CINEMATÓGRAFO

               ESA MÁQUINA PARA VER A ESTRELLAS

                              COMO BETTE DAVIS

Valeriano Durán Manso

Universidad de Sevilla

valerioduran@us.es

Cinematógrafo.
Museo Andaluz de la Educación

Los proyectores de cine consiguieron plasmar las imágenes en movimiento. Este objetivo, tan ansiado por los pioneros de la fotografía y por otros muchos inventores en la segunda mitad del siglo XIX, finalmente se consiguió. El 28 de diciembre de 1895, en el Salon Indien del Grand Café del Boulevard des Capucines, de un París plagado de artistas, pintores y músicos, se realizó la primera proyección pública. Tras esta exitosa experiencia, el nuevo invento quedó atribuido a los hermanos Auguste y Louis Lumière, en detrimento de otros pioneros como Thomas Alva Edison, quien había creado en 1889 el kinetoscopio. La experiencia compartida de ver las imágenes en movimiento gracias a un proyector, como defendían los Lumière, se antepuso a la experiencia individual que caracterizaba al aparato de Edison. Este fue el inicio de un invento que dio lugar pocos años después a una industria de sueños y de estrellas.

A través de las imágenes proyectadas, especialmente de películas de ficción, los espectadores vieron el mundo mucho más cerca, descubrieron otras realidades posibles, se emocionaron con los personajes de la literatura universal que fueron trasladados a la pantalla, se comprendieron mejor a sí mismos gracias a los temas que se planteaban, y disfrutaron, en definitiva, de un espectáculo asequible de enorme influencia popular. La presencia de las mujeres en la industria del cine fue notable y visible desde el principio, especialmente a través de las actrices. De la etapa muda, las más queridas y admiradas por las espectadoras, tanto en Estados Unidos como en otros países –debido a la rotunda influencia que la industria de Hollywood ha tenido a nivel global-, fueron Theda Bara, Mary Pickford, Gloria Swanson, Clara Bow o Louise Brooks, entre otras.

. A pesar del éxito que tenían, sus carreras quedaron truncadas con la llegada del cine sonoro a finales de los años 20, dando lugar a un nuevo y muy fructífero star system. Con la excepción de Greta Garbo, quien había protagonizado películas mudas, se convirtió en la principal estrella del celuloide y se retiró en 1941 a la temprana edad de 36 años, las carreras de las actrices de su generación se prolongaron hasta las décadas de los 70, 80 e incluso 90. Marlene Dietrich, Joan Crawford, Barbara Stanwyck, Katharine Hepburn y Bette Davis, dominaron el panorama desde principios de los 30, y gracias a ellas las espectadoras pudieron tomar como referentes a las mujeres independientes que interpretaban en las películas que protagonizaban. Secretarias, empresarias, periodistas, cantantes, abogadas, maestras o actrices, entre otras muchas profesiones, se plasmaron por primera vez en el celuloide a través de ellas. Sin duda, la capacidad del proyector para mostrar a las mujeres en roles diferentes a los tradicionales era inabarcable.

Mi abuela Sabina era muy cinéfila. Nació en 1917, justo el año en el que nació también Joan Fontaine, la inolvidable protagonista de la inquietante Rebeca (Rebecca, Alfred Hitchcock, 1940) y la hermana de la también actriz Olivia de Havilland, otra de las más emblemáticas del Hollywood clásico. Su predilecta era Bette Davis. La elección era curiosa, pues Davis siempre se caracterizó por encarnar a mujeres sin escrúpulos, o directamente perversas, que no dudaban en anteponer cualquier cosa con tal de obtener aquello que deseaban. En escasos filmes, Davis interpretó el prototipo de chica buena –quizá en algunos de sus inicios-, o participó en comedias donde sonreía con bondad y no porque hubiera conseguido uno de sus turbios objetivos. Sin embargo, lo que sí se aprecia en casi todos sus personajes es el deseo por no conformarse con lo socialmente establecido, por crecer profesionalmente y por triunfar en un mundo donde los hombres llevaban la batuta. Mi abuela, tan distante como prudente, era una mujer de carácter.

Le gustaba ser independiente y no parecer la clásica abuela que daba de merendar a diario a sus nietos y los recogía en el colegio; de hecho, nunca lo hacía. Quizá por ello admiraba a la protagonista de Jezabel (Jezebel, William Wyler, 1938), La loba (The Little Foxes, Wyler, 1941) o Eva al desnudo (All Bout Eve, Joseph L. Mankiewicz, 1950). Aunque la literatura ya había plasmado a numerosos personajes similares –La loba está basada en la novela homónima de Lillian Hellman-, el proyector de cine permitía visualizarlas y conocerlas a través de actrices que ponían su cuerpo y su alma en ellas.

Televisión Española (TVE) hizo posible que estos títulos fueran emitidos cuando habían pasado varias décadas desde su estreno. Esta iniciativa televisiva hizo posible el anhelado reencuentro entre las espectadoras y sus actrices preferidas. Bette Davis contó con varios ciclos desde los 70, de manera que cuando vino a San Sebastián en 1989 para recoger en el Premio Donostia a toda su trayectoria fue recibida con honores de estrella, pues tanto el público más maduro como el más joven, la conocía gracias a su frecuente presencia en la pequeña pantalla. Así fue como siendo un niño la conocí. Su aspecto ya frágil por la grave enfermedad que padecía –falleció solo dos semanas más tarde-, y su arrolladora personalidad fumando sobre el escenario, aún permanecen en mi retina.

Posteriormente, su presencia en diversas películas emitidas en ¡Qué grande es el cine! (La 2, 1995-2005) me permitió aprender más sobre el cine clásico. La sintonía del programa era el célebre tema ‘Moon River’, de Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s, Blake Edwards, 1961), y sonaba mientras se proyectaban imágenes de varios de los seres de ficción femeninos más representativos de la historia del cine, como La reina Cristina de Suecia (Queen Christina, Rouben Mamoulian, 1933), Casablanca (Casablanca, Michael Curtiz, 1942) o Gilda (Gilda, Charles Vidor, 1946). Con Greta Garbo, Ingrid Bergman y Rita Hayworth, respectivamente, se evidenciaba la capacidad del invento de los Lumière para plasmar unos personajes femeninos que contribuyen a la más absoluta diversidad y que causaron admiración en mi abuela materna.