XILÓFONO
LA ESENCIA SILENCIADA
Imagen: Xilófono / Carrillón de láminas.
Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla.
El carrillón de láminas toma su nombre de un antiguo instrumento compuesto por grandes campanas que normalmente se situaban en grandes edificios como iglesias o ayuntamientos. Las campanas estaban afinadas formando una escala y percutiendo sobre ellas, directa o indirectamente, se hacían sonar diferentes melodías. El carrillón de la foto ha sustituido las campanas por láminas metálicas de distinto tamaño que se corresponden con las notas musicales de una escala y se percuten con unos pequeños macillos denominados baquetas. El carrillón de láminas es un instrumento fácil de tocar y para el que no se requiere una técnica instrumental muy compleja. Dada su simplicidad y el sonido afinado y agradable, este tipo de piezas instrumentales comenzaron a comercializarse como juguetes y con la llegada de los aires de renovación pedagógica de la escuela nueva y su influencia en la educación musical, podíamos empezar a verlos en determinadas escuelas.
Por la mañana se despertó y se fue directa al espejo. Tenía el pelo despeinado, unas ojeras que le rodeaban los ojos y su mirada reflejaba un cansancio centenario. Apenas había dormido en toda la noche. El bebé había estado toda la noche inquieto y a cada hora había tenido que darle de mamar. Miró a su alrededor y todo estaba revuelto. Intuía cómo iba a ser su día: recoger la casa durante el tiempo que el niño estuviera dormido; cambiarlo cuando se despertara; darle de comer; volverlo a cambiar; tratar de hacer la comida mientras se entretenía con algún juguete; cambiarlo; darle de comer…Cogió aire y se dispuso a ello. La maternidad era compleja: por un lado, se sentías el ser más afortunado del universo por haber traído al mundo una personita extensión de sí misma, pero por otro, su identidad se había quedado desdibujada de una manera abrupta en cuanto ese ser vio la luz. Comenzó a hacer la cama, si se daba prisa puede que le diera tiempo a recoger el salón y lavar los platos de la cena del día anterior antes de que el bebé se despertara. Cuando estaba abriendo el grifo de la cocina, el niño empezó a hacer ruidos. Fue corriendo hasta la cuna y lo vio allí. Era perfecto: sus manitas, sus piececitos, su carita.
Lo cogió en brazos y comenzó a cantarle mientras le cambiaba. El bebé sonreía y movía las piernas y las manos como respuesta a la voz melodiosa de su madre. Cuando le dio de comer y estaba cambiado y vestido, María dejó al niño en la alfombra del salón para que jugara un poco. Mientras Pablo se entretenía con un cubo de formas, se acordó de la caja que le trajo su madre el día anterior. Al parecer había estado haciendo orden y encontró juguetes de María de cuando era niña. La abuela pensó que igual querría tenerlos para que Pablo se distrajera. María cogió la caja y se sentó con ella al lado de Pablo. Había algunos juguetes antiguos: un caballito de cartón, una muñeca Gisella, bloques de construcciones… y al fondo apareció un carrillón. Era el carrillón que las monjas de su colegio le regalaron y que ella misma había descubierto, hacía años, ordenando una antigua aula. El corazón le dio un vuelco. Comenzó a acordarse de todas aquellas melodías que tocaba de oído para amenizar las clases de labores e incluso de aquella que compuso para indicar la salida al recreo o la vuelta a casa. Rebuscó más al fondo de la caja y allí estaban las baquetas para poder tocar las láminas. Comenzó a tocar y Pablo reaccionó al sonido rápidamente. Se quedó paralizado y atento con la boca abierta y los ojos aún más abiertos. Al poco, comenzó a mover el tronco de arriba abajo como tratando de sincronizarse con el ritmo de la melodía. María se sintió feliz de observar cómo su hijo disfrutaba de los sonidos tanto como ella. Le cedió una de las baquetas para que Pablo probara y este comenzó a golpear de manera errática las láminas del carrillón, el suelo y parte de la carcasa del instrumento. Suponía que para Pablo todos aquellos sonidos eran un verdadero descubrimiento. María se llevó un rato observándolo. De repente sintió un vacío en el estómago. Sintió una profunda melancolía, una tristeza por haber olvidado y descuidado esa parte de ella misma, ese universo de sonidos que la llenaban por dentro y que la hacían tan feliz ¿Qué había pasado? ¿por qué todo eso había quedado olvidado, enterrado? Echó la vista atrás e hizo sumario de los años desde el colegio hasta el día presente. Cuando salió del colegio comenzó a trabajar en una casa de modas, pues en su casa hacía falta apoyo económico para salir adelante. Le fue bien porque era despabilada, trabajadora y responsable, y al poco ascendió y se convirtió en encargada. Conoció a su marido y a los dos o tres años se casó con él y dejó de trabajar para encargarse de la casa y de los hijos que vinieran. Se dio cuenta de que todos esos sueños sonoros, esas melodías habían quedado enterradas en lo más profundo de ella misma tapados por capas y capas de prejuicios, obligaciones, reglas, deberes y necesidades ajenas. Lloró por haber descuidado a esa niña, a esa “alumna-músico”[1] que un día brilló con luz propia. Pensó que no era justo, que no podía estar más tiempo sin nutrir y cuidar a esa niña que se merecía el mismo amor y cuidado que profesaba a Pablo. Así que, sin pensarlo, descolgó el teléfono y llamó a su marido: “Carlos, ya sé qué quiero este año por mi cumpleaños: un piano”.
[1] Véase el relato “El carrillón de María”. https://grupo.us.es/mujeryeducacion/042-carrillon-de-laminas/