ESTATUA DE LA VIRGEN MARÍA

               VENID Y VAMOS… CON FLORES A MARÍA

Pablo Álvarez Domínguez

Universidad de Sevilla
Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación

pabloalvarez@us.es 

Estatua de la Virgen del Sagrado Corazón de María.
Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla

El Sagrado Corazón es una advocación mariana que la Iglesia Católica celebra el 31 de mayo, en la que la Virgen María nos muestra el Corazón de su Hijo. A esta devoción permanece ligada la figura del obispo San Antonio María de Claret (1807-1870) y la fundación de los misioneros Hijos del Corazón de María. Se trata de un título otorgado a la madre de Jesús por el Padre Julio Chevalier en 1857, en Francia (Folgado García, 2020). Mediante este título se reconoce el inefable poder que Jesús, el Salvador, le concedió a su Madre sobre su Corazón adorable. Atendiendo a la iconografía del arte cristiano el Corazón de María se representa atravesado por una espada y rodeado por una corona de flores. “Y una espada traspasará también tu misma alma” (Lucas, 2,35). Sobre el corazón arde una llama resplandeciente que aspira a iluminar a los perdidos, desfallecidos, necesitados y desalentados en medio del camino de la vida.

Al margen de nuestro sentir más o menos religioso, innumerables imágenes de la Virgen María, a través de estatuas, pinturas, láminas, estampas, grabados, carteles, fotografías, medallas, etc., nos han acompañado históricamente a niños y niñas a lo largo y ancho de nuestras trayectorias escolares y vitales. María, se nos ha presentado como modelo de mujer santa y valiente por haber aceptado ser la madre del Salvador. A ella se le ha remitido, especialmente a niñas y mujeres, tanto en sus hogares, como en las escuelas, para presentarles un ejemplo de bondad y humildad profunda, de fe viva, de oración ferviente, de obediencia ciega, de virginal pureza, de caridad desinteresada, de paciencia memorable, de sabiduría divina y de dulzura angelical. Virtudes todas a las que las niñas del nacionalcatolicismo en España tenían que aspirar. Si la Segunda República promovió un modelo de mujer moderna, el franquismo propugnó justamente lo contrario: el retorno de la “reina del hogar”, del ama de casa hacendosa, de la “perfecta casada” y de la mujer puritana. Los principales derechos y libertades de la mujer quedaban en agua de borrajas, mientras se trataba de poner en valor la fragilidad de su carácter, su asexualidad y sus funciones reproductoras, su emotividad y fácil sumisión, así como un necesario sometimiento ante padres, maridos e incluso hermanos. Las estrechas relaciones entre el régimen y la iglesia católica resultaron fundamentales para mantener un orden y una manera de estar que tendría como premio la vida eterna, el cielo.

Mi abuela materna, que era una mujer de Iglesia, ferviente cristiana y con dos hermanas monjas adscritas a la Congregación de las Hijas de Cristo Rey, encontraba en la Virgen María un referente de vida que le inspiraba para cumplir con sus deberes ligados a ser, primeramente, una buena hija, después una esposa obediente, y finalmente una madre abnegada, servicial y sacrificada. Esta estatua de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de principios del siglo XX, y heredada de su tía, ocupaba un lugar privilegiado en medio de su casa, y a ella nos remitía a todas sus nietas y nietos, para que le rezáramos y pidiéramos como buena intercesora y mediadora ante Jesucristo, el Hijo de Dios. En una especie de altar improvisado encima de un vistoso piano colocado en la nave central de su domicilio en un pueblo del Condado de Huelva, la estatua reposaba sobre un paño beige de croché y un pedestal dorado, acompañada de una palmatoria con una vela y una jarrita de cristal que lucía siempre flores frescas (jazmines y rosas, básicamente), las cuales se cortaban casi a diario de un amplio y colorido patio típico andaluz plagado de arriates y macetas pintadas de color verde. “Venid y vamos todos con flores a porfía. Con flores a María, que madre nuestra es”. Privilegiada fue esta estatua, no solo por el lugar que ocupó siempre, sino por la cantidad de oraciones y cantos recibidos, especialmente por las mujeres que habitaban una casa tan cristiana y tan católica como la de mi abuela Mercedes, que en honor a su nombre y por su particular forma de ser, fue un regalo para todos los suyos. “Ave María; Bendita sea tu pureza; Dios te salve, reina y madre; Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; Préstame, Madre, tus ojos, para con ellos mirar, porque si por ellos miro, nunca volveré a pecar; Madre mía: desde que amanece el día, bendíceme; Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador; Salve Regina, Mater misericordiae” (Moriconi, 2002). Y junto a tan marianas oraciones, cientos de Rosarios a modo de plegarias, se hacían presentes de manera cotidiana en un hogar que parecía ser microtemplo de Dios. La tradición del rezo del Santo Rosario data precisamente del siglo XIII, y se le atribuye a santo Domingo de Guzmán, de quien se cuenta que se le apareció la Virgen María para enseñarle esta devoción.

María, aparece en esta estatua con el dibujo de un corazón en el pecho, laureada y vestida con ropajes celestes, rosas y blancos. El celeste representa el color del cielo, y nos muestra a la Virgen como Reina del Universo. El blanco es signo de luz, de la eternidad y de su carácter virginal. Y el rosa nos remite a una idea de perfección, que se asocia con el amor altruista y verdadero, recordándonos su encanto, belleza, dulzura, delicadeza, refinamiento, calma y ternura.

Esta estatua, ubicada hoy en la parte superior de la vitrina de Educación Religiosa del Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla, además de captar la atención de visitantes, sigue recibiendo alguna que otra oración, especialmente de mujeres mayores, que llegan a él como lo hubiera hecho mi abuela; con el recuerdo de una etapa escolar y vital en el que el modelo de la Virgen María fue estímulo y ejemplo para llegar a ser una buena hija, hermana, madre y esposa.

Referencias bibliográficas

Folgado García, Jesús R. (2020): La iconografía de los Corazones de Jesús y María. Estudios Marianos, 86, 1-25.

Moriconi, Bruno (2002): La oración de María. Burgos: Monte Carmelo.