PUPITRE ESCOLAR

                          ALGO MÁS QUE UN MUEBLE

Alejandro Mayordomo Pérez

Universidad de València

alejandro.mayordomo@uv.es

Imagen: Pupitre escolar.

Museo de Historia de la Escuela. Universidad de Valencia.

  1. Una referencia

El “giro material” en el estudio historiográfico de la educación provocó, hace años, un interés relevante por el carácter y la evolución del mobiliario escolar. En ese tema está claro que niños y niñas dispusieron siempre de un elemento esencial: las distintas clases de pupitres, cuerpos de carpintería o mesas-banco.

Desde los inicios de la institucionalización del sistema escolar público fueron, analizados y regulados, con diferentes criterios. El Reglamento de Escuelas, en 1838, ya expresaba la conveniencia de que “las mesas de escribir sean largas y estrechas”, y guarden la inclinación adecuada. Pablo Montesino, en 1841, detallaba la altura y anchura de las mesas, la inclinación de las tablas en forma de atril, el espacio para cada niño o niña, la firmeza o seguridad de tal mobiliario. Conforme avanzó el siglo XIX y transcurría el XX continuaría, oficialmente, la preocupación normativa por el tema, vinculándola más con objetivos de carácter higiénico y pedagógico. La influencia de la Institución Libre de Enseñanza, los trabajos del Museo Pedagógico, la acción del Ministerio de Instrucción Pública, son muestras de cómo se fue conformando un conjunto de fundamentaciones para este ámbito, siempre en el marco de un deficiente proceso de escolarización.

Cabe resaltar el progresivo cambio estimulado por la mirada pedagógica sobre este mobiliario. Desde la importante aportación de Pedro de Alcántara García, en 1886, el Tratado de Higiene Escolar. Guía Teórico-Práctica; denunciando los defectos del antiguo mobiliario, anotando los hábitos perjudiciales y actitudes viciosas para la simetría del cuerpo, etc. O con las llamadas de Giner de los Ríos para señalar aspectos que debían ser corregidos: la falta de respaldo, el mal apoyo para los pies, la altura arbitraria, el asiento demasiado estrecho, la inadecuada distancia ente asiento y pupitre, etc. Era la búsqueda de un modelo ergonómico frente a las “enfermedades escolares” que se iban detectando (miopía, desviaciones de columna…).

  1. Una evocación

Como párvulo asistí a un espléndido grupo escolar inaugurado durante el tiempo de la II República. No teníamos pupitres, disponíamos de mesas circulares, para cuatro o cinco escolares, nuevas, colaborativas, de color muy claro y limpias, bajitas como las sillas, a nuestra medida. En el curso 1957-1958 ingresé en la enseñanza primaria, y allí apareció el pupitre de los mayores, mi primer pupitre El centro escolar abría sus puertas ese año, era “nuevo”, pero viejo; se denominaba “Agrupación Escolar Mixta José Antonio. Escuelas Graduadas”, y lo habían instalado en el edificio del antiguo Cuartel de la Guardia Civil.

Allí, justo frente a la mesa del maestro estaba aquel pupitre viejo (seguramente provenía de algunas escuelas unitarias municipales), bipersonal, asiento abatible, tablero inclinado, con rejilla de madera para apoyar los pies, repisa para depositar objetos, tinteros que ya no utilizamos. En él permanecí durante tres cursos, y luego supe que seguía la mayor parte de las características del conocido “modelo” del Museo Pedagógico. El maestro, se llamaba Don Alejandro, y yo era “el nét del mestre”.

Después, bachiller en un colegio privado, mi pupitre era moderno, nuevo, muy diferente. Pagábamos, eso sí, anualmente, por “desgaste de mobiliario”. Pero dejémoslo, porque la memoria no es, ciertamente, un almacén.

3. Una mirada otra

Anacronismo. Mi primer pupitre era viejo, sí. Se situaba en medio de demasiado silencio, bastante pasividad y cierto aburrimiento. Y, en cambio, ilustres personajes, que luego conocería por mis estudios, habían ya impulsado un concepto y un mandato o ley biogenética en pro de la escuela activa: la infancia ama la movilidad y la actividad, mientras que en la escuela se le obliga a estar sentados y escuchar. El fundamental error del banco, escribió María Montessori, estribaba en el olvido de “la conquista de cierta libertad”, de cambiar la forma en la que se trabajaba.

Segregación. Mis compañeros en el pupitre, hasta llegar a la Universidad, fueron siempre varones. Durante algún tiempo lo asumimos-inconscientes- como algo “natural”. Después reconocimos la incoherencia y relevancia de aquella práctica, limitación segregadora que comenzaba en los mismos espacios escolares. División de espacios, sujetos ausentes (ellas), carencia de códigos en común, germen de desigualdad y socialización diferenciada.

Oportunidad. Pese a todo, los pupitres fueron también lugar para la evasión y la imaginación, espacio de formaciones esenciales, de descubrimientos, de relaciones y sensaciones, de influencias horizontales, de práctica de la negociación para la convivencia, de sociabilidad afectiva. Eran algo más, un “rincón” para otros aprendizajes.