TABAS
EL JUEGO DE LAS TABAS: UN TESORO DE COLORES
DE LA INFANCIA FEMENINA
Imagen: Tabas. Centro Museo Pedagógico de la Universidad de Salamanca.
Desde sus orígenes en la antigua Grecia, el juego de las tabas ha sido un compañero fundamental de nuestra infancia. Durante siglos nos ha proporcionado diversión, destreza y aprendizajes, así como un vínculo con la tradición. Las tabas que dan nombre a este juego son huesos astrágalos, de la articulación del tobillo, generalmente de oveja o de cordero, y que se lanzan al azar en varios juegos que combinan la suerte con la agilidad.
En la antigua Grecia, las tabas eran conocidas como «astrágaloi» y formaban parte de la vida cotidiana de niñas y niños, jugando un papel importante en su desarrollo y entretenimiento. En sus escritos, Platón y Plutarco ya señalaron la afición de los jóvenes atenienses por este juego. Con la expansión de la civilización helenística, el juego de las tabas se extendió por todo el mundo mediterráneo e, incluso, más allá, llegando a ser popular en culturas tan diversas como la romana, la egipcia y la china. Aunque cada región tenía sus propias variantes y reglas, el concepto básico de lanzar y recoger los huesecillos permanecía constante (Cabrera, 2009).
A lo largo de los siglos, el juego de las tabas continuó evolucionando, adaptándose a los cambios sociales y culturales. En algunas culturas, como la española, se convirtió en un juego especialmente popular entre las niñas, quienes lo veían como una forma propia de expresión y entretenimiento en un mundo dominado por los juegos considerados masculinos. En la España de finales del siglo XIX y primera mitad del XX, donde cualquier objeto cotidiano podía transformarse en un juguete, las tabas eran un elemento común en las escuelas y patios de recreo, donde las niñas se reunían para jugar y compartir momentos de compañerismo. A menudo, las tabas eran decoradas con colores vivos, convirtiéndolas en verdaderas obras de arte que reflejaban la creatividad y el ingenio de sus dueñas (Beguiristain, 2019).
Emilia, de 80 años y procedente de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca), durante su visita al Centro Museo Pedagógico de la Universidad de Salamanca, nos comparte su nostalgia mientras sostiene un conjunto de tabas en sus manos: “esto se rebañaba y luego se lavaba bien lavado y a jugar se ha dicho”. Nos cuenta que su madre, con mucho esmero, se dedicaba a limpiar, lavar y cocer al fuego del hogar estos humildes huesecillos para, posteriormente, ponerlos en sus manos y jugar, no sin antes pintarlos, transformándolos así en verdaderos tesoros de juego. De este modo, las tabas, una vez decoradas con esmero, se convertían en piezas mágicas que permitían disfrutar de un juego lleno de creatividad y destreza.
Para jugar, se designaba a cada uno de los cuatro lados de las tabas con un nombre específico: «hoyos», «llanas», «picos» y «fondos», aunque estos podían variar según la región geográfica.
Existían diversas modalidades de juego. En una de ellas, la más extendida, se jugaba con cinco tabas. Las niñas se arrodillaban, o se sentaban de lado, en una superficie plana. Una de las niñas agitaba cuatro tabas, con sus manos o en un bote, y las lanzaba al aire, dejándolas caer de manera aleatoria sobre el suelo. Posteriormente, lanzaba la quinta hacia arriba y durante el vuelo de la taba, la jugadora debía colocar las tabas que estaban en el suelo mostrando el mismo tipo de lado (hoyos, llanas, piscos y fondos). Este proceso se repetía hasta completar todas las caras en todas las tabas. La participante que lograba realizar esta tarea en la menor cantidad de lanzamientos era la ganadora.
Otra variante consistía en utilizar entre seis y ocho tabas y un pitón (bola de cristal o de barro). En este juego, el pitón se lanza al aire y, mientras tanto, las jugadoras deben recoger el resto de las tabas que están dispuestas en el suelo en diferentes posiciones, anunciando la forma de su lado o cara. El objetivo es recoger todas las tabas antes de que el pitón toque el suelo. Si una jugadora no logra recoger todas las tabas en la posición requerida o no recoge el pitón a tiempo, pierde su turno y pasa a la siguiente jugadora (Mingonte, 2005). Durante el juego, las niñas solían cantar diferentes canciones breves y rítmicas, que acompañaban la actividad y entretenían a las que estaban esperando su turno.
Este juego no era simplemente un pasatiempo; era una oportunidad para que las niñas compartieran momentos de diversión a la vez que mejoraban su coordinación y psicomotricidad fina. Del mismo modo, las reglas variaban en cada grupo de amigas, como reflejo de la importancia que estas atribuían al consenso del propio grupo, en detrimento de unas normas que venían impuestas desde el exterior.
Hoy en día, las tabas, continúan siendo un símbolo de la infancia femenina, un pequeño pero poderoso testimonio que nos transporta a una época donde el juego y la vida escolar y social se entrelazaban, en una mezcla de diversión, creatividad y aprendizajes dirigidos.
Referencias bibliográficas
Beguiristain Gurpide, María Amor (2019): Juegos infantiles de ayer y hoy en Obanos (Navarra). Cuadernos De Etnología y Etnografía Navarra, (92), 111-147.
Cabrera, Eliseo Andreu (2009): El juego infantil mediterráneo: Grecia antigua. Aloma: revista de psicologia, ciències de l’educació i de l’esport, (25), 39-51.
Mingote Calderón, José Luís (Coord.) (2005): Animalario: Visiones humanas sobre mundos animales. Madrid: Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales.