COMPÁS DE PIZARRA

                            APOYÁ EN EL QUICIO…

Manuel Lucas González Toro

Pedagogo

torogonzalezlucas@gmail.com

Compás de pizarra.
Museo Andaluz de la Educación

“Apoyá en el quicio de la mansebía” es el arranque de esta reseña y el inicio de una de las coplas más famosas compuesta por Manuel Quiroga, Rafael de León y Salvador Valverde. Es un comienzo que podría haber cantado cualquier compás que habitara la orilla de aquellos estanques verdes llamados pizarras. El verso habría sonado un poco diferente, algo así como “Apoyao en el quicio de las horas muertas”. A la meretriz y al Compás los une su condición de objetos, las manos de un hombre y el tiempo en forma de espera.

El compás es un instrumento de dibujo que encierra algo mágico en su propia estructura. Durante la etapa de EGB su presencia era meramente figurativa, la geometría estaba al final del temario y sus minutos de gloria dependían de la velocidad de enseñanza del maestro o maestra de turno.

Siempre me he preguntado cómo llegó a ser un regalo estrella en las comuniones y quizás la respuesta esté en su cuerpo, sencillamente sofisticado. El conjunto de regalos que se atesoraba después de estas celebraciones daría para un análisis mucho más dilatado, producto de una mezcla que contuviese lo místico, lo religioso y lo elitista; por un lado, el mensaje devoto que representa el crucifijo y el nuevo testamento y, por otro, el compás como símbolo masónico de organizaciones secretas que levantaron catedrales durante la Edad Media. En ninguno de estos ámbitos las mujeres tuvieron acceso a cargos de importancia y su entrada y participación dependía de los hombres que configuraban estos espacios.

La música tiene compás y el compás tiene la posibilidad de generar su propio mundo. El compás puede trazar una circunferencia que lo contiene, lo engulle y lo limita. De limitaciones está el mundo lleno, de roles prefijados y de tareas pendientes y pertinentes. Cuando este espacio se inunda, la circunferencia pasa a ser círculo, el espacio adquiere entidad y establece un perfil para definir a la persona. Nuestro mundo se llena de estereotipos y de estigmas. Estilos de vida adquiridos por hombres versus estilos de vida asignados a la mujer. Lo científico, lo técnico y lo transformador pertenecía a un universo masculino que construía un futuro en el que las mujeres permanecían encerradas en sus pequeños círculos.

En esa cantidad de tiempo tan efímera en la que cabe el hoy, parece que la diferenciación por sexos en las carreras profesionales empieza a caer, se está convirtiendo afortunadamente en una frontera cada vez más difusa. Cabe pensar que los logros conseguidos encierran el peligro de un mundo que utiliza sus propios escombros para generar cosas nuevas. Si la materia prima es la misma, el cambio se producirá en la forma no en la esencia. Puede que nuestro mayor reto sea nombrar lo nuevo y no cambiarle el nombre a aquello que ya existe y, también puede que nuestro mayor reto sea dejar de combatir la taxonomía con sofisticadas clasificaciones. Si el lenguaje evoluciona, pero el mundo no cambia, estamos desperdiciando el porvenir que custodian las palabras.

La historia que no se cuenta está llena de mujeres que fueron capaces de romper el cerco, sacudirse el contenido de su círculo y cuestionarse su identidad en un espacio que ni les pertenecía ni las reconocía. Salir fuera a preguntarse quién soy, en un clima de extrema inseguridad, es una tarea mitad filosófica mitad titánica. La filosofía presocrática buscaba el arjé de todo lo conocido. Aquellas mujeres redujeron los márgenes del universo al contorno de su piel buscando los principios y fundamentos para entender el origen de su propia existencia. 

Mucho antes de escribir todo lo anterior imaginé tres escenarios para fotografiar:

1. Un compás con una falda de tutú apoyado sobre el quicio de una pizarra.
2. Un compás cuyo brazo para dibujar acabara en un pintalabios. 
3. Una circunferencia dibujada con tiza en la que el compás hiciera las funciones de las manecillas de un reloj.

Terminé desistiendo, y lo hice porque me di cuenta que lo importante de este proyecto era la luz contenida entre las múltiples contradicciones a las que me enfrentaba en esas imágenes. Para hablar de la educación femenina necesitaba utilizar una falda y un pintalabios… no había conseguido salir de mi propio círculo, estaba tan encerrado en él como las mujeres de aquella época.  

Así que opté por utilizar las palabras como martillo, derribé el muro, me pinté los labios, me puse el tutú y dancé sobre el papel sin tener en cuenta el tiempo. 

Lo que usted acaba de leer es un baile que partió de los estereotipos para terminar liberándose de ellos.