SILBATO

             09:00 DE LA MAÑANA, CLASE DE GIMNASIA

Elena López Gil

Museógrafa. AMMA

elena@asoc-amma.org

Imagen: Silbato. Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla.

Un silbato, o pito, o chifla es un instrumento pequeño y hueco que se hace de diferentes modos y de diversas materias, quizá los de plástico y metal sean los más conocidos, y que produce un sonido agudo, un silbido, cuando se sopla en él con fuerza.

¡Piiii! ¡Piiii! ¡Piiii! El silbato suena sin descanso. Poco a poco los niños y las niñas íbamos saliendo del vestuario ¡Qué frio hace! Tiritando, nos apretujábamos en un intento de darnos calor unos a otros. La clase de gimnasia comenzaba siempre fuera del colegio, primero teníamos que correr por el campo, profesores y alumnos nos curtimos al aire libre, soportamos cero grados en invierno con los charcos helados aún y la hierba cubierto de escarcha. Durante los meses próximos al verano, si la clase de gimnasia tocaba a las tres de la tarde, soportábamos altas temperaturas y pasábamos mucho calor.

Aunque en esos días de buen tiempo la cosa pintaba mejor al inicio de la clase, el regreso, corriendo al sol, era asfixiante, no había una sola sombra y corríamos sin ganas, aunque queríamos llegar cuanto antes al edificio del colegio, a la sombra, a beber agua. ¡Piiii! Piiii! Piiii! El sonido del silbato nos perseguía sin descanso hasta que entrábamos, de nuevo, al gimnasio.

Con ocho años los alumnos comenzábamos la clase de gimnasia, de Educación Física según constaba en nuestro boletín de notas. Su horario era de dos horas cada día, lo que significa una gran diferencia con el resto de los colegios, que habitualmente tenían dos horas a la semana.

En mis primeros años de gimnasia gran parte de las clases se dedicaban al “Campo a través”. Muchos antiguos alumnos recordamos cómo el colegio no estaba cerrado, no había vallas, apenas había coches por la zona y no existía ningún tipo de construcción cercana, alguna casa semiderruida durante la guerra o un pequeño chalet a lo lejos y poco más. Teníamos todos los alrededores para nosotros. Nuestro límite era la valla del Pardo: «valla, depósito (de El Pardo), tobogán », frase que indicaba el recorrido a realizar y comenzábamos a correr ¡Piiii! Piiii! Piiii! El silbato marcaba el ritmo y nosotros corríamos por el campo, niños y niñas, de diferentes edades, nos adelantábamos, nos empujábamos y seguíamos adelante.

El uniforme deportivo, el famoso equipo de gimnasia, que durante muchos años para las chicas consistió en camisa y pololo de rayas rojas y blancas, falda blanca de tablas con un cinturón rojo elástico y zapatillas blancas, se hacían en las casas. Cada familia elaboraba el de sus hijas con la tela que mejor le parecía, las rayas eran más o menos anchas y el color rojo admitía todos los matices y la forma de cada una de las prendas venía dada por la pericia de la costurera que lo cosía. El de los chicos era mucho más sencillo y uniformaba a los alumnos de verdad: un pantalón corto, blanco. Estos uniformes se cuidaban mucho y pasaban de unos hermanos a otros, en caso de no perderlo durante el curso, a pesar de llevar el nombre bordado o escrito con rotulador.

       Imagen: Campo a través. Colegio Estudio. Madrid.

La Educación Física, dentro de la línea pedagógica marcada por el colegio Estudio, proviene de los fundamentos ideológicos educativos desarrollados por la Institución Libre de Enseñanza, que incluían a la Educación Física como parte importante de la educación general y escolar, como un fin fundamental para el buen desarrollo integral y armónico del alumno, a través del cual se podían inculcar hábitos de vida saludables.

Esta presencia de la Educación Física en los programas escolares fue, y creo que sigue siendo, absolutamente vanguardista. En la propuesta de la Institución Libre de Enseñanza sobre la educación integral, era considerada como un medio eficaz para desarrollar todas las dimensiones del ser humano. En el colegio nos inculcaban desde muy pequeños que procedíamos de la Institución Libre de Enseñanza, que para nosotros, alumnos de una larga tradición liberal, la gimnasia y el deporte eran parte muy importante de la formación. Se entendía la Educación Física como un fin fundamental para el buen desarrollo del alumno, a través del cual se inculcan hábitos de vida saludables.

Además de las carreras, las clases de gimnasia femeninas se impartían siempre con ritmo, marcando los ejercicios con un pandero, con palmadas o un silbato, más deprisa o más despacio, según fuera el ejercicio. Y aunque teníamos bastantes profesoras y profesores, con estilos muy distintos para afrontar la asignatura, unos más severos que otros,  todos y cada uno de ellos manejaban el silbato con una pericia extraordinaria. A través del pitido sabíamos si nos estaban regañando, si teníamos que ir más rápido o si por el contrario estaban contentos con lo que hacíamos.

Los gimnasios, el propio edificio del colegio y los alrededores, servían para nuevas actividades que los profesores proponían, con el fin de motivarnos y romper con la rutina de todos los días

Bajábamos corriendo por las escaleras, con la bolsa del equipo de gimnasia en la mano, a veces nos dábamos golpes con ellas o nos las tirábamos unos a otros hasta que llegábamos a los vestuarios y ya entonces el sonido del silbato avisaba de que teníamos escasos minutos para cambiarnos y correr al gimnasio ¡Piiii! Piiii! Piiii! ¡La clase va a comenzar! ¡Todos en fila! ¡Por orden de estatura! Regresábamos a las aulas más tranquilos, subiendo las escaleras casi con desgana, cansados, contentos y creo que con ganas de que llegara la tarde para tener la segunda hora de educación física en la que aprendíamos a jugar al baloncesto, al balonvolea, entrenábamos atletismo y, en algún momento, nos aficionamos al baseball, creamos dos equipos y pasamos muchas tardes jugando en un descampado cercano.

Aunque chicos y chicas cursaban esta asignatura por separado y la estructura de las clases era diferente, salíamos a correr todos juntos. El señor Hernández, Paco Hernández, corría detrás nuestro tocando el silbato para que no perdiéramos el ritmo. Había que ser muy dura para aguantar las carreras, los relevos que a veces compartíamos también con los chicos,  los saltos a lo largo del plinton o en la mesa alemana, la subida a la primera planta del colegio para saltar desde la terraza al jardín, siempre con el silbato cerca ¡Piiii! Piiii! Piiii! Hay que saltar sin miedo, que si un día hay un incendio … y saltábamos, pero con mucho miedo.

Aun así, tengo muy buenos recuerdos de las clases de gimnasia y la afición por el deporte me ha acompañado desde entonces, es muy necesario fomentar la práctica de la Educación Física, además de concienciar sobre los efectos beneficiosos que ésta tiene para la salud y para una mejor calidad de vida.

Pasados muchos años desde aquellos 60 y 70 que estuve en el colegio, compruebo con sorpresa, que poco se ha avanzado en cuanto al número de horas de actividad física en muchos, quizás demasiados, centros escolares que siguen con esas dos horas semanales de educación física y el colegio Estudio continúa destacando en su apuesta decidida por formar alumnos.

Muchos antiguos alumnos, que por circunstancias no hemos llevado a nuestros hijos a Estudio creo que hemos sabido transmitirles la esencia del colegio y el amor por el deporte, la gimnasia y la vida saludable. Hace no mucho hablando con mis compañeros de entonces, les enseñaba fotografías de mis hijos haciendo deporte o saliendo a correr en pantalón corto por Madrid durante la borrasca Filomena y alguno de ellos afirmaba, con las imágenes en la mano ¡Cómo se nota los niños del colegio Estudio!

¡Piiii! Piiii! Piiii!