MUÑECA DE PORCELANA

                TENGO UNA MUÑECA VESTIDA DE AZUL

Inmaculada González Falcón

Departamento de Pedagogía. Universidad de Huelva

inmaculada.gonzalez@dedu.uhu.es 

Imagen: Muñeca de porcelana.

Museo Pedagógico de la Universidad

de Huelva.

Tengo una muñeca vestida de azul,

con su camisita y su canesú.

La saqué a paseo se me constipó,

la tuve en la cama con mucho dolor.

Esta mañanita me dijo el doctor

que le dé jarabe con un tenedor.

Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis,

seis y dos son ocho y ocho dieciséis.

Ya me sé las tablas de multiplicar,

ya he hecho los deberes, vamos a jugar.

(Canción tradicional. Anónimo)

La canción con la que inicia esta reseña, y de la que existen distintas versiones según las latitudes en las que nos encontremos, nos transportan a un tiempo pasado en el que el juego de muñecas era muy habitual en la primera infancia y, más específicamente, en el juego de las niñas. La muñeca representaba el objeto de juego por excelencia de las más pequeñas de la casa y mediante las acciones, canciones, escenarios y personajes que inventaban para ellas proyectaban sus propios deseos, dudas, temores, ilusiones y expectativas en torno al mundo en el que vivían. Vestir, desvestir, peinar, lavar, perfumar, asear, dar de comer, sacar a pasear, acunar, poner a dormir, pero también consolar, cuidar, alabar, premiar, reñir y castigar para expresar el modo en el que iban descifrando el mundo, aprehendiendo los cánones que la sociedad iba marcando para las mujeres y niñas y asimilando los valores y roles que se esperaba de ellas. No en vano, solía ser común que las niñas proyectaran sus juegos en tres escenarios principales, transitando entre las acciones que ellas mismas experimentaban u observaban en sus mayores: en la casa, como niña o bebé al que cuidar o como madre, abuela o tía que cuida del resto de la familia; en la escuela, para dramatizar los roles como alumna y maestra, y en la sociedad: representando acciones y personajes de las profesiones a las que solían acceder las mujeres: enfermera, secretaria, telefonista, empleada en comercios o,  incluso,  religiosa y buena cristiana.

Las letras de la canción popular presentada anteriormente reflejan perfectamente los juegos que formaban parte del proceso de socialización de las niñas, reforzando su obediencia y buen comportamiento como cuidadora y estudiante. El juego, de hecho, se usaba como premio tras la realización de las tareas escolares, aunque siempre se reservaba un juego más tranquilo, interior y sosegado para las niñas que para los niños. Las muñecas servían justamente para este fin, siendo premiadas y reconocidas con distintas alabanzas aquellas que destacaban por su limpieza, cuidado, decoro y pulcritud. Las muñecas más deseables solían ser aquellas que reflejaban una imagen de inocencia y virtud, en línea con los valores católicos de la época. Las muñecas de porcelana, especialmente aquellas con aspecto angelical y vestimenta modesta, eran muy apreciadas. También las muñecas de trapo de aspecto dulce, sencillo y humilde, hechas a mano a partir de los restos de costura, y a las que tenían acceso las clases populares. Las preferidas por las niñas, no obstante, eran las muñecas de porcelana, con sus vibrantes ojos, mofletes pronunciados y boquita redondeada que pronto pasaron a ser un bien de consumo para las familias acomodadas. Basta recordar el boom que supuso la aparición en los años 40 de “Mariquita Pérez”. En una época en la que el salario mensual no llegaba a las 150 pesetas, el precio de partida de la anhelada muñeca de rayas rojas y blancas fue de 85 pesetas. Se convirtió en un símbolo de clase social, un artículo de lujo disponible únicamente para las familias ricas de la sociedad. Las clases más populares se conformaron con imitar sus ropajes y accesorios, gracias a la costura y remates de artesanía, que elaboran las madres para sus hijas. El éxito de Marquita fue tal que pronto le acompañó su hermano Juanín Pérez. Como recuerda García-Hoz (2009), las historias de esta singular familia se retrasmitieron por la radio y se recogieron en la colección “Las aventuras de Mariquita Pérez”, escrita por Juan Cuentista, seudónimo del escritor y político Torcuato Luca de Tena.

 

De la más fina porcelana o de los retales de trapo más humildes, las niñas trataban a sus muñecas con gran mimo y amor. Existía un vínculo emocional muy fuerte con sus juguetes, generándose un espacio de seguridad afectiva y confort que les permitía inventar otros mundos y situaciones más allá de los rígidos convencionalismos. La muñeca era la llave al mundo de la imaginación y creatividad infantil, haciendo posible lo que en la realidad se antojaba como inverosímil. Trepar árboles, saltar, correr, ensuciarse, explorar el mundo, resolver enigmas, descifrar códigos, elaborar pociones, encontrar tesoros, descubrir lugares mágicos… Junto a sus muñecas las niñas lograban encontrar un resquicio para superar las imposiciones e inventar mil maneras de sentir, de soñar y de ser. A pesar de los escasos juguetes y recursos con los que contaban la mayor parte de las niñas- o precisamente por eso- las mentes más inquietas conseguían imaginar y crear otras realidades y encontrar la seguridad emocional que les permitía vivirlas, recrearlas y reinventarlas. Y es justamente esto lo que, por encima de todo, nos conmueve y emociona hoy. Los juegos inventados, las emociones sentidas, las aventuras soñadas, las confesiones, deseos y secretos guardados entre sus ropajes, remiendos y delantales. Nosotras y nuestras muñecas. Compañera de viaje, fiel amiga y confidente, cobijo, vínculo y reencuentro con nuestra familia, con nuestra infancia y con nosotras mismas.

Referencias bibliográficas

García-Hoz Rosales, Concha (2009): Mariquita Pérez: Catálogo razonado de la colección del Museo del Traje: Centro de Investigación del Patrimonio Etnológico. Madrid: Ministerio de Cultura.