LECTURAS INFANTILES

                      LIBROS Y LECTURAS DE INFANCIA

Juan Carlos González Faraco

Universidad de Huelva

faraco@dedu.uhu.es

Imagen: Lecturas infantiles.

Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva.

Tal vez lo primero que se puede decir de un libro es que es una cosa. Sí, una cosa, en la que los ojos pueden distinguir claridades y sombras, colores aún tersos o ya desvaídos. Una cosa que las manos pueden recorrer, reconociendo en su piel las heridas del uso y la edad. Una cosa que, a pesar de su apariencia inerte, vive, habita la memoria, y espera, paciente y disponible, una nueva conversación con un lector aún anónimo. En esta sociedad sin cosas, con engendros digitales sin existencia propia, ilusoriamente liberados de materia y tiempo, cada libro, en su pobre carne de papel, es testigo y partícipe de la historia, tiene vida genuina y significado inagotable. Y nos interpela.

Contemplen con atención e ingenuidad esta edición de 1922 de este librito de Lecturas infantiles, escrito probablemente en 1913 o 1914 por Ezequiel Solana. Es ya centenario y, sin embargo, ahí está, ofreciéndose a nosotros con gratuidad, calladamente. En su añeja cubierta de cartón, reblandecida por la edad, distinguimos un grupo de niños y niñas, reunidos en torno a un libro, en un jardín ideal con su estatua de héroe clásico. Una escena de irrealidad bucólica, llamativamente ajena a las lóbregas e insanas escuelas de la España de aquellos años

Abrimos el libro y leemos: “Primer libro de lectura corriente”. En el margen superior, alguien, una niña, escribió su nombre con pluma. ¿Quién era esta niña? Lo ignoramos, pero la sentimos cerca. Sabemos que este libro era suyo, que lo hizo suyo, y no sólo estampando su nombre en él con impecable caligrafía, sino convirtiéndolo en un acompañante amigable, que tuvo sitio y sentido en su infancia. Ahora lo tenemos delante, pero quién conoce su periplo: qué otros, después de aquella niña, han ojeado sus páginas; quiénes lo han librado de la incuria de los años o del abandono definitivo. Estamos en deuda con ellos, sean quiénes sean: ahora este libro está con nosotros y nos deja entablar con él (y con quien lo escribió) otro coloquio, acaso inédito.

Empecemos por su origen, por su autor: Ezequiel Solana, un maestro que nació en 1863, en un pueblecito soriano, hoy deshabitado, y murió en Madrid, siendo aún director escolar, en 1931. No fue, en absoluto, un maestro convencional. Se familiarizó con la obra de María Montessori, viajó por Europa para conocer otras instituciones educativas, y señaló las carencias materiales y la anticuada orientación pedagógica de la mayoría de las escuelas españolas.  En su profusa obra, su larga experiencia docente y sus convicciones religiosas representan dos fuentes de inspiración esenciales. Ezequiel Solana fue un destacado exponente de la pedagogía católica de su época. Escribió mucho sobre materias tan diversas como teoría pedagógica, gramática, geografía o historia, y publicó numerosos manuales escolares en su propia editorial, El Magisterio español, que, junto a una revista del mismo nombre, fundó y compartió durante más de tres décadas con Victoriano F. Ascarza.

En esta editorial vieron la luz estas Lecturas infantiles para los niños y las niñas en sus primeros pasos como lectores. ¿Qué entiende Ezequiel Solana por lectura infantil y por lectura escolar? ¿Qué sentido les otorga? En el prefacio de esta obrita nos saca de dudas: “El objeto que me he propuesto ha sido asentar las bases de la educación moral desde el momento en que los niños empiezan a leer de corrido”.  A un manojo de máximas, a modo de refranes, le sigue una serie de “historietas morales”, sobriamente ilustradas, sobre las que propone al lector algunas preguntas y, a continuación, una moraleja. Se trata de una lectura deliberadamente pedagógica, atenta a la norma, prefigurada, que escoge lo igual frente a lo distinto, y cumple una función doctrinal. No hay en ella resquicio ni ocasión para el deleite o la imaginación, tan decisivos el uno y la otra para abonar la formación lectora y, lo que es más importante, para que germine la pasión por la lectura: las lecturas de infancia –no lo olvidemos- debieran ser lecturas matrices.

Sin embargo, éste, como cualquier otro libro, en realidad, nunca muere: siempre aguarda otro lector. Espera, bajo el polvo del olvido, una mano que, como al arpa del poema de Bécquer, venga a despertarlo de su sueño. Estas Lecturas infantiles, que gozaron en su día de múltiples reediciones, puede que nunca vuelvan a los pupitres. Pero siempre podrán contarnos (acaba de suceder) una historia, y avivar nuestra curiosidad por otro tiempo y otra escuela; también –porque todo pasa y todo queda- por este tiempo y esta escuela, y ojalá que por nosotros mismos.