JUEGO DE GNOMOS
AQUÍ EN EL BOSQUE SOY FELIZ
Imagen: Juego de Gnomos. Colección Panorama (aprox. 1986).
Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla.
Inevitablemente nos tenemos que trasladar a la serie de «David el Gnomo» viajando a un mundo de fantasía habitado por seres diminutos y bonachones que, a pesar del paso del tiempo, siguen resonando en nuestros corazones. Entre los Millennias o Generación Y, los personajes de la portada, Lily y Harold, pueden parecer menos familiares que sus padres, David y Lisa. Sin embargo, su presencia en nuestra infancia marcó momentos memorables, tanto en la pantalla como en la mesa de juego o habitaciones.
Podemos afirmar que este fenómeno televisivo ofrecía un hogar peculiar, no sólo por lo mitológico de sus personajes, sino por los mensajes que transmitían. Por un lado, el tipo de familia que visualizaban. El padre, un hombre anciano al que los años no le impedían cometer riesgos y luchar por la comunidad, y la madre, una mujer también mayor, que participaba en las aventuras de su marido. La serie mostraba el mundo hogareño de los gnomos, donde las labores domésticas son compartidas por todos los miembros de la familia. Salvarguardar la comunidad y la naturaleza eran objetivos prioritarios.
«Juegos de los Gnomos» invita a sumergirnos en ese fascinante mundo, donde la magia y la naturaleza se entrelaza en un escenario de juegos y aventuras. Pero pudiera ser el caso de que esta pieza fuera un libro pop-up de antaño, sin apenas texto cuya experiencia activa y participativa, hacía de los niños lectores, jugadores, constructores de sus propios destinos en el bosque encantado de los gnomos. A diferencia de otros juegos de mesa más tradicionales, donde los jugadores siguen una serie predefinida de reglas y movimientos, «Juegos de los Gnomos» parece ofrecer una experiencia más abierta y flexible, donde los jugadores tienen la libertad de explorar y crear sus propias historias y aventuras.
La misma sensación que David proyectaba en cada uno de los capítulos. Al igual que los libros pop-up, donde el relato emerge de las propias pulsiones de los infantes, donde todo es posible, alcanzando la victoria en cada peripecia, incluso los sueños más alocados, salvajes y atrevidos. Ambas experiencias, lectura o juego de mesa comparten similitudes en términos de interactividad, experiencia compartida, estimulación sensorial y creatividad narrativa.
El recuerdo de David y Lisa nos transportan a un pasado igualmente hogareño, donde aparecen una amalgama de recuerdos con sabores y olores en ocasiones irreconocibles, otras veces llenos de matices infantiles completamente perceptibles, aun por unos instantes fugaces, en los que haber tenido un libro/juego como este se habría convertido, sin duda, en uno de esos recuerdos más vividos.
Los libros móviles y los juegos de mesa suponían un pequeño lujo que había que cuidar y mimar, si tenías la suerte de disponer de ese pequeño tesoro. Todos ellos siguen a buen recaudo en legado familiar, pareciera que estos objetos tuviesen casi su propia aura sacralizada. Es el ritual de sacar estas piezas del armario/la biblioteca y desplegar, era un momento de anticipación y emoción compartido por todos los miembros de la familia. Se añade, su protección y cuidado, la caja original y su lugar especial en el armario o en la estantería. Sacarlo de su escondite tenía su protocolo, que a menudo involucraba a toda la familia reunida alrededor de él.
El tiempo, el uso, unido a la diversión, producen muescas de desgaste, testimonio silencioso de los momentos familiares compartidos.
Incluso ahora, ese ritual evoca una mezcla de nostalgia y alegría en el corazón. Aunque el mundo haya cambiado y las tecnologías hayan avanzado, la magia de estos objetos sigue siendo tan vibrante y poderosa como siempre, recordándonos que los verdaderos tesoros de la vida no se pueden medir en dinero, sino en amor, risas y recuerdos compartidos.
«Juegos de los Gnomos» ha sido el combustible para un viaje a la infancia explorando la inocencia, la magia y las risas de aquellos sábados con sabor a Colacao y con un compañero siete veces más fuerte que yo.
¡Slitzweitz, amigos!