FOTOGRAFÍA DE PRIMERA

              COMUNIÓN

                          EL DÍA MÁS FELIZ DE MI VIDA

Juan Ramón Jiménez Vicioso | Carmen María Aránzazu Cejudo Cortés

Universidad de Huelva

jjimenez@dedu.uhu.es | aranzazu.cejudo@dedu.uhu.es

Imagen: Primera Comunión en Trigueros (Huelva), 1956.

Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva.

El elemento que analizamos es una fotografía en blanco y negro, con los bordes dentados y ya algo desgastada por el paso del tiempo, delatando sus casi 70 años de antigüedad. El reverso está marcado con un sello de tampón, con el dibujo de un fragmento de película, en el que aparece la autoría: “Foto Flores, Trigueros, Huelva”, y, escrito a bolígrafo “Primera Comunión, 1956”.

En el pasado, una fotografía era un objeto valioso. Muy pocas personas disponían de cámaras, y no en todas las localidades había estudios fotográficos. Trigueros era un pueblo de cierta importancia por aquellos tiempos: unos 6500 habitantes (actualmente roza los 8000), cruce de los caminos hacia Huelva, Portugal y Sevilla, puerto cercano (San Juan del Puerto), y un rico patrimonio artístico. No nos extraña, por tanto, que Flores tuviera una actividad continuada en el pueblo en la década de los cincuenta del siglo pasado.

Las protagonistas de la foto son catorce niñas vestidas para su Primera Comunión. Visten al estilo tradicional de esa época, como pequeñas novias, de blanco inmaculado de pies a cabeza.  En la fotografía no se ve, pero, probablemente, llevarían zapatos de charol blanco las más pudientes o tintados en ese mismo color las de familias más humildes. El velo que cubre sus cabellos y las diademas que lo recogen también son blancos. También, suponemos, han llevado entre sus manos un “limosnero” con varias pesetas para dejar en el cestillo durante la Misa y un pequeño Misal con cubiertas nacaradas, lomos dorados e impreso en papel biblia. Los vestidos y complementos de este día tan especial serán heredados por la hermana más pequeña o por alguna primilla. Aún no habían llegado los tiempos de “usar y tirar”.

La escena que inmortaliza la imagen es el inicio de la celebración. A la Primera Comunión se llegaba en ayuno riguroso (ni comida, ni bebida) y la liturgia ha ocupado un buen rato: Lecturas, homilías, ofertorio, consagración, bendiciones,… Es una Misa larga, en ocasiones concelebrada por varios sacerdotes. En la época a la que nos referimos, la mayoría de los niños y niñas apenas han cumplido los siete años cuando hacen la Comunión. Se supone que, con siete años, ya se disponen de “uso de la razón”, es decir, de la capacidad mental para discernir el bien del mal y responsabilidad de las propias acciones. Tras el ritual religioso, el correspondiente pagano: repartir estampitas con recordatorios, saludar a familiares y amistades, hacerse algunas fotos, y ¡a desayunar!

Si comparamos con la época actual, la celebración posterior a la Comunión se consideraría austera. Pero los precedentes eran otros en 1956. Se estaba saliendo de los “años del hambre” de la década anterior, y aún no se nadaba en la abundancia. Un chocolate caliente y unos churros o pastelitos eran más que suficiente para alegrar a la prole. No sería de extrañar que, en un pueblo como Trigueros, alguna variedad de sus panes fuera servida en esta celebración.

Los protagonistas “secundarios” y el escenario de nuestra foto también aportan generosas informaciones sobre el acontecimiento. Se observan dos sacerdotes –párroco y coadjutor- tres hombres vestidos con trajes de chaqueta y corbata (quizás maestros o autoridades locales) y dos mujeres enlutadas. No viene muy al caso detallar los nombres y filiación de cada uno de ellos, pero sí dejar constancia que la mujer de negro con pañuelo en la cabeza es Doña Gertrudis, a la sazón directora del Colegio Nacional, conocido popularmente como el “colegio de balde”, por oposición al “colegio de pago” o de las monjas, que al ser privado requería de unas cuotas de escolarización. Doña Gertrudis era conocida en el pueblo como una mujer moderna en su juventud, y más conservadora a medida que avanzaba en edad. El luto de su vestimenta era una prenda habitual para mujeres de cierta edad, ora por el fallecimiento de sus padres o por viudedad.

Sabemos que el escenario de la foto es una de las salas del Colegio Nacional. En sus paredes se representa –casi- toda la simbología del Nacional-Catolicismo: Francisco Franco, aún joven y vestido de militar, la Inmaculada Concepción y el Sagrado Corazón de María. No se ven las correspondientes a un crucifijo o la estampa de José Antonio Primo de Rivera, pero a buen seguro estarían en otras de las paredes de la sala. Aunque el colegio es mixto, la separación de niños y niñas es cotidiana: aulas separadas e incluso celebración en salas distintas.

Las niñas posan sonrientes y con las manos juntas, a la altura del pecho, en posición de rezo. Durante los años previos han aprendido una suerte de lenguaje corporal relacionado con la ideología de la época: cruzar los brazos en clase, las manos juntas en la espalda para la “fila”, levantar la mano y decir “servidora” cuando son nombradas en la “lista” de clase, genuflexión ante el Altísimo, o brazo en alto para cantar el “Cara al Sol”. También habrán aprendido algunos gestos que denotan decencia y feminidad: no mostrar los dientes al sonreír, sentarse con recato,… Todos estos aprendizajes los ponen en práctica, con sus trajes de novicia, en “el día más feliz de mi vida”.

Nota: Agradecemos el testimonio de Rosario Cortés Cuadri y los datos proporcionados por Manuel Pulido Rodríguez.