VESTIDO DE PRIMERA

             COMUNIÓN

 EL VESTIDO QUE ME PERMITIÓ SER UNA MÁS POR UN DÍA

Santiago Espada Ruiz

Grupo de investigación HUM1030: Vanguardias, últimas tendencias y Patrimonio Artístico

Universidad de Sevilla

seruiz@um.es

Imagen: Vestido de Primera Comunión.

Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla.

Apenas dormí esa noche contemplándolo, narraba una anciana Anita, y aún recuerdo cada instante como si estuviera sucediendo ahora. Desde que le entregaron el vestido a mi madre me pasé las horas tocándolo y prolongando imaginariamente momentos con él antes de vestirlo porque algo era certero: tendría que devolverlo, sería mío solo unas horas. Era realmente imposible que yo tuviese la oportunidad de recibir mi Primera Comunión con un vestido así y en cambio sucedió, pude ser una más al menos ese día. Lo puedes comprobar si miras las fotografías grupales que nos hicieron, nuestros vestidos eran prácticamente iguales, no podrías identificar quien es la niña rica y quien la pobre, al menos en apariencia. Los estragos sociales de la posguerra estaban latentes en cada rincón de nuestra sociedad. El vestido de comunión eliminaba esa barrera, brindaba la gracia a toda niña de ser todas iguales en un día tan importante y, a mi inmaduro entender, me permitió sentir que era una más ese día a los ojos de la sociedad y de Dios. Fui inmensamente feliz, lo había deseado tanto que me pareció un sueño. Crecí en una familia muy conservadora cuya realidad estaba plagada de precariedad, donde lo mínimo para vivir iba precedido de mucho esfuerzo. En nuestra cotidianidad y educación, estaba omnipresente la religión y su catecismo. Desde que tengo uso de razón me recuerdo en misa cada domingo y recuerdo el fuerte impacto que ejerció en mí aquellas ceremonias donde tantas niñas vestían como princesas con vestidos de color blanco en ese día tan importante, sin llegar a entender porque mis dos hermanas, en cambio, no. Fui plenamente consciente de la realidad poco tiempo después. Era aplicada en la escuela y, cierto es que, oración que aprendía, suplica que emitía para vestir como una princesa en mi primera comunión. Lloré a cantaros porque no lo pude conservar, pero este vestido significó para mí muchas cosas, pero sobre todo fue el germen de mi profesión y de una enseñanza que legar.

Poco imaginaba esa niña que realmente casi todas esas niñas iban de prestado y que sus hermanas no lo vistieran no era algo excepcional ni marginal.  Un vestido de comunión era un verdadero objeto de lujo al alcance de muy pocos. Lo normal es que pasara entre hermanas, o fuese cedido por algún familiar o personas allegadas. En caso contrario, se lucía el mejor indumento que se tuviese, ya que, si bien era obligado comulgar por vez primera, no existía un “vestido oficial”. Lo importante era, y sigue siendo, el sacramento en sí, perpetuar la tradición y los valores que toda niña y niño debía aprender y no el indumento.

Sí pudo conservar, en cambio, su vestido de Primera Comunión, Isabel López Calderón tras lucirlo un 14 de mayo de 1960 y algo aún mejor, donarlo al Museo Pedagógico, un gesto de una enorme generosidad al desprenderse de un pedacito de su historia en aras del patrimonio educativo y del conocimiento. Es el vestido que ilustra esta reseña, un vestido también de segunda mano que sería a su vez lucido, cumpliendo ya con la idiosincrasia de esta prenda, por una de sus primas. Un vestido que, en su morfología, diseño, composición y confección, no dista mucho del vestido que vistió Anita y otras muchas. Un vestido de corte princesa de manga larga confeccionado con organza de color blanco, nulo escote, con cuello bebe o Peter Pan y con numerosas jaretas y cenefas bordadas como protagonistas de su decoración. Sobre la cabeza portaba corona de flores y largo velo, y guantes tejidos expresamente para ella tomando su mano como modelo.

El vestido de comunión al igual que la indumentaria infantil es un reflejo de la moda adulta, y en este caso, como en tiempos anteriores, y con simbolismos prácticamente similares, es una miniaturización de los vestidos de novia que estaban en boga en cada momento histórico, al tiempo que una prefiguración de su futuro rol como mujer en la sociedad.

