TEBEO. LA CUADRILLA

   EL CÓMIC EN LAS GENERACIONES ESCOLARES DEL AYER

José Manuel Monero Mateo

Concejal de Servicios Sociales, Familia y Accesibilidad. Ayuntamiento de Huelva

josemanuel.moreno@huelva.es

Imagen: Comic La Cuadrilla nº 3 (Maga, 1964).

Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva.

La vista de la imagen de una portada de “La cuadrilla y sus chicos” me sirve para volver la mirada a mis años infantiles, donde nuestros sueños volaban de la mano de los héroes o malvados de estas publicaciones, genéricamente llamadas TBO´s.

Recuerdo mi infancia como un pulso entre el héroe nacional clásico y el superhéroe americano que cada vez tenía más peso en una cultura muy nacional en clara transición a otra más pop y global. No obstante, el legado de todos estos héroes patrios tuvo su espacio durante prácticamente todo el siglo XX, si bien perdió primero el monopolio y posteriormente su liderazgo.

“La cuadrilla” fue una colección popular en los 60 que, en gran parte, fue una evolución natural de “Juan Bravo y sus chicos”, pero imposible olvidar a “Roberto Alcázar y Pedrín”, al “Jabato”, a “El Guerrero del antifaz”, al invencible “Cachorro” o al atemporal “Capitán Trueno”.

A la vista de estos títulos se observa que los héroes son principalmente varones, las chicas eran en el mejor de los casos “acompañantes” de los protagonistas en sus hazañas: Sigrid para el Capitán Trueno, Elena Davis para el Cachorro o Ana María y Zoraida con el Guerrero del antifaz. El rol de la mujer en el cómic patrio, y en general, era el de dama ejemplar sin apenas virtudes ni actitudes para la acción o la heroicidad. Habitualmente no existían los arcos románticos y si los había, eran de naturaleza platónica o de una castidad que a día de hoy resultan casi entrañables. Sí es cierto que había un punto de erotismo de la época encubierto en sus relaciones pero siempre desde una perspectiva muy ingeniosa o simplemente subliminal.

La salida a los kioscos era semanal y ahora nadie puede imaginar la expectación que generaba su espera. El precio no era asequible a todos los bolsillos y se podían arrendar o cambiar en los mismos kioscos por precios módicos. Inclusive se llegaban a cambiar entre los jóvenes para evitar pagar el trueque en los kioscos. 

Los juegos, actividades y actitudes de los jóvenes se veían muy influenciados por los héroes de estas revistas. Siempre el más decidido o el más peleón ocupaba los puestos más estelares y el tímido o recatado ocupaba el furgón de cola en los juegos y recreaciones de las aventuras de los personajes del cómic.

Estas actitudes y roles se trasladaban a la vida escolar donde se reproducían dentro de su entorno las idealizadas aventuras de sus héroes favoritos, aunque el cómic propiamente dicho no se utilizaba en la escuela como elemento pedagógico. En cuanto a las chicas y el acceso a cómics no existía una discriminación explícita en ese aspecto, aunque en el contexto de las aventuras semanales las mujeres siempre ocupaban un papel secundario como princesas, bellas y casaderas eternamente enamoradas de los personajes masculinos. No obstante, de manera paralela se fue desarrollando una industria de cómic femenino, si bien el rol de ellas seguía sin variar mucho. Tendríamos que esperar hasta finales de los 60 para leer aventuras femeninas donde se plantearan dilemas y situaciones con una naturaleza verdaderamente feminista.

Afortunadamente 60 años después de la publicación de este número de “La Cuadrilla” podemos afirmar con seguridad que el cómic es un arte diverso y plural para todos y todas. No solo ha aumentado el número de lectoras y la presencia de las mujeres en sus tramas, sino que, además, el número de mujeres que trabaja en la industria es cada vez mayor aportando una riqueza y diversidad que no hacen sino mejorar.

Valga esta reseña a modo de homenaje a mujeres pioneras del mundo del cómic como Dalia Messick, Trina Robbins, Jackie Ormes o Lily Renee. A las grandes dibujantes del siglo XXI como Carol Tyler y Marjane Satrapi. Y, por supuesto, a las legendarias autoras españolas de las que es imposible olvidarse como Trini Tinturé, Carme Barbará o Purita Campos.