PLUMAS DE DIBUJO

María Dolores Díaz Alcaide

Universidad de Sevilla

dolodiaz@us.es

Plumas de dibujo.
Museo Andaluz de la Educación

Estas plumas de dibujo me traen recuerdos de mi infancia. En casa había estuches y cajas con plumas, plumines…Me llamaban la atención y me gustaba observar los restos de tinta en unas, el óxido en otras, las diferentes formas de las puntas y los palillos… También había tinteros de cristal con tinta azul, negra, roja… Creo que todavía puede haber algo de esto en mi casa actual.

Siempre me han gustado los objetos de escritorio, plumas, bolígrafos, lápices, rotuladores y desde pequeña he estado familiarizada con ellos y con su uso, quizá porque mi padre era periodista y escribía mucho con todos ellos y porque siempre me han fascinado los colores, las formas, las imágenes… lo que son en sí mismas y lo que transmiten.

Aparte del uso de carácter profesional que les daba mi padre, en mi época escolar las plumas ya eran sustituidas por bolígrafos, por lo que no se usaban en los cuadernos de caligrafía de mis primeros años escolares. Sin embargo, en casa, jugaba con las plumas y la tinta, mis padres, sobre todo mi madre, me enseñaron a usarlas y me decían que ellos las usaban en sus años escolares, en los cuadernos de caligrafía, mientras aprendían a escribir y en su formación posterior… Escribir con la tinta, dibujar… eso era lo que a mí me gustaba, no tanto por el contenido de la escritura sino por considerar la escritura como un dibujo lineal, como líneas que se van enlazando y tomando formas a las que se les otorga un significado, que puede ser el culturalmente establecido, u otro distinto, según la mirada del observador.

Y así, poco a poco, iba probando y experimentando con las diferentes plumas y la tinta: las que estaban usadas, las que estaban despuntadas, las que estaban obstruidas por la tinta seca… y las que funcionaban bien y permitían fluir la tinta que cogía del tintero y dejaban trazos de distinta apariencia sobre el papel. Eso me gustaba. Me gustaba dibujar.

En una ocasión pude tener mi propia pluma, la que más me gustaba de las que había en casa y que me fue regalada. La llevaba al colegio donde estudiaba y, a veces escribía y dibujaba con ella, ante la extrañeza de mis compañeras de clase y algunas profesoras, pero, como para entonces, tenía buena caligrafía y disfrutaba con ella, me dejaban usarla. Era una estilográfica que todavía conservo, con la que, además, tomé todos los apuntes de mi carrera universitaria y con la que también, cómo no, hacía dibujos…

Aunque mi etapa escolar transcurrió en los años en que el acceso a la educación era generalizado tanto para niños como para niñas y el utillaje escolar no incluía el uso obligatorio de las plumas para dibujar o para ejercicios de caligrafía, mi gusto por las plumas, en sus diferentes variedades, desde plumas de ave a estilográficas más modernas y “tecnológicas” me viene de ahí; y quién sabe, si eso que empezó como un juego infantil de exploración y también de expresión gráfica, de aprendizaje, que tuve la oportunidad de utilizar en el colegio y fuera de él, aunque ya no era de uso común, contribuyó a forjar mi gusto por la expresión gráfica, por las artes plásticas, por la creación artística y por lo que, en definitiva, forma una parte importante de mi persona y de mi vida.

La fotografía de este juego de “plumas de dibujo” me ha brindado la oportunidad de transportarme a un pasado no tan lejano en la educación y formación de hombres y mujeres, y a los inicios de mi propia formación, formal y no formal, como persona, amante de las artes y creadora de obras artísticas de diferentes géneros, sin la que no sería quien soy.