TINTAS PARA LA ESCRITURA

Carmen Sanchidrián Blanco

Universidad de Málaga

sanchidrian@uma.es

Botes de tinta para la escritura
Museo Andaluz de la Educación

Las tintas para la escritura han estado y están presentes en todas las escuelas, de un nodo u otro. Por definición, la tinta es un material liquido o semilíquido, utilizado para escribir, o imprimir formado por partículas de pigmentos dispersas en un disolvente acuoso u orgánico. Mientras que el uso de plumas y tinteros ha disminuido radicalmente, se utilizan sobre todo como decoración, aunque también hay personas que prefieren escribir con pluma, la tinta ha seguido evolucionando y adaptándose a las nuevas técnicas. La tinta pasó de usarse para escribir con plumas de cálamo que se mojaban en los tinteros, a usarse con plumines. El gran cambio llegó con las plumas estilográficas que llevaban un cargador de tinta y luego un cartucho de tinta y un poco después con los bolígrafos que contaban con una carga de tinta que iban soltando al girar una pequeña bolita incluida en su punta. Aunque ahora se escribe menos a mano, seguimos usando tintas para las impresoras, tintas para tatuajes, que son una forma de escritura, tintas para tejidos… Podemos decir, por tanto, que las tintas para la escritura han acompañado la historia de los seres humanos.

Tras la invención de la escritura, las sucesivas civilizaciones nos han dejado los textos que consideraban importantes, primero usando cuñas o estiletes para marcar los signos y luego con tinta. No se sabe cuándo se inventó la tinta, pero se atribuye su invención a los chinos hacia el año 2500 a.C.; se tiene constancia de su uso desde el 400 a.C. y solía estar hecha de un pigmento negro, cola y elementos aromáticos, mezclados con agua.

Limitándonos al período desde el que es obligatorio que niños y niñas vayan a la escuela, es decir, desde la Ley provisional de Primera Enseñanza de 1838, la lectura y la escritura han sido la base del currículum, aunque se consideraba más importante aprender a leer y de hecho, en los censos de población, había tres categorías: saber leer y escribir, saber leer, y no saber leer ni escribir. Hoy nos es difícil imaginar la lectura y la escritura por separado. Sin embargo, hace menos de doscientos años que se han empezado a enseñar unidas y, además, a toda la población. En 1841, primera estadística oficial con datos de alfabetización, sólo el 39,2 % de los hombres y el 9,2 % de las mujeres sabían al menos leer (el 17,1 % de los hombres y el 2,2 % de las mujeres sabían leer y escribir). Esto plantea un tema nuclear de la historia de la educación: la alfabetización definida por la lectura y no por la escritura, el distanciamiento forzoso de algunos colectivos, entre ellos la mayoría de las mujeres, en general, de la cultura escrita, hasta casi el siglo XX.

Dentro del material escolar para la escritura podemos citar las muestras de caligrafía, plumas, plumines, palilleros, tinteros y tintas, así como papel secante y cuchillas para intentar arreglar los frecuentes borrones y huesos de jibia, cuando estaban disponibles, para limpiar los plumines. El maestro o la maestra solían hacer la tinta en la escuela a partir de unos polvos que se disolvían en agua. Con esa tinta se rellenaban los tinteros o, a veces, sólo el tintero de su mesa en el que tenían que mojar su pluma los niños o niñas que ya escribían con tinta. Dada la carestía de estos materiales, el aprendizaje de la escritura se hacía utilizando primero otros objetos. El primero, no presente en todas las aulas, eran mesas de arena, esto es, una mesa cuya parte superior era un cajón con arena. Allí se realizaban los primeros trazos y luego se pasaba al uso de pequeñas pizarritas individuales en las que se escribía con el pizarrín y se borraba con un trapito atado a la misma. Escribir en papel era el siguiente paso que sólo daban aquellos alumnos o alumnas que tenían ya cierta destreza.

Dado que el tema de esta exposición es relacionar objetos escolares con las mujeres, es importante hablar del papel que el aprendizaje de la escritura tuvo para estas.

La escritura siempre ha proporcionado, a hombres y mujeres, un espacio de libertad. Ahora bien, cuando el espacio de las mujeres era sólo el privado, la escritura, junto con la lectura, eran las mayores vías de comunicación de las mujeres con el mundo y con el pensamiento. Escribir fue, durante siglos, la única forma que las mujeres tuvieron de hacer oír su voz, o de dejar constancia de sus vivencias y sus ideas. La lectura y la escritura ofrecen la gran ventaja de ser actividades que pueden realizarse en cualquier momento e incluso en secreto. Se puede escribir bajo seudónimo, se pueden usar subterfugios para justificar la propia escritura o incluso atribuírsela a otra persona. Ejemplos de todo esto tenemos en la historia de las mujeres escritoras, mujeres que escribieron porque les importaba lo que tenían que decir y quisieron decirlo, a pesar de tener poco a su favor. No se puede hacer una historia de la educación ni de la alfabetización ni de las prácticas sociales de la lectura y la escritura sin considerar la variable de género.

Los interesados en utilizar en sus clases objetos para la enseñanza de la historia, pueden proponer actividades de aprendizaje relacionadas con la tinta (desde educación infantil hasta estudiantes universitarios de Historia o futuros docentes) que les permitan experimentar la dificultad de escribir con una pluma o plumín y tinta y conocer todos los objetos implicados. El alumnado pude también hacer tinta con témpera o fabricar tinta natural con nogalina. Se puede ampliar la experiencia fabricando un cálamo utilizando una pluma de ave (prácticamente el único instrumento usado para escribir entre los siglos VI y XIX, es decir, hasta que aparecieron los plumines metálicos).