los tipos de labores desarrolladas y las especies minerales que se dan.

En nuestro caso, también ha resultado de cierta utilidad la consulta de los archivos de minas de las Delegaciones de Industria de la Junta de Andalucía. En algunos casos estos archivos, además de no ser fácil obtener permiso para el acceso, están, en cuanto a los expedientes antiguos, mal catalogados y desorganizados.

Publicaciones y documentos de carácter histórico y arqueológico

De carácter histórico pueden ser muy útiles las Relaciones (López; 1989) y los diccionarios geográficos (Madoz; 1845-1850), aunque también obras de carácter más local (Candau; 1894).

Las obras de carácter arqueológico, aparte de las referidas a yacimientos concretos con evidencias de actividades mineras o metalúrgicas, son también fundamentales. Obra general de gran valor es la de Davies (1935) y sobre la Península Ibérica, la impresionante obra de Claude Domergue (1987). Para nuestra zona concreta destacamos la de Blanco y Rothenberg (1981), pionera en España en este tipo de trabajos.

También pueden ser de utilidad los archivos históricos, tanto locales como de ámbito mayor, e incluso los de protocolos. Desde luego, es condición indispensable que los documentos en estos archivos estén inventariados. De otra forma la labor no sería abarcable. Por suerte, hay veces en que ese trabajo está ya realizado, como es el caso de la obra de Tomás González (1832), aunque para nuestra zona, aparte de las minas más evidentes o de mayores dimensiones, la localización, a veces determinada sólo en nombres de lugares que ya no son recordados, ha sido imposible.

También hay que mencionar las obras de carácter histórico-económico que se basan en documentos sacados de archivos. Magnífico ejemplo de ello es la obra de Sánchez Gómez (1989), que ofrece datos sorprendentes sobre, incluso, la explotación prehistórica de determinadas minas.

Fuentes no escritas

Nos referimos fundamentalmente a los fondos que se encuentran en diversos museos y colecciones privadas. No sólo nos referimos a museos arqueológicos, sino a otro tipo, como el reciente e incomprensiblemente disuelto Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Sevilla, con fondos que se empezaron a reunir en el siglo pasado y que incluía instrumentos mineros prehistóricos, aparte, para lo que aquí interesa, de una estupenda colección mineral.

Conviene tener en cuenta el origen o nacionalidad de las empresas que, antes de la creación de la legislación sobre Patrimonio Arqueológico, explotaron los yacimientos mineros: a veces los restos se encuentran depositados en museos de las regiones o países de origen de esas empresas.

También hay que mencionar que ocasionalmente las empresas mineras, a pie de mina, cuentan con colecciones arqueológicas que hay que visitar.

Prospección

En general, las minas detectadas en esta zona geográfica se pueden dividir en dos grandes grupos: minas a cielo abierto y minas subterráneas. El primer tipo no ofrece problemas de localización, pero ha de ser prospectada como si de un enorme yacimiento arqueológico se tratase. Aparte de la prospección de la zona mineral izada no afectada por las cortas, en donde es frecuente el hallazgo de subproductos metalúrgicos, es imprescindible la prospección de la propia corta, sobre todo los bancos superiores. Por ejemplo, seccionadas por la corta de Aznalcóllar, se han detectado tres tipos de explotación de cronología (Calcolítico-Bronce Final-Contemporáneo), tipología y tipo de mineral explotado distintos (Hunt Ortiz; 1994).

Las minas subterráneas, de muy diversos tipos y tamaños son de más difícil detección, aunque los vacies y escombreras, normalmente compuestas de roca estéril o, mejor, algo mineralizadas, dificulta o impide el desarrollo de la vegetación, facilitando su localización.

Prospección aérea

En las extensas áreas de la zona geográfica tratada en la que predomina el eucalipto y el monte bajo, la visibilidad en la prospección pedestre es muy limitada. Sin embargo, la prospección aérea, basándose en la evidencia de los vacies, claros (en medio de la vegetación) sin o con escasa vegetación y normalmente en forma de media luna, se ha mostrado como la técnica de prospección más eficaz.

Fitoarqueología

Los métodos geobotánicos de prospección se han venido usando desde hace siglos. La técnica depende en la identificación de determinadas plantas asociadas a un tipo de mineralización o explotación minera. Su uso con fines arqueológicos se ha denominado Fitoarqueología (Brooks y Johannes; 1990).

En nuestro caso sólo hemos encontrado utilidad práctica para la detección de labores mineras en una especie: la Rumex bucephalophorus (Valdés et al.; 1987: 292), identificada por el Dr. J.M. Murillo. En la zona de Paterna (Huelva), esta especie se encontraba exclusivamente en las abundantes mineralizaciones (pirita de cobre) y vacies de labores mineras. La coloración rojiza de su floración la hace perfectamente visible y distinguible. También, ha servido para la detección de escoriales antiguos en la misma zona de Paterna, en Cala y en la zona de La Sierrecilla (Paimogo, Huelva). El estudio científico de esta relación está por realizar, entrando más en el campo de la Botánica que en de la Arqueología.

La encuesta oral

El preguntar a personas conocedoras del terreno, a las personas conocedoras de la zona a prospectar (guardas forestales, cazadores, pastores, geólogos que hayan realizado trabajos de campo en la zona…) nos ha llevado al descubrimiento de minas inéditas. A veces, por sus características, orografía o por la vegetación, es prácticamente imposible la detección de una mina, aunque se tenga situada en la planimetría, a no ser que se sea guiado por una persona conocedora de su posición exacta.

