LÁMINA APARATO
REPRODUCTOR FEMENINO
REPRODUCCIÓN 1, SEXUALIDAD 0
Lámina Aparato Reproductor Femenino.
Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla
Cuando yo era una niña leía mucho, era una de mis aficiones favoritas. Pero que leía mucho no significa directamente que leía muchos libros. En mi casa no había gran cantidad ni diversidad entonces, ni mis padres me compraban libros a menudo, solo en reyes y en mi cumpleaños. Yo tampoco los pedía de ordinario, solo en esas ocasiones en las que era normal recibir un regalo. Así que cuando digo que leía mucho, se debe entender que leía muchas veces los mismos libros, creo que hasta podría recitar algunas páginas de Miguel Strogoff de memoria.
En una ocasión, rebuscando en casa a ver si podía leer algo nuevo, me encontré de pronto con el libro “La madre y el niño”, de Isidro Aguilar y Herminia Galbes, publicado en 1957 por la editorial Safeliz. Los autores son un matrimonio de médicos, y, por lo que he sabido, adventistas muy religiosos. Seguramente el libro fue comprado en la puerta de casa, ofrecido por miembros de la misma iglesia. De forma parecida, aunque de carácter laico, llegarían después, durante mi adolescencia y juventud temprana, muchos más libros a mi casa gracias al famoso Círculo de Lectores.
Al mirar las imágenes que ofrecían en esta actividad propuesta por el Museo Pedagógico y encontrarme con las que he seleccionado, me sentí trasladada con fuerza a ese emocionante momento en el que abrí por primera vez el libro mencionado más arriba. Me impactaron las maravillosas láminas que incluía del cuerpo femenino y de las etapas del embarazo, que revisaba una y otra vez. Pero lo mejor no fue eso, no. Lo mejor fue que encontré cómo se llamaban esas partes de mi cuerpo que, hasta entonces, no tenían nombre. Vulva, monte de venus, labios mayores, labios menores y clítoris, nuevas y numerosas palabras que leía a escondidas, con la sensación de que estaba haciendo algo que no debía. Palabras que no había oído ni en mi casa, ni en la calle, ni en la escuela, pero que allí estaban, tan claritas. Mi primera experiencia de educación sexual consistió, pues, en saber nombrar mis genitales externos. Algo que hice sola, de la que no hablé con nadie y que se desarrolló en un ambiente donde reinaba una sensación a la vez oprimente y excitante.
Una vez me pilló mi madre leyendo el libro y, contra mi pronóstico, no pasó nada, me dejó hacer tan tranquila. Yo pensé entonces que quizás no conocía su contenido. Pero ahora pienso que quizás fue dejado allí al alcance de mi mano a sabiendas de que lo encontraría, confiando en que yo realizaría ese acercamiento a mi sexualidad y a la reproducción sin que ella se viese obligada a protagonizar ese momento. Un proceso que seguro que nunca hicieron con ella, pero que procuró que no se repitiese igual en mí.
Curiosamente, no pasaba igual con los ovarios, los óvulos o el útero. En casa, en la calle y en la escuela se nombraban en voz alta, formaban parte de conversaciones cotidianas. En la escuela los estudié pronto y con bastante detalle, los dibujábamos y reflexionábamos sobre ellos. Creo que las imágenes seleccionadas reflejan muy bien esa situación que viví de niña, salvando la excepción del libro de los doctores Aguilar y Galbes: por un lado, mucho detalle en el conocimiento del aparato reproductor y, por otro, toda la complejidad de los genitales femeninos externos reducidos a un escueto y simple triángulo sin nombre.
Mucho más tarde he entendido que hablábamos de ovarios y no de vulva porque predominaba el enfoque centrado en la reproducción. Y claro, el clítoris no es un órgano estrictamente reproductivo, es un órgano de placer y el placer femenino no merecía mucha atención. No deja de ser sorprendente que la anatomía completa de este órgano no se describiera de manera formal hasta 1998, por la uróloga Helen O´Connell.
Lamentablemente, la situación no es muy distinta ahora. Las imágenes seleccionadas para este texto siguen siendo el tipo de imágenes habituales en los manuales escolares y los intentos de incluir la sexualidad (y no solo la reproducción), continúan generando enormes polémicas.
Pero todos sabemos que lo que no se nombra no existe. No se piensa sobre ello, no se experimenta, no se desarrolla un pensamiento crítico acerca de cómo relacionarnos con ello. Mutilación intelectual del clítoris lo llaman algunos, que afortunadamente no es tan violenta como la mutilación real que todavía se realiza en algunos contextos, pero que nos priva igualmente de una relación sana y autónoma con nuestro propio cuerpo y de una reflexión basada en conocimientos, respeto y afectos, y no en mitos, acerca de cuándo, cómo, con quién y qué hacer con ellos solas o en compañía.
En fin, solo puedo terminar pidiendo para nuestras casas y la escuela: reproducción sí, pero sexualidad también.