CROMOS
LOS “CROMOS”: JUEGOS INFANTILES DE NIÑAS
EN LA ESPAÑA DE LA POSGUERRA
Manuela Rodríguez Mateos
Alumna del Aula de la Experiencia de la Universidad de Huelva
manolirodriguezmateo@gmail.com
Imagen: Cromos.
Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva.
El recuerdo se construye de emociones y sentimientos. Nada de lo que recordamos deja de evocar paz, alegría, añoranza o, a veces, pesar. La naturaleza nos diseñó así, para que nada en nuestra memoria carezca del color de las emociones (Damasio, 1994; 2013). Olores, colores, sonidos y sabores construyen nuestra historia personal siendo los elementos que vertebrarán nuestros sentimientos, nuestro apego a las personas y a las cosas, que nos acompañará toda nuestra vida (Siegel, 2020). Y lo hacemos desde la más tierna infancia, siendo el paso por la escuela el que con más intensidad y variedad, sin duda, sentará la bases de lo que seremos para nosotros mismos y para los demás, con un bagaje de emociones y sentimientos que quedarán asociados a personas, lugares y cosas, compartido, a veces, pero que será único, sólo nuestro y que nos definirá como persona (Schacter, 1996; Pozo y Monereo, 2002).
Al echar la vista atrás vislumbro una sociedad dura … opaca … llena de silencios, que oprimían el corazón de grandes y chicos, donde hasta las risas y la alegría parecían estar prohibidos, que los mayores no podían estar contentos, …eran tantas las penurias que padecían, que se olvidaban de reír …
Yo, niña de aquellos tiempos algo grises, nací [1946] en un cuartel de la Guardia Civil, donde imperaba la rigidez rancia, el cumplimiento de las normas y disciplinas, obedecer siempre, no incordiar a los mayores, no pasar por las zonas restringidas, aunque la curiosidad era enorme. La excitación que despertaba, no llevaba, a veces, a adentrarnos por cualquier escondido rincón para tratar de ver algo de lo prohibido que tanto llamara nuestra atención. Poco o nada conseguíamos, de ahí nuestra frustración.
Los niños sólo queríamos jugar, reír, tener alegría y parecía, a veces, que carecíamos de ella. Éramos pájaros enjaulados. Igual que el grillo en una jaula de corcho y reja de “puntillas” [clavos], que mi padre fabricaba y me traía casi cada día de verano. Que se ganaba su libertad cuando mi madre, cansada de no poder dormir por su canto nocturno, terminaba soltándolo.
Aún careciendo de lo más básico, …la mayoría de los niños tenían que trabajar (seis, siete, ocho años, …) para ayudar a la maltrecha economía familiar…, niñas y los niños, a pesar de todo, éramos felices con lo que teníamos. Veíamos, con ojos de inocencia y limpidez, la cara amable de lo que nos rodeaba y jugar nos libraba de construir un mundo donde lo malvado tuviera lugar. Tamizaba el recuerdo, era el escudo que dejaba fuera lo malo y que, ya de mayor, la nostalgia y el recuerdo seleccionaran sólo lo bueno, lo amable, capaz de albergar la añoranza.
Influenciados por el régimen y la religión, las escuelas llegaron a ser restrictivas sobremanera. Parecía que, primaba asistir a misa los domingos, antes que aprender a leer y escribir. El acceso a la cultura no estaba al alcance de todos, aún así no faltábamos ni a misa, … ni a la escuela. Aunque allí estábamos separados por sexo, en la calle nos relacionábamos.
Los juguetes escaseaban por aquel entonces, no porque no hubiera, sólo por que eran caros y los padres no podían comprarlos. Las niñas nos los hacíamos, muñecas de trapo con pelo de lana. Jugábamos en la calle e intercambiábamos las ropas de las muñecas. Las “Mariquitas”, muñecas de papel que “calcábamos” para tener repuestos, … al “corro”, al yoyó que nos hacíamos con dos botones grandes, …a las “casitas”, donde hacíamos de madres. La “rayuela”, a la “comba”, los “cromos” y todo cuanto se nos ocurriera.
Los “cromos”, ay, ¡los cromos! Para mí era mi juego favorito, siempre llevaba mi cajita de lata con ellos; era tan emocionante cuando ganabas alguno. Era fácil jugar, sólo tenías que ponerlos en una superficie plana, … y ahuecando la mano, soltabas el vaho para calentar el hueco, no sabías muy bien si para mejorar la efectividad en el lance o como ritual para darte suerte, … ¡zas!, golpeabas sobre ellos para tratar de levantarlos cara arriba, cuantos más mejor. Más de un sofoco me llevaba cuando me “pescaban” jugando cuando y no era el momento, … por ejemplo, en la escuela, en el aula, cuando la maestra escribía en la pizarra el problema de “mates” que luego teníamos que resolver. … yo pensaba, “no me ve”, y era cierto, pero sí me oía, … aún así, yo seguía jugando. De repente la maestra me decía: “Manuela, cierra el cuaderno y tráemelo”, … temblando, subía a la tarima y al abrir el cuaderno, los cromos caían al suelo, … ya estaba “cazada”. La maestra, con voz de “trueno”, me decía: “mañana traerás cien veces escrito “no jugaré a los cromos en clase”. El castigo no dolía, pero la pérdida de los cromos, sí, me los requisaba, a veces para siempre.
El olor a imprenta, a goma de borrar, a papel ya usado, el tacto rugoso y de las figuras en “bajo relieve” de los cromos, sensaciones inolvidables que evocan toda mi infancia. La inocencia de una edad impregnada de un sentimiento único de libertad, de grandeza y de disfrute, pensando en la eternidad del tiempo, los veranos larguísimos y esas amigas de la infancia que quedan para siempre.
Habría mucho que contar, pero eso será otra historia.
Referencias bibliográficas
Damasio, Antonio (1994): El error de Descartes: La emoción, la razón y el cerebro humano. Barcelona: Editorial Crítica.
Damasio, Aantonio (2013): The Nature of Feelings: Evolutionary and Neurobiological Origins. Nature Reviews Neuroscience, 14(2), 143-152.
Pozo Andrés, J. Ignacio, y Monereo Font, Carlos (2002): La escuela que queremos: Un modelo de escuela para la educación del siglo XXI. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.
Schacter, Daniel (1996): Searching for memory: The brain, the mind, and the past. New York: Basic Books.
Siegel, Daniel J. (2020): The Developing Mind: How Relationships and the Brain Interact to Shape Who We Are (3rd ed.). México: Guilford Press.