PARCHÍS

       LOS JUEGOS PARA NIÑOS Y NIÑAS NO EXISTEN

Inmaculada Vivas Tesón

Universidad de Sevilla

ivivas@us.es

Imagen: Parchís. Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla

Rodeada de hábitos blancos y crucifijos, alicatado a media altura, luces tenues, termómetros, pastillas multicolores, inyecciones y una amalgama de fuertes olores que parecen haberse quedado para siempre en mi pituitaria cayó en mis manos un juego que me permitía evadirme a ratos de mi enfermedad. Tenía tres años de edad y había aprendido a leer durante aquellos interminables días postrada en la cama de aquel viejo hospital obligada a guardar reposo. Deseaba fervientemente que llegara la hora de las visitas para jugar con el familiar que venía a verme y hacerme compañía. No les apetecía jugar, me lo confesaron años después, pero todos hacían lo posible para contentarme.

Para mí las rojas. Me encantaba comerme las fichas que me iba encontrando en el camino hacia la meta y avanzar veinte pasos. Que los otros jugadores se comieran mis fichas no me gustaba tanto. Estoy segura de que fingían no ver mis fichas que tenían a tiro para evitar mi berrinche.

Por fin un juego para chicas y chicos. Un juego sin encasillamientos, sin roles ni estereotipos de género. Por fin podía jugar con mis primos y amigos sin que nadie temiera que fuera una machorra, como sucedía cuando jugaba al fútbol, a los Geyperman o a los coches teledirigidos de mis hermanos. Yo, por el mero hecho de ser niña, tenía un camino vital acotado y, por ello, sólo me estaba permitido jugar con las muñecas Nancy, las Barbie y, cómo no, a las cocinitas. El rosa para las niñas y el azul para los niños. Las chicas lloran y los chicos tienen músculos. Tales distinciones, como las que sucederían en la edad adulta, son frutos de estereotipos según los cuales las niñas deben ser más dulces, dóciles, ordenadas, cariñosas y predispuestas al cuidado de los demás, mientras que los niños han de ser fuertes, ingeniosos, valientes y dispuestos a prepararse para ser líderes. Así estaba socialmente establecido y aceptado.

Los discursos de género invaden, sin duda, nuestra educación desde los primeros años en la elección de juguetes y juegos. Los juegos de las niñas están dominados por los discursos de lo doméstico, el cuidado y la belleza, y los de los niños vienen determinados por los discursos del poder, la competitividad, la fuerza y la independencia.

En dos mundos lúdicos incomprensiblemente diferenciados e impuestos por absurdos convencionalismos sociales, el parchís era como un soplo de aire fresco pues no pertenecía a ninguno de los dos: todos los jugadores éramos completamente iguales, partíamos de una misma casilla de salida y las reglas a seguir eran, sin ninguna excepción, idénticas. Se trataba de un juego ni masculino ni femenino, no excluyente, desprovisto de prejuicios, competitivo y con las mismas oportunidades para los participantes para llegar a la meta. Había escapado de los patrones de una sociedad de dominación masculina y había logrado librarse de los estereotipos sexistas y tradicionales.

Es innegable que los estereotipos de género se ven reforzados desde la primera infancia por un componente fundamental para el desarrollo de la persona, el juego, el cual es un reflejo de la ideología imperante en un determinado momento histórico porque es la simulación de la realidad subyacente. La Convención de las Naciones Unidas sobre los derechos del niño de 1989 reconoce en su artículo 31 el derecho de los niños y niñas al juego y a las actividades recreativas, fomentando su plena participación en condiciones de igualdad. Por ello, resulta crucial trabajar en eliminar ideas erróneas sobre los géneros desde la niñez. Los juegos para niños y para niñas no existen, porque la fantasía y la imaginación no tienen género.