DELANTAL

                                   EL DELANTALITO

Isabel López Calderón

Universidad de Sevilla

icalderon@us.es

Imagen: Delantal infantil. Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla.

Después de muchos años, vuelvo a casa de mi madre en el pueblo, a recoger algunas cosas suyas que quedaban. Entre ellas, encuentro este delantalito que había sido mío, dentro de una caja pequeña de «Bombones Nestlé», junto a un papel en el que está escrita con letra redondilla la canción del cuento de «La Ratita Presumida».

 

Limpio mi casita

La lará larita

Lavo, friego y froto

La lará laroto

Y todos los días

La misma tarea

Lo hago muy contenta porque alguien lo vea

(La Ratita Presumida, 1960).

 

 

Mi mente vuela hacia atrás en el tiempo y me invita a contar la historia del delantalito, que es parte de la mía. 

 «Limpio mi casita …», así cantaba la ratita del cuento cuando cada día, barría el portal de su casa hasta dejarlo limpio como una patena.

Así cantaba yo, pero por lo bajini, cuando cogía la escoba de mi madre para quitar pelusas, arenilla o las hojas caídas de las macetas de la terraza. Y es que a mí desde siempre me han gustado las tareas del hogar. Ahora que lo pienso, creo que me aficioné cuando tenía seis o siete años, por el afán de ayudar a mi madre a la que veía siempre tan atareada. Sin embargo, me parece que, al principio, a ella no le hacía mucha gracia, y yo no comprendía muy bien por qué. Cuando estaba desbordada y veía a mis hermanas jugando tranquilamente con sus muñecos o saltando a la comba, se asomaba al pasillo y gritaba:

–¡Hay que ver! Una hecha una esclava y vosotras ahí tan tranquilas. Pues que sepáis que la que no ayude, no sale esta tarde.

Yo que la oía y estaba igualmente sin hacer nada, corría a la cocina y le preguntaba:

–Mamá ¿te ayudo yo?

–Anda, anda, Paquito –decía siempre– En estando tus hermanas, tu no tienes que hacer nada, que ya te tocará hacer cosas más importantes de los hombres. Vete a jugar con tus amiguitos que todavía queda para comer.

Pero, muchas veces yo cogía la escoba o el cubo y la aljofifa, y me ponía a la faena, mientras mis hermanas aprovechaban para escaparse a jugar a la calle.

Con el tiempo, mi madre se resignó y, a veces, hasta alababa lo meticuloso que yo era. El día que aparecí sonriente con un trapo de cocina anudado a la cintura para no mancharme cuando fregaba, mi madre se quedó sin palabras y no podía dejar de mirarme. A pesar de que era el trapo más bonito que había encontrado, no podía compararse con el delantal que ella misma llevaba y que era uno de los tres o cuatro que mi abuela le había cosido, todos con colores, todos distintos, todos bonitos. De hecho, por la mañana, el primer gesto de mi madre tras levantarse, lavarse y vestirse, era ponerse el delantal con un gesto muy suyo de llevarse las manos a la espalda para anudarse la cinturilla, y ya no se lo quitaba hasta que tenía que salir a la calle, a la compra o a cualquier otra tarea.

Sin embargo, a mí no me dejaba estar mucho tiempo con mi improvisado delantal y, sobre todo, trataba de evitar que alguna vecina chismosa me viera con él puesto. Eso no incluía a Mari Carmen, nuestra vecina de enfrente, que entraba por nuestra casa como nosotros por la suya. Mari Carmen me sonreía cuando me veía atareado limpiando con mi mandil puesto, y le repetía a mi madre una y otra vez, lo afortunada que era teniendo a alguien tan apañado como yo para ayudarla en la casa. –Y desde tan chico –añadía. 

Sé que mi madre le contaba a Mari Carmen otras «manías» mías como la de ponerme la ropa de mis hermanas, mi pasión por el color rosa o mis protestas cuando el barbero me metía la máquina y me dejaba el pelo cortito, cortito, como lo llevaba el resto de mis compañeros de la escuela. También sé que Mari Carmen me justificaba y defendía mis gustos con un “¿Y por qué no? ¿qué hay de malo?”, y eso hacía que mi madre volviera a casa como más tranquila y más cariñosa conmigo. Sí: mi vida transcurría en una burbuja …

El delantalito llegó a mi vida en las navidades de 1960. Me lo pusieron los Reyes en casa de Mari Carmen, pero yo adivinaba en él las puntadas de las manos de mi madre. Me emocioné cuando Rosa, la hija de Mari Carmen, que había venido de Barcelona donde vivía, a pasar las fiestas, me lo anudó a la cintura. Mi madre nos miraba sonriendo pero también con los ojos un poco húmedos. Los Reyes no es que hubieran sido espléndidos, pero yo era totalmente feliz con mi delantalito y con la reunión tan alegre que se había organizado y que duró hasta la tarde.

En un momento dado, Rosa me hizo una señal con el dedo y me invitó a seguirla al dormitorio de su madre. Allí me enseñó un cuadrito con una  foto en la que reconocí a Mari Carmen que estaba abrazando a un niño.

–Ese soy yo cuando tenía tu edad –dijo, mirándome de reojo.

–Pues ahora me pareces más guapa –solté yo.

–Y a mí también –dijo ella–. Soy más guapa por fuera porque me arreglo según mis gustos, pero también lo soy por dentro porque estoy en paz conmigo misma. No creas que ha sido fácil, pero con determinación, buena cabeza y buenos amigos se puede conseguir. Tu y yo tenemos además a nuestras madres. La mía ha estado siempre apoyándome y me parece que la tuya es de la misma «madera». La amistad entre las dos es muy importante porque también a ellas le esperan días … complicados.

Tras un breve silencio, Rosa prosiguió un tanto seria.

–Por supuesto, cuenta conmigo para lo que necesites.

Salí del cuarto con la sensación de que algo había cambiado en mi vida. Miré el delantalito que aún llevaba puesto y decidí que ese iba a ser el símbolo del cambio en mi vida que tenía por delante.

Lo usé hasta que me estuvo chico, aunque no tanto como para que pareciera ridículo, y cuando llegó su momento, lo lavé, lo planché y lo guardé en la caja de «Nestlé» en la que ahora lo he encontrado.

Efectivamente, mi vida no ha sido sencilla ni mucho menos pero, gracias a aquellos consejos y a las personas de las que he tenido la suerte de rodearme, puedo presumir de haber conseguido la paz de la que hablaba Rosa.

Mi delantalito está ahí como testigo.