CARTILLA ESCOLAR

                      APRENDIENDO A ESCRIBIR, 1951

Amalia Gómez Gómez

Doctora en Historia

 

Imagen: Cartilla escolar.

Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla.

Aprender a leer y escribir forma parte de la memoria de la primera intimidad consciente que tenemos en la niñez. Yo empecé a conocer las primeras letras y sus sonidos en el otoño de 1950.

En abril de 1947 se había inaugurado en mi querido pueblo Abarán -en el murciano Valle de Ricote- el Grupo Escolar San Pablo. Era un edificio en ala, una para niños y otra para niñas, con un amplio recreo separado por una verja cubierta de yedra.     

Las maestras, el aula con sus pupitres de madera largos, de banquillo y tablero y la pizarra eran todo lo que había en aquellas luminosas aulas. Doña Piedad fue mi primera maestra. Bajita, con gafas y, en aquel curso, solo había cuadernos de una raya y un lápiz que las alumnas llevábamos para una tarea que dependía enteramente de la capacidad y paciencia de nuestra maestra. No había cartillas escolares, solo la letra redonda y clara de la maestra que, con mucha intuición, suplió la ausencia de libros con una didáctica muy acertada: primero decía el sonido y luego escribía la vocal, hasta decir las cinco. Nosotras las copiábamos en nuestro cuaderno y las repetíamos, primero todas las niñas a la vez y, después, alternaba preguntas desde los últimos bancos hacia adelante, para evitar los habituales y frecuentes murmullos y distracciones.

Después del recreo, ella solía leernos pequeños párrafos que, muchos años después, reconocí que eran adaptaciones que hacía de cuentos como Gulliver, Blancanieves o pequeños relatos sobre costumbres o leyendas. De esa forma, trataba de frenar la entrada ruidosa del recreo y, cuando le insistíamos en que siguiera leyéndonos esas pequeñas historias, ella decía que si aprendíamos a leer y a escribir pronto nosotras podríamos leerlas siempre que quisiéramos. Era su forma de incentivarnos en el aprendizaje de grafías que solo cobraban sentido vinculadas a un objeto, al conocimiento o a la sensación de algo conocido.

El aprendizaje de las consonantes fue coral porque, una vez escritas por la maestra en la pizarra, una y otra vez -casi como un mantra- las repetíamos a coro. Al principio era cansino, pero, conforme iban pasando los días, reteníamos el orden de los sonidos y luego, como deberes de casa, era reconocerlas ya escritas en el cuaderno.

Doña Ginesa fue nuestra segunda maestra. Habíamos pasado de clase. Ella aplicaba de forma magistral un principio didáctico que recoge Carmen Conde en su obrita Por la Escuela Renovada: “de ahí la gran necesidad de conocer a cada niño y de aplicarle la parte práctica de toda la teoría que conoce el maestro”. Era una maestra paciente pero rigurosa, amable y muy consciente de que necesitábamos libros. Eran la parte más visible de la vinculación que existe entre conocer y leer. Para ella los libros, un libro, tenía que formar parte del equipamiento de una alumna. Entonces aparecieron en nuestras vidas las tan recordadas Enciclopedias (Elemental) y los cuadernos de dos rayas para repetir de principio a fin la frase que encabezaba la página. Ella nos repetía que la lectura enseñaba porque era posible aproximarse al significado de una palabra por todo lo que se leía antes y después. Sin imaginación la lectura se convierte en un ejercicio mecánico.

Doña Lolita sería la que, no solo terminó de enseñarme a leer y escribir, sino que me mostró otra perspectiva de la lectura y de la escritura. Con ella hicimos las primeras redacciones y solía repetirnos que hiciéramos pequeñas composiciones sobre el color y el aroma de los huertos y el rumor de las acequias y regueras tan cercanas a nuestra escuela. Nos ponía delante nuestro entorno y lo convertía en paisaje traducido a palabras. Luego en clase, las tardes las dedicábamos un rato breve a labores y, el resto de la tarde, a escuchar esas breves redacciones, convertidas en esa magia del uso del lenguaje buscando antónimos y sinónimos (entonces desconocíamos esos conceptos), pero ella con su extraordinaria capacidad docente nos ilustraba con palabras que significaban los mismo o lo contrario. Era tan amena que las tardes se nos hacían cortas. Mi amor a la lectura nació en esas clases y con esa maravillosa Maestra. Siempre nos decía “hay que leer con un lápiz y un cuaderno en la mesa y el libro siempre en las manos. Nuestra cartilla escolar fue nuestra memoria, nuestra imaginación y la inmensa vocación de búsqueda pedagógica de maestras y maestros excepcionales. En aquellos años era más difícil homologar imagen y concepto en ámbitos escolares tan distintos como lo era un pequeño pueblo de la huerta, con un colegio de capital de provincia. Pero también había otra estrategia para incentivar la lectura y la escritura. Nos contaba Doña Lolita el pasaje de Don Quijote y los molinos, Don Quijote y la posada… y luego nos preguntaba que le comentáramos qué nos había parecido la escena, qué pensábamos de Sancho, cómo creíamos que era un gigante y así hacía que, además de la memoria y la imaginación para repetir y opinar, utilizáramos el pensamiento para crear. En aquellos años estudiar y ser mujer no sólo era poco frecuente, sino que se consideraba incompatible ser mujer estudiada y tener cabida en un mundo de roles femeninos circunscritos a la maternidad o a la vida en el entorno familiar. Yo reconozco que fue mi padre quien me animó y apoyó desde la infancia y a lo largo de toda mi vida. Fui libre, no me resigné a ningún rol. La educación es liberadora porque ayuda a crear conciencia y pensar en libertad, el resto lo pone la voluntad y la rebeldía. En mi vocabulario nunca utilicé la palabra RESIGNACION.

Mi generación, en la mayor parte del medio rural, a falta de cartillas escolares tan entrañables, integradoras de imagen, concepto y grafía, como la que abre este texto, tuvimos que convertir el entorno en un cuaderno, relacionando sonido y objeto, transformándolo en la magia de la grafía. La lección más inmediata de la vida diaria se fue convirtiendo en un ámbito de saber de lo vivido, lo conocido, lo nombrado y lo aprendido. Hoy se ha avanzado mucho y las investigaciones sobre lectoescritura son la mejor prueba del interés del tema y de la repercusión que tienen en los distintos modelos del aprendizaje infantil. Educar y Enseñar requieren de la confluencia de saberes que faciliten ese proceso tan importante en el que confluye la integralidad de la persona, ser, sentir, entender, discernir, expresar, transmitir, escuchar, aceptar, rechazar…. Todo lo que comporta la condición de ser PERSONA.

Referencias bibliográficas

Conde, Carmen (1978): Por la Escuela Renovada. Murcia: Universidad de Murcia.

Domínguez Maria y Farfán Mabel (1996): Construyendo desde lo cotidiano. Pedagogía de la lectoescritura. Santiago, Chile: UNESCO, Convenio Andrés Bello.

García García, María Soledad y Escrig Arcas María Dolores (2006): La importancia de la lecto-escritura como base de los aprendizajes Quaderns Digitals: Revista de Nuevas Tecnologías y Sociedad, 43. En línea: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2037599