Estudio de la explotación detectada

Dependiendo de la explotación, conviene .tener en cuenta que hay algunas empresas mineras que disponen de material histórico en sus propios archivos. Si ese caso se da, se recomienda su revisión, especialmente de la planimetría, que a veces refleja claramente, especialmente si es antigua, trabajos mineros anteriores detectados. Hay que tener en cuenta que para la dirección de una explotación minera es importante reflejar los trabajos que se han realizado con anterioridad por dos razones fundamentales: una económica, la cubicación exacta del mineral disponible, y otra de seguridad, para evitar dirigir las labores a puntos donde pudieran romper con antiguos minados hundidos, llenos de agua o invadidos por gases (Moncada y Ferro; 1912: 321).

Aparte de las mencionadas, hay otras formas de recogida de datos, en las propias explotaciones mineras. En numerosas de esas explotaciones actuales que tratan el mineral a pie de mina, se dispone de un electroimán que separa, para que no se dañen las tolvas, los elementos metálicos. No es infrecuente que allí queden atrapadas antiguas herramientas de hierro, fundamentalmente de época romana.

Datación de las labores mineras

Las escasísimas minas que se han excavado en esta zona geográfica han aportado restos cerámicos en su interior que han permitido su datación más o menos con precisión, corno Chinflón (Rothenberg y Blanco; 1980). Normalmente en las prospecciones de las pequeñas explotaciones no se encuentran restos de cerámica en su exterior, aunque a veces aparece algún fragmento. En época romana, con explotaciones de mayores dimensiones, este tipo de resto se hace mucho más frecuente.

De cualquier forma, hay otros restos que aparecen con más frecuencia y que pueden dar una idea aproximada del momento o momentos de explotación minera. Tres tipos son los fundamentales:

Tipología de la mina. Las características del laboreo puede indicar la edad, en sentido amplio, de la mina. Así, como ejemplo, las labores superficiales tipo “trinchera” o “rara” en depósitos minerales de cobre son, con toda probabilidad, prehistóricas. Es, además, frecuente encontrar una “superposición” tipológica de labores en la misma explotación.

Marcas de herramientas. Estas evidencias suelen coincidir con determinadas tipologías; las de tipo trinchera o rafa presentan marcas redondeadas propias de instrumentos líticos romos. Desde época romana, fundamentalmente, aparecen marcas de picos, puntas y punterolas metálicas. Aún no está establecida la diferencia entre las herramientas romanas y las de épocas posteriores. Una marca que indica contemporaneidad es la de la barrena, relacionada con el uso de explosivos. El uso de explosivos se da en la minería a partir de la segunda mitad del siglo XVII (Hollister-Short; 1994). Hay que tener en cuenta que, a veces, por las características de la propia roca encajante, no aparecen marcas o hay que buscarlas muy detenidamente. Además, cabe la posibilidad de encontrar distintos tipos de marcas mezclados si la mina se ha explotado en distintas épocas.

Otros restos. Uno de los ítems arqueológicos que suelen aparecer con mayor frecuencia en las minas prehistóricas de la zona tratada son las mazas de minero líticas. Estas mazas, bien con surco de enmangue claramente marcado, con sólo muescas o incluso sin surco, aparecen en el exterior de las labores y son detectables fácilmente, no sólo por su forma sino también por estar realizadas normalmente con rocas, muchas veces cantos de río, comúnmente volcánicas y geológicamente ajenas al terreno de localización de las minas. La cronología de estas herramientas no está aún muy fijada pero sin duda están en uso durante toda la Edad de Bronce e incluso buena parte del I milenio a.C. En ocasiones, como se ha mencionado, aparecen escorias en las inmediaciones de las minas. Este tipo de restos también por su tipología puede suponer un dato sobre la época de laboreo y el mineral beneficiado (Bachmann; 1982).

Conclusiones

Las distintas fuentes que permiten la aproximación al conocimiento de la minería en la Antigüedad son diversas y están muy dispersas. La recogida exhaustiva de los datos reflejados en ellas será el paso previo a la prospección y de su buena realización depende el mayor o menor éxito del proyecto.

Incluso en los depósitos minerales explotados en época reciente o en explotación y a pesar de la intensidad y enorme capacidad de destrucción de restos de labores que ha supuesto el empleo del método de explotación a cielo abierto, se ha constatado que suelen quedar indicios de las actividades mineras anteriores. En los muy contados casos en que no se han detectado esas labores precedentes, la utilización de las fuentes mencionadas ha permitido, aunque de manera general, establecer la evolución arqueológica de los depósitos minerales concretos.

Hay aspectos, fundamentalmente tipológicos (desde las propias labores mineras a las herramientas utilizadas) que están por analizar en profundidad y cuya definición supondría una gran ayuda para este tipo de estudios. De cualquier forma, con la experiencia de campo, el propio tipo de afloramiento y las características del mineral indican si pudo ser explotado y qué tipo de restos hay que buscar.

Por otra parte, los restos de labores mineras están en proceso de continua destrucción, siendo necesario establecer una política de protección que, en los casos necesarios, sea compatible con el desarrollo de la actividad industrial (minera, forestal, etc.) actual.

Bibliografía

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