CLIKS/PLAYMOBIL
¿JUGAMOS A LOS CLIKS?
Figuras femeninas de Playmobil.
Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla
Uno de los bienes más preciados que tenemos los seres humanos es el recuerdo compartido. Esos momentos bonitos de la infancia que acompañan toda la vida a las hermanas y que evoca una simple imagen de un juguete de la infancia. La imagen que se presenta en este caso es una llamada a la memoria, a un reencuentro con lo que percibimos y vivimos como dos niñas que antaño fuimos. Somos conscientes de que la memoria es selectiva, opera junto al olvido, y de que es posible que lo recordado sea tan solo una pequeña parte de lo realmente acontecido (Viñao, 2010). Pero sea o no el relato fiable, lo que sí sabemos es que está cargado de emociones compartidas, y que como estímulo nos ha activado nuestra memoria.
La imagen representa a dos ‘clicks’ de Famobil (luego pasaron a llamarse Playmobil). Juguetes que nacieron en los años 70, de mano de una empresa alemana, Geobra, que según hemos podido saber por Internet, lanzaba en esos años al mercado unos muñecos de 7,5 centímetros diseñados por Hans Beck que eran llamados ‘klicky’, por el sonido que se producía al conectar las piezas. Poco después en España, la firma española Famosa los descubrió e introdujo este juguete en el mercado español. Una década después ya jugábamos nosotras con ellos. Pero, cuando los descubrimos, no sabíamos que se les había dado un nombre a las pocas figuras femeninas que entonces se habían creado. Al parecer las ‘clacks’ no cuajaron, con esta denominación en el mercado. Pero poco nos importó a nosotras. Ni sabíamos de su historia, ni nos detuvimos a analizar el propósito del producto. En nuestro contexto, se trataba únicamente de descubrir las posibilidades que ese juguete nos podía dar.
No fuimos niñas de muñecas ni de bebés. Ni recordamos que jugáramos a dar biberones. Cierto es, que tuvimos una vida poco convencional. Nuestro padre, por motivos laborales, trabajó en los años ochenta en Roma, y con él la familia se trasladó a una nueva y estimulante realidad. En aquella casa comenzó nuestra aventura. Llegaron las primeras cajas de clicks, a través de nuestra hermana mayor, que siempre, desde que tenemos uso de razón, fue en contra de los estereotipos, y mis padres se lo “consintieron” todo. Entonces, los clicks eran de temáticas muy convencionales: policías, indios y vaqueros, bomberos, etc. (pensadas para ser juguetes de niños, no de niñas). Pero nosotras los seleccionábamos con un criterio muy específico: nos fijábamos sólo en las figuras, y si adaptaban a nuestros gustos eran elegidas. Buscábamos sobre todo mujeres y niños (“cliclitos”, que era como los llamábamos), aunque eran muy difíciles de encontrar. Y así fuimos conformando dos familias. Paralelamente, siempre que teníamos la ocasión, comprábamos esos muebles en miniatura de plástico que se vendían como alternativas baratas para los coleccionistas de las casas de muñecas (entonces los Famobil no comercializaban mobiliario para estas figuras) y fabricábamos lo que no teníamos con objetos varios: cajas de cerillas, cartones, piedras…
De esta manera, cada una de nosotras se construyó un espacio, con habitaciones, que representaba una casa, y que guardábamos montadas en dos muebles del pasillo contiguo a nuestro dormitorio (nuestra madre nos “cedió” el espacio). Así tarde tras tarde, cuando volvíamos del cole, nos sentábamos frente a nuestras casas y jugábamos recreando la cotidianeidad de las dos familias. Llegamos a tener diez miembros por familia, entre hijos e hijas, todos con sus nombres y sus circunstancias. Pero de entre ellos, cada una de nuestras familias tenía una niña especial, las protagonistas de este relato: Yolanda y Anita (las que aparecen en la foto). Dos “cliclitas” que quizás representaban de forma oculta nuestras personalidades y con las que nos gustaba identificarnos en el juego. Éramos, en cierta manera, nosotras mismas. Dos niñas que hacían travesuras, que se escapaban por la noche para correr aventuras, que se revelaban contra la rigidez de la escuela a la que asistían junto a sus hermanos y hermanas, que se saltaban las normas y que tenían sueños de futuro. Cada día era una historia, y cada historia era un pedazo de nuestras pequeñas vidas.
Mientras el mercado del juguete enfocaba sus anuncios a establecer una distinción entre niñas y niños (Estévez, 2018) y la escuela fomentaba la transmisión de estereotipos conductuales en función del género (González y Rodríguez, 2020), Anita y Yolanda, representaban, en su pequeño espacio, la libertad, y la esperanza de que todo era posible. Podían ser y hacer lo que socialmente no era bien visto. Rompían las reglas, y retaban al modelo educativo tradicionalista (ninguna de nuestras amigas ni jugó, ni vio bien que jugáramos a los clicks). Pero, por encima de todo, pudieron ser y sentirse felices, día tras día, durante todos los años que compartieron nuestra vida.
Probablemente jugar con los clicks nos marcó la vida. Yolanda hoy es Teniente Coronel Médico de las Fuerzas Armadas y tiene una familia numerosa. Anita es profesora Titular de Universidad, tiene dos hijas y está divorciada. Su recuerdo vivirá eternamente en nuestros corazones. Gracias, sinceramente, a las dos y a la familia que pudo hacer realidad ser lo que hoy son.
Referencias bibliográficas
Estévez Carmona, M. Elena (2018): Sexismo y juguetes: análisis de la publicidad gráfica y del packaging en el sector juguetero en España desde 1980 hasta 2016. (Tesis Doctoral Inédita). Sevilla: Universidad de Sevilla.
González Barea, Eva María y Rodríguez Marín, Yolanda (2020): Estereotipos de género en la infancia. Pedagogía Social: Revista Interuniversitaria, 36, 125-138.
Viñao Frago, Antonio (2010): Memoria, Patrimonio y Educación. Educatio Siglo XXI, 28, 17-42.