ÁLBUMS PARA BORDAR

   MI BOLSA PARA EL PAN BORDADA A PUNTO DE CRUZ

Montserrat González Fernández

Universidad de Oviedo

montseg@uniovi.es

Imagen: Colección de álbums para bordar.

Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva.

La palabra “álbum” proviene del latín, término neutro del adjetivo albus “blanco” y refiere a un libro dejado en blanco para ser llenado con dibujos, fotografías, sellos, etc., o bien con breves composiciones literarias, sentencias, máximas, piezas de música o, como en este caso, con dibujos para bordar.

Estos álbumes, que solían anunciar en sus portadas expresiones como gran variedad, inmenso surtido, moderna colección…, incorporaban en sus hojas, a veces desplegables, varios alfabetos con diferentes tipos de letras y diversos dibujos, e indicaban que eran apropiados para cañamazo (telas de tejido ralo mayoritariamente de algodón), para realce (bordados que sobresalían la superficie de la tela), para crochet (galicismo empleado para ganchillo), etc. Los álbumes de diferentes labores solían ir numerados y componían numerosos cuadernos y series, publicándose los primeros a una sola tinta, editándose cromolitografiados posteriormente, hasta que fueron reemplazándose por técnicas de impresión modernas. Han sido utilizados como muestras a seguir por parte de niñas y mujeres, y sobre todo de maestras, a quienes se las formaba en costura, bordado y labores con el objeto de que enseñaran a las niñas estas técnicas vinculándolas con conocimientos de dibujo y geometría; incluso para acceder a los estudios de magisterio tenían un examen más que los varones, el de labores, prueba que se mantuvo hasta el cambio de la ley en 1970. Los álbumes para bordar fueron muy populares, pues a coser y a bordar se aprendía además de en la escuela, en los institutos de enseñanza secundaria, en las escuelas normales para maestras, en instituciones socioeducativas o en enseñanzas particulares.

Pervivieron en el tiempo editoriales de álbumes e incluso periódicos, como El Consultor de los Bordados, presentado a comienzos del siglo XX como “Periódico quincenal de dibujos prácticos y modernos para bordados, encajes y toda clase de labores femeniles”, al que le acompañaba como suplemento El Álbum Moderno. Otras publicaciones han sido los álbumes El Dibujante, Colecciones Ideal, Ediciones Realce o la pieza reseñada que también apareció con el antetítulo de La Moderna, de la “marca depositada” La Pajarita.

Cuando se estructuró el sistema educativo español con la Ley Moyano de 1857 se incorporó para la enseñanza elemental y superior de las niñas, reemplazando a otras tres materias para niños, las de “Labores propias del sexo”, “Elementos de Dibujo aplicado a las mismas labores” y “Ligeras nociones de Higiene doméstica” y así permanecieron en el tiempo, afianzándose estas enseñanzas con la Ley de Educación Primaria de 1945, que indicaba que la educación primaria femenina debería preparar “especialmente para la vida del hogar, artesanía e industrias domésticas” (artículo 11) y para ello estableció “trabajos manuales, prácticas de taller y labores femeninas” como materia complementaria y útil (artículo 37), publicando el contenido en los Cuestionarios Nacionales, redactado por la Sección Femenina, como enseñanzas del hogar y en las que se potenciaron las labores. Sería la Ley General de Educación de 1970 la que introduciría cambios pasando a denominar a la asignatura como “Actividades domésticas” y las maestras ya podían no incluir la enseñanza de labores.

Imagen: Colección de álbums para bordar.

Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva.

Me recuerdo como una niña escolar de la década de los sesenta que entre las labores de costura que tuve que realizar estaba el consabido dechado cosido en tardes soporíferas, un anodino tapete, el inicio de una alfombra y en bachiller el patrón de falda y camisa, además de la confección de una bolsa para el pan bordada a punto de cruz en tela blanca de panamá, cuyas letras me encantaban y en las que se apoyaban dos ratoncitos. No recuerdo el álbum que tendría la maestra, solo la hoja que yo tenía que seguir y en la que cambié el color de los hilos a tonos de azul, mi preferido por entonces. ¡Qué orgullosa me sentía yo con mi bolsa para el pan!, pues además de haberme quedado muy bonita entendía que había realizado algo muy útil, aunque enseguida percibí, ¡qué disgusto!, que el uso ajaba las cosas y que la utilidad se contraponía a la labor de adorno. Por eso comprendo que las labores primorosas que hacían niñas, jóvenes y adultas quisieran preservarlas del paso del tiempo y las guardaran con esmero, solo exponiéndolas o utilizándolas en fechas señaladas, si bien en el caso de numerosas mujeres, las labores de aguja habitaron muchas horas de sus vidas, bien por obligación, por necesidad o por ocupar el tiempo vacuo, a lo que tanto las habían acostumbrado.