La indumentaria y la moda de cada tiempo histórico, es además uno de los primeros lenguajes de comunicación e identificación social, un producto cultural espejo del contexto social y de las costumbres de una época, la cual es modelada y controlada por la ideología imperante. Son numerosos los estudios que ponen de manifiesto la significación social y la importancia de la ropa en la vida y en la personalidad humanas cumpliendo propósitos fisiológicos, filosóficos, psicológicos y sociales absolutamente esenciales, así como el poder que la moda, y lo bello y lujoso de ella, ha ejercido en nosotros. Este vestido de Isabel, como diría Da Vinci, forma parte de un todo conectado con todo lo demás que no solo es producto de su tiempo, sino que representa una síntesis perfecta de la educación de las niñas de la época encaminada íntegramente a lograr el ideal de mujer programado, ya desde las aulas, por la iglesia y el estado. Una educación primaria vinculada a un sistema de enseñanza tradicional católico bajo cuyo catecismo se le inculcaban los valores sociales, religiosos y morales esenciales de vida, así como su papel como mujer en una sociedad— esposa madre—vinculada a labores del hogar, y en un país tradicionalmente confesional que alcanzó su máximo auge durante la dictadura, como resultado de su concordato con la Santa Sede, cimentándolo bajo un nacional-catolicismo. Una enseñanza legislada, por la ley de Educación primaria de 17 de Julio de 1945, distinta a la recibida por los niños, e impartidas en escuelas separadas por sexo, que al igual que tiempos anteriores, a excepción de un breve receso durante la Segunda República española, era dirigida y supervisada por la iglesia católica. Y, precisamente la moda y el papel de la mujer en la sociedad de postguerra fueron dos de las cuestiones controladas por el estado y la iglesia. Era una constante su preocupación por codificar el modelo de feminidad, que era insuflado en la escuela por las maestras a las niñas, al tiempo que por las mujeres de su familia, para evitar contrariar las normas de moralidad vigentes.  El propio Papa Pío Xll afirmaba que moda y modestia deberían caminar juntas, como dos hermanas. Por tanto, este vestido es en sí mismo una dualidad, pues es un destello de vanguardia y última moda, de la poca que lograba pasar la censura, pero en cambio gestado en un tiempo de retroceso en el avance de los derechos y libertades de la mujer. Teorizaba Oscar Wilde, contrariado por la moda de finales del siglo XIX, que el arte del buen vestir debería enseñarse en las aulas y, salvando las distancias,  este vestido es inherente a la historia de la infancia y de la moda infantil pero tambien inherente al ADN de su educación porque estaban realizados por modistas -pues no existían tiendas de vestidos de comunión como hoy- que eran antiguas alumnas de esa educación primaria especialmente legislada para la mujer que habían recibido en la escuela sus primeras clases de costura y bordado, haciendo de ello su profesión. Fueron ellas, abuelas, madres, tías o vecinas modistas, antaño alumnas de educación religiosa tradicional y digas de un estudio aparte, las mentoras y maestras de célebres modistas y diseñadores de moda, caso de Balenciaga que tuvo a Martina, su madre, como referente. A pesar de ser el vestido de comunión una prenda de lujo, fueron precisamente ellas las que, dentro de su desfavorable contexto social, además de hacer ropa para el resto de la población, dieron forma a los sueños de muchas niñas mediante encajes, tules, satenes, rasos, organzas, etc., de algodón, nylon o seda inspirándose o reproduciendo las tendencias de las pocas revistas de moda que lograban llegar a España.

Decía Coco Chanel que “Moda es lo que pasa de moda”, aforismo que contradice este vestido de Isabel porque su diseño sigue de actualidad bajo la denominación “clásico”, aunque con matices bien distintos a los de antaño. Su vestido es un libro abierto de antropología, cargado de historia e historias, que puede evocar tantos y tan distintos recuerdos, emociones y sentimientos como hilos se emplearon en el tisaje de sus tejidos.

Referencias bibliográficas

Álvarez Domínguez, Pablo y Chaves Vasconcelos, M. Celi (2021): A primeira comunhão entre dois lados do océano (Brasil e Espanha): imágenes arquivadas de educação e religião. Cuadernos de História da Educação, 20 (44), pp. 1-22.

Llodrà, J. Miquel, Mascaró, Jaume, Ribas, Neus, Pairet, Carmina y Casal-Valls, Laura (2016): Vestits per a l’ocasio: la indumentària en els ritus de pas. Arenys de Mar (Barcelona): Ajuntament d’Arenys de Mar.

Otero González, Uxía (2021): Domesticando cuerpos femeninos en el franquismo (1939-1975. La (re)modelación de la feminidad normativa y su encarnación sartorial en la transición de los cincuenta [Tesis Doctoral, Universidad de Santiago de Compostela].  En línea: https://minerva.usc.es/xmlui/handle/10347/28220