SACAPUNTAS DE MANIVELA
Sacapuntas de manivela.
Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla
Nunca he olvidado un sacapuntas que utilicé de niña en el colegio. Era grande, metálico, con manivela forrada de madera, bien sujeto la mesa de la profesora. Objeto de deseo de todas las niñas de mi clase, el grupo de párvulas del Colegio Femenino -así se llamaba-, de Bilbao. No sé la marca comercial, desconocíamos entonces esas cosas y tampoco nos interesaban. Solo dar vueltas a la manivela era nuestra ilusión volviendo a la tarea con una punta uniforme y lisa.
Un sacapuntas robusto, resistente y disponible -con mesura-, para afilar los lápices de escribir y los de pintar, que guardábamos en un estuche de madera o, más moderno, de plástico duro con colores e imágenes, regalo del último cumpleaños o de los Reyes Magos.
Estábamos aprendiendo a identificar letras, sílabas, palabras y a combinarlas en frases cortas; pronunciarlas, escribirlas, colorearlas. Con qué gusto hacíamos las líneas rectas o curvas, más largas y más cortas, en cada palabra y en los dibujos; no sé si por una curiosidad irresistible de aprender, que seguramente alguna tendríamos, o simplemente como licencia para utilizar el sacapuntas. Con el aliciente añadido de levantarnos, movernos, desplazarnos por el aula.
Colorear letras grandes y rellenar figuras de las fichas de trabajo, permitía hacer trazos más anchos, tupidos, con la consecuencia del redondeo de las minas, de su desgaste. Sentíamos entonces una evidente necesidad de conseguir punta. Pero la profesora, María Josefa García Serna, una mujer grande -no sé por qué otras profesoras la llamaban Pepituca-, bonachona, nos hacía muchas veces un gesto de negativa, y otras nos explicaba que la mina aún servía; a veces, aprovechábamos que estaba distraída atendiendo a niñas de alguna mesa, aunque enseguida nos delataba el sigiloso ruido de la manivela. No recuerdo si tenía un sistema para regular la cantidad de punta.
En el colegio de una amiga, este tipo de sacapuntas estaba en el despacho de la Directora, a donde tenían que ir para utilizarlo; tuvo que resultar más complicado conseguirlo.
La mina, esa barrita rodeada de otra de madera, también circular o de forma octogonal que se recortaba en virutas a medida que dábamos vuelta a la manivela. ¡Qué logro cuando al abrir el cajón en que caían, eran largas y enroscadas!
Teníamos suerte de que afilar resultara tan fácil; las personas mayores de nuestras familias nos decían que no habían tenido sacapuntas en su infancia, que les afilaban los lápices con una navaja, con un cuchillo, incluso con una cuchilla de afeitar. Eran herramientas utilizadas siglos antes para moldear el cañón de la pluma de ave que se mojaba en tinta para escribir. Para evitar su peligrosidad nació el de herradura, con asa y cuchilla en forma de U, que resultaba más cómodo. Pero no lograban puntas muy lisas y puntiagudas. Sí existían sacapuntas, pero no pudieron comprarlos y en sus aulas tampoco había.
En todas las escuelas del mundo se oye su nombre: sacapuntas o afilalápices en español peninsular y otros países hispanoamericanos, tajador en Perú, tajalápiz en Colombia, pencil sharpener en inglés, anspitzer en alemán, taille crayón en francés, temperamatite en italiano, apontador en portugués o pennvässare en sueco.
Indagando en su historia, encontramos la obra Annales de l’Industrie Nationale et Étrangère, ou Mercure Technologique que, en el volumen sexto publicado en 1822 sobre Recueil de Mémoires sur les Arts et Métiers, les Manufactures, le commerce, l’industriel le agricultura, etc., describe por primera vez la invención de un artefacto para afilar lápices por C.A. Boucher, un militar francés, del cuerpo de ingenieros, experto en dibujo de mapas que necesitaba lápices con buena punta. No solicitó la patente y sí lo hizo en 1828 su compatriota, profesor y geómetra de Limoges Bernard Lassimone, llamándole taille-crayon. Así decía el texto de la concesión: «Le sieur Lassimone (Bernard), géomètre, demeurant à Limoges, département de la Haute-Vienne, auquel il a été délivré, le 20 octobre dernier, le certificat de sa demande d´un brevet d´invention de cinq ans pour un instrument qu´il appelle taille-crayon».
Se sucedieron nuevas versiones. En 1829, Julien Fevret de Saint-Menin incorporó al pantógrafo un mecanismo para sacar punta a los lápices. En 1830, en la Exposition Générale des produits e l’industrie Nationale à Bruxelles, el belga Joseph Body exhibió dos sacapuntas (Fonderie et Imprimerie Normales, 1830: 273). En 1833, Robert Burton Cooper y George Frederick Eckstein, consiguen en Inglaterra la patente de un dispositivo, Styloxynon o Puntero de lápiz, para sacar punta: «Robert Burton Cooper, of Battersea Fields, in the County of Surrey, Esquire, and George Frederick Eckstein, Holborn, in the County of Middlesex, Ironmonger, for an instrument or apparatus for pointing pencils, and certain other purposes».
Estos primeros modelos eran grandes, pesados y de afilado lento, lo que agilizó el francés Thierry des Estivaux, creando un primer sacapuntas manual en 1847. Una nueva mejora la introdujo el estadounidense Walter K. Foster (1858), a mediado el siglo XIX, para fabricarlo en serie; en la solicitud de patente afirma que él «have invented certain new and useful Improvements in Pencil-Sharpeners or Devices for Sharpening or Pointing Pencils or Crayons». Y que «this pencil Sharpener is intended to be constructed by casting or founding the body of it in a mold and on the knife or cutter placed and held in the mold».
Como ningún modelo evitaba las frecuentes rupturas de la punta, se concentró el esfuerzo en resolver este problema. En 1896, la empresa estadounidense de Albert Black Dick aportó un avance en el Planetary Pencil Pointer: no era necesario sostener el lápiz, se introducía en un orificio mientras se giraba la manivela. Continuó evolucionando en la compañía Olcott Climax en 1904 y en los innovadores sacapuntas eléctricos de 1910, comercializados en 1940.
En la versión de sobremesa, fue muy posterior, de 1945, se la debemos al guipuzcoano Ignacio Urresti, de la Empresa El Casco fundada en Eibar en 1920; inventor que se inspiró para su diseño en un molinillo de café; el modelo inicial fabricado pesó algo más de un kilo; seguramente el de mi colegio era de esa marca y después de cien años continúa comercializándose.
Hasta llegar al utilizado actualmente, una cuchilla colocada en la abertura de un orificio cónico donde introducimos el lápiz, lo giramos y suelta fragmentos de viruta.
Durante dos siglos, el sacapuntas se ha simplificado y podemos encontrarlos en todas las formas y colores. En innumerables modelos, materiales, reproduciendo objetos (pianos, lámparas, autobuses, teléfonos, etc.) y figuras infantiles, adaptados al tamaño y forma de los lápices, a las distintas necesidades de uso, escolar y profesional, abiertos o con contenedor de virutas, para diestros y para zurdos. Y sacapuntas eléctricos, de funcionamiento automático, rápidos y eficaces.
Referencias bibliográficas
Foster, Walter K. (1858): Pencil-Sharpener. En línea: https://patents.google.com/patent/US20262A/en
Le Normand, Louis-Sébastien (dir.) (1822), Paris: Bachelier, Libraire-Éditeur, 290-295.
Reiffenberg Bruxelles, Frédéric Auguste Ferdinand Thomas de (1830): Histoire de l’ordre de la toison d’or depuis son institution jusqu’à la cessation des chapitres généraux… Bruselas: Fonderie et imprimerie normales.
Repertory of patent inventions and other discoveries and improvements in arts, manufactures and agriculture, (16), 1833, London: T.&G. Underwood, 318–319.