CALENTADOR DE PIES

DESDE EL FUEGO DEL HOGAR PARA EL APRENDIZAJE

  ESCOLAR. PROCURANDO CUIDADOS MATERNALES

Juan Francisco Cerezo Manrique

Museo Pedagógico de Otones

 jfcm@usal.es

Calentadores de pies.
Museo Andaluz de la Educación

“Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales. Es la clase…”.

Esta descripción que hiciera Machado en su poema Recuerdo infantil, junto a otras que se podrían aportar de los regeneracionistas, sobre el aula de clase en los primeros años del siglo XX, bien pudiera servir para caracterizar las condiciones ambientales de muchas de nuestras escuelas rurales hasta, al menos, los años centrales de la centuria pasada. Centros a los que no alcanzaría el remozamiento de las construcciones escolares de la dictadura primorriverista y de la Segunda República. En efecto, desde el punto de vista climático, puede afirmarse que un buen número de estas escuelas, ubicadas mayoritariamente en el campo, estaban muy alejadas de cumplir los requisitos mínimos de acondicionamiento calorífico y, por tanto, del grado de bienestar que exigían los procesos de enseñanza aprendizaje.

En muchos de estos lugares, como nos recuerdan no pocos visitantes de nuestro Museo Pedagógico, era una estufa central de leña, estufita, diríamos mejor, la que tenía que proporcionar calor y cierta comodidad a los escolares. Esto solo se conseguía para los ubicados en los pupitres más cercanos al punto de emisión de calor o si se solicitaba permiso a la maestra o al maestro para acercarse a la estufa y calentarse las manos, al menos, para poder seguir escribiendo y hacer las tareas escolares.

Nuevos planes de construcciones escolares, ya en la primera década de la segunda mitad del siglo XX, remediarían en parte la situación introduciendo y generalizando sistemas más eficaces de calefacción, como el muy extendido de tipo gloria que expandía el calor a través de conductos bajo el solado del local escolar.

Por tanto, desde la propia experiencia y desde la manifestada por nuestros visitantes se puede aportar la evidencia de que las deficientes condiciones climáticas del interior de muchas clases dificultaba el aprendizaje e, incluso, podía poner en riesgo la salud de los niños y niñas. Ante esta situación, habitual en las regiones del centro y del norte del país, se van a arbitrar soluciones provisionales, rudimentarias, pero efectivas, como la de complementar la calefacción escolar con braserillos o calentadores de pies que los propios escolares traían de sus casas.

A este respecto nos remitimos a la definición que de este utensilio nos ofrece el Museo Pedagógico de Aragón que lo caracteriza como una “caja metálica que se utilizaba para contener brasas encendidas y dar calor, que se colocaba entre los pies de los escolares. La tapa y las paredes están perforadas para facilitar la combustión y la salida del calor. Tiene un alambre con un refuerzo de madera que servía de asa. En el interior hay una bandeja con un asa también metálica para depositar las brasas y recoger las cenizas más cómodamente”.

Explicitado el contexto escolar en el que se utiliza el calentador de pies, hemos de preguntarnos, a continuación, por la relación que mantiene este artefacto que acabamos de describir con la sensibilidad femenina y con la educación y cotidianidad de las mujeres. Desde la perspectiva de análisis que venimos siguiendo, como es la de utilizar los recuerdos propios personales y los colectivos expresados por los visitantes de mayor edad al museo, digamos que la relación es variada y diversa. Por una parte, facilitaba unas condiciones mínimas de bienestar para poder realizar los aprendizajes propios de la etapa escolar, condiciones ambientales de las que se beneficiaba, igualmente, tanto la educación de los niños como la de las niñas. Por otra, y ya desde el ejercicio de su función maternal, las mujeres participaban, también, en la elaboración casera de estos útiles escolares seleccionando, tal vez, de las latas de conservas de pescado, aquellas que mejor se adaptasen a los requerimientos de su finalidad, diseñando los motivos que componían su decoración o, incluso, encargándose de todo el proceso de elaboración.

De la misma forma, mayoritariamente, eran también las mujeres las que asumían la responsabilidad cotidiana de encender, a horas muy tempranas, la lumbre, el fuego del hogar. Habitualmente ubicado en la cocina, se convertía en el lugar central de la casa, en el más acogedor, en el que se vestía a las niñas y a los niños, y en el que se recibían las primeras muestras de cariño, de ánimo y de motivación para emprender la jornada escolar. Para ello, se revisaba la cartera o el cabás en los que se guardaba el cuaderno, la enciclopedia y el resto de útiles necesarios. Se preparaba el desayuno y se desayunaba, y, finalmente, la madre concluía con estos rituales cotidianos disponiendo el calentador de pies con las ascuas ya hechas para proporcionar más calor y menos humo, sabedora desde su especial sensibilidad que con estos cuidados contribuía a neutralizar los efectos negativos del frío en los aprendizajes de sus hijos.

En ocasiones y, sobre todo, cuando los escolares eran de muy corta edad, las madres acompañaban a sus hijas e hijos a la escuela para evitar que sucedieran incidentes peligrosos durante el trayecto, particularmente, cuando niños y niñas volteaban sus braserillos para que no se apagasen las brasas o, simplemente, para jugar.

Creemos, en consecuencia, que queda acreditado el compromiso de las mujeres con la educación, también, a través de estos modestos objetos escolares en los que, igualmente se aprecian el cuidado y sensibilidad femenina.