CARTAS-CROMOS

                                 A GOLPE DE TRUEQUE

María del Rosario Martínez Navarro

Universidad de Sevilla

rosariomtnez@us.es

Imagen: Cartas-cromos.

Centro Propio Museo Pedagógico de la Universidad de Salamanca. CEMUPE.

Uno de los recuerdos imborrables que toda niña guarda de su infancia son, sin duda, los cromos. Eran uno de los juegos tradicionales más populares, con reglas sencillas y en cierto modo improvisadas, acordadas por una especie de consejo vecinal femenino de fines de semana y vacaciones. Objetos que parecían insignificantes, pero que albergaban un valor incalculable, pues aquellos papelillos de colores de múltiples tamaños y formatos contaban con una historia detrás de amistad, complicidad e ilusión. Podríamos considerarlos pioneros en nuestros fetichismos de coleccionistas empedernidos que luego muchas de nosotras hemos mantenido de adultas. Los teníamos de picar (o de palmar) y de los que se pegaban en los álbumes, estos últimos relacionados normalmente con los dibujos animados y series de moda del momento, que se solían intercambiar y que se siguen comprando en los quioscos. Como recoge Matesanz, también se podían conseguir como reclamo comercial bajo las tapas de los yogures de las marcas más conocidas (2013, p. 104). Entre los primeros, los había desde aquellos en tamaño mini y más económicos, hasta los más codiciados y sofisticados en forma de láminas de cromos precortados, de origen alemán y de mayor calidad, algunos con purpurina o glitter, troquelados y de tipo vintage, dieciochesco, victoriano y romántico, como los que venden aún en la famosa papelería sevillana Ferrer, la más antigua de España. Animales, flores, frutas, profesiones, banderas, países, trajes regionales, utensilios, cestas, deportes, ropa, perfumes, ángeles, cuentos, dibujos, películas de animación… la temática de estos pequeños tesoros era de lo más variada y nos parecía siempre un mundo por descubrir.

Presentaban un sinfín de típicos motivos femeninos vinculados en muchos casos a roles e intereses que no se consideraban por aquel entonces de chicos. Ellos ya jugaban a su aire con aquellos coleccionables de fútbol de Panini. En la recámara nosotras dejábamos los más valiosos y en las apuestas y cambios íbamos tirando de los repes. Yo, como buena ochentera, los guardaba en sendas cajas de lata de galletas danesas y de membrillo que reciclé para ese fin y que aún conservo. La mecánica del juego era bastante elemental: tan solo se trataba de poner la mano sobre el cromo y de intentar voltearlo (picarlo) con cierta pericia con la palma ahuecada. Entre los lugares más frecuentes para este ritual de inocencia se encontraban la escalera del descansillo o el patio. A todas nos unía esa misma pasión cotidiana; y lo felices que nos hacía cuando conseguíamos el cromo que nos faltaba.

Sin embargo, si ahora echamos la vista atrás y lo analizamos desde nuestra perspectiva de mujeres, no podemos olvidar que desde el punto de vista de las mecánicas lúdicas –en lo que respecta al verbo, a la agencia y a la acción–, jugar a los cromos suponía un entretenimiento demasiado fácil, más bien pasivo, sin toma apenas de decisiones y con escasa acción, al no perseguir en sí la consecución de un reto significativo (que, por el contrario, ya ofrecían los videojuegos, generalmente considerados más de niños), ni un protagonismo claro de las niñas, dada esa orientación sexista que conllevaba esta actividad, dentro de los estereotipos establecidos en aquellos tiempos.

Por su parte, las cartas representaban asimismo ese momento de encuentro infantil, pero quizás de un cariz más familiar, de equipo y mixto; un divertimento propio de las sobremesas, de festivos o de los viajes y también con ese toque nostálgico. La mayoría de estos juegos de cartas requerían de unas reglas previas, a menudo indicadas en el propio envoltorio, y de una estrategia más específica, si cabe. Las más cotizadas en nuestro imaginario eran nuevamente aquellas sobre dibujos, series o personajes célebres de la época y que aún encontramos en distintas plataformas de venta de objetos antiguos y usados. ¿Quién no ha buscado alguna vez esa baraja de naipes de la Expo’92 con el simpático Curro?

Referencias bibliográficas

Matesanz, Javier (2013): La vida en cromos. Los álbumes de nuestra infancia. Palma de Mallorca: Tebeos Dolmen Editorial.