YOYO

                                       EL YOYO Y YO

Gloria González Campos

Universidad de Sevilla

gloriagc@us.es

Imagen: Yoyo.

Centro Museo Pedagógico de la Universidad de Salamanca (CEMUPE).

Yo tenía ocho años cuando el yoyo llegó por primera vez a mis manos que, buscando a mi hermano en su habitación y al ver que no estaba, se lo sustraje.

Llevaba tiempo observando a chicos “bailar” este juguete, ya que predominantemente, estos tomaron la iniciativa del yoyo, mientras las chicas, jugábamos a los cromos, etc., al menos, en mi entorno. Pero descubrí que este juguete era una oportunidad para participar en actividades físicas de destrezas, desmarcándome de la consideración implícita de competencia masculina.

Recuerdo que este objeto capturó mi imaginación, ya que, consistiendo en un disco redondo, en mi caso, de plástico, con una fina cuerda enrollada sobre un eje central, tenía que hacerlo descender girando con un movimiento habilidoso de mano, para hacerlo regresar hasta arriba con otro movimiento rápido y rítmico de muñeca.

La sincronización de estos movimientos para mantener el yoyo subiendo y bajando permitía poner en práctica trucos que desarrollaban nuestra creatividad. Por una parte, intentábamos diferentes gestos básicos y avanzados para descubrir nuevas maneras de bailarlo, y por otra, inventábamos nombres a los resultados que obteníamos tras esas probaturas.

En la mayoría de los casos, no competíamos unos/as contra otros/as, sino que nos reuníamos en “la placita” del barrio para mostrar públicamente nuestras habilidades, exponiéndonos ante la “pandilla” e intentando obtener el reconocimiento social que todo ser humano demanda, ya desde la infancia.

 

La creatividad y las habilidades motrices desarrolladas a través del yoyo eran tan extraordinarias que creamos un repertorio o “catálogo de maniobras con yoyo”. Este contaba con trucos básicos como:

  • “El dormilón”, consistente en lanzar el yoyo de manera que girase libremente al final de la cuerda, en lugar de que regresara automáticamente a tu mano, girando como un dormilón.
  • “El eléctrico”, donde se lanzaba el yoyo recto hacia delante y cuando llegase al final de la cuerda, se levantaba la mano ligeramente para que volviera a tu mano mediante pequeños saltos.
  • “El perrito”, cuyo lanzamiento era hacia abajo y justo antes de que tocase el suelo, se levantaba la mano rápidamente, para que el yoyo rebotara y volviera hacia arriba como un perro saltando.

 

Pero nuestro catálogo, además de los trucos básicos expuestos, registraba movimientos avanzados que solo unos/as pocos/as eran capaces de ejecutar como “la torre”, “la cascada” o el “búmeran”, los cuales, además de habilidades motrices finas y coordinación óculo manual, desarrollaban, en una infancia criada en actividades y juegos callejeros, la virtud de la paciencia, dedicando intensamente nuestro tiempo en una práctica reiterada con la finalidad de dominarlos.

Así pues, “el yoyo y yo”, tuvimos suerte de encontrarnos, pues para él, le proporcioné uso y utilidad, y para mí fue un juguete suministrador de grandes beneficios a nivel personal, ya que transcendió las barreras de género, desarrolló mis destrezas motrices y cognitivas, mejoró mi focalización atencional y mi concentración, desplegó mi creatividad, fomentó mi paciencia y perseverancia, impulsó mi autoconfianza y me abrió puertas en el proceso de socialización, compartiendo experiencias gratificantes cargadas de diversión. Algo o alguien da más que el yoyo…