HORARIO DE ESCUELA DE NIÑA
EL TIEMPO ESCOLAR EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX.
UNA LECTURA EN CLAVE DE GÉNERO
Horario de escuela de niña.
Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva
Los museos pedagógicos son espacios sugerentes para despertar la memoria de infancia. El contacto con libros, cuadernos, objetos y materiales escolares hace avivar un sinfín de sentimientos y emociones (Álvarez, 2013), que permiten reflexionar, desde la añoranza, sobre el paso del tiempo, los recuerdos de la niñez y la formación recibida. Más allá de la nostalgia, buceando en el recuerdo, aparecen escondidos rituales escolares, biorritmos institucionales, códigos de conducta, reglas, lenguajes y mensajes educativos que nos acercan a la consideración social de la infancia y su educación en un periodo histórico determinado.
La pieza que motiva la escritura de esta reseña es un horario escolar femenino del primer tercio del siglo XX. Este objeto quizá sea uno de los más importantes para conocer cómo era ordenada la vida de las niñas en la España de aquellos años. La infancia ha marcado sus ritmos diarios en función del horario de la escuela. Los cronosistemas que organizan la vida escolar —el calendario y el horario— dejan huella en los biorritmos de los niños en sus primeros años de vida, cambiando su sociabilidad afectiva. Con la entrada a la institución escolar, el colectivo infantil experimenta una nueva vivencia del tiempo, teniendo que acomodar sus relojes familiares y personales a los de la escuela (Escolano, 2018).
La semana y el día marcarán en el horario escolar la organización no solo de la vida dentro de la escuela, sino también fuera de ella. Esta distribución del tiempo infantil, que aparece en España en el siglo XIX, condicionará el devenir de las actividades cotidianas, imponiendo lapsos de actividad, reposo y ocio (Le Goff, 1991).
La planificación rigurosa del tiempo invita a pensar sobre la importancia que se ha dado en la escuela a lