MANUALIDAD ESCOLAR

        MANUALIDADES ESCOLARES, ENTENDIENDO EL

                            MUNDO CON LAS MANOS

Mª Raquel Vázquez Ramil

Universidad de Valladolid

mariaraquel.vazquez@uva.es

Imagen: Manualidad escolar.

Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla.

Desde el último cuarto del siglo XIX se percibe en España la conveniencia de unir la escuela con el mundo del trabajo, siguiendo el ejemplo de los países del norte Europa, como Noruega, Suecia y Finlandia, y de la vecina Francia. La prensa pedagógica se hace eco de reuniones como el Congreso de enseñanza del trabajo manual en la escuela, celebrado en Leipzig en 1882, en el que se defiende la educación metódica del espíritu y de la mano, para desarrollar en todos los niños la destreza manual y la exactitud del ojo.

La Institución Libre de Enseñanza (ILE) se hace eco de esa preocupación, con una serie de artículos firmados por Manuel B. Cossío en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza con el título “El trabajo manual en la escuela primaria” entre 1883 y 1884. Los antecedentes de las tareas manuales en la escuela se remontan a Lutero y continúan con pedagogos como Comenio, que subrayó la necesidad de estimular la actividad infantil; Locke, quien vio en estas actividades la unión perfecta de entretenimiento e higiene, o Rousseau, que creía en el aprendizaje de oficios desde la infancia como sentido democrático de la vida. Cossío apuntó: «Todos somos artistas; todos tenemos el deber, no sólo de despertar nuestra actividad, sino de regirla conforme a sus leyes, al hacer y crear en cualquier de las esferas de la vida», de ahí el énfasis de la ILE en los trabajos manuales en las aulas, ofreciendo desde 1884 clases de dibujo de yeso o del natural, modelado, construcción y vaciado de relieves topográficos, carpintería a partir de 9 años, torno, herrería de lima y ajuste, o construcción geométrica de cuerpos de cartón y de aparatos para clases de física y química (Giner de los Ríos, 1884). Rufino Blanco vio en el trabajo manual el nexo entre la escuela y la vida (1899) y recomendó utilizar materiales baratos de fácil transformación, trabajos en barro y cera, con cartón, hilos, etc., siguiendo el modelo del self help británico y con una premisa que hoy nos parece muy moderna: el maestro ha de «preocuparse antes que de enseñar, de enseñar a hacer».

Fue Romanones el que introdujo el trabajo manual obligatorio en las escuelas primarias por Real Decreto de 26 de octubre de 1901. A partir de entonces, hubo gran efervescencia, se difundieron obras como El trabajo manual en la obra de la Educación (1902), de E. Bartolomé y Mingo, o El trabajo manual en las escuelas primarias (1902), de Ezequiel Solana, y se extendieron métodos como el sueco del trabajo en madera de Nääs slöjd o el italiano desarrollado por Emilio Consorti en la Escuela Normal de Ripatransone.

Las manualidades escolares servían para potenciar la actividad individual, inspirar el respeto al trabajo corporal, estimular el orden y la limpieza, ejercitar la vista y las habilidades en general. Hubo diversas clasificaciones, como la que distinguía entre manualidades de utilidad (cosido, hilado), de adorno (cartonaje, modelado) y de entretenimiento (cultivo de plantas, cuidado de animales domésticos). Pero la generalización de estas actividades a todas las escuelas, teniendo en cuenta que se necesitaban medios materiales y que ni siquiera había suficientes edificios escolares ni mobiliario adecuado, dependió muchas veces de iniciativas locales o de la voluntad del maestro. En los años 30 se publicaron manuales como el muy recomendable Trabajos manuales adaptados a la escuela primaria (Metodología) (1935), de la inspectora de enseñanza primaria de Gerona Teresa Recas, en el que aconseja introducir el telar en las escuelas para renovar las clases tradicionales de labores, tediosas y alejadas de la artesanía popular.

A partir de la guerra civil el trabajo manual en la escuela se subordina a la construcción del orden social. Las actividades, aparte de la consabida costura para las niñas, son las que difunden los cursillos de manualidades de Sección Femenina y que se trasladan a círculos educativos de adultas y a las escuelas. De esas clases de manualidades, a principios de los años 70, queda en mi casa el testimonio de un pequeño busto de Mozart en yeso al que conseguí dar pátina de bronce, no recuerdo cómo, y un cesto de mimbre que mi madre utilizó como sencillo costurero durante mucho tiempo. Comencé a hacer una muñeca de trapo, pero no pasé de la cabeza, que era ciertamente difícil; los dechados de labores, un cojín con una flor, y un cuadro repujado en estaño fueron mis peculiares trabajos manuales, entre lo entrañable y lo bizarro.

Posteriormente, la Ley General de Educación de 1970 abrió nuevos horizontes y los trabajos manuales se incorporaron a asignaturas como Expresión Plástica o Educación Artística, ya con otras orientaciones muy influidas por las modernas teorías de Psicología del Desarrollo. Sin embargo, siguen hoy plenas de sentido las palabras escritas por Cossío en 1883: «La escuela que enseña a hablar al niño y no le enseña al mismo tiempo a producir con las manos, no cumple enteramente su destino».

Referencias bibliográficas

Blanco y Sánchez, Rufino (1899): Escuelas graduadas. El trabajo manual. El magisterio español. Revista general de primera enseñanza, nº 2242, 15/02/1899, p. 1.

Comas Rubí, Francesca (2001): Introducción y primeras aplicaciones del Slöjd -trabajos manuales según el sistema de Nääs (Suecia)- en España. Historia de la Educación, nº 20, 261-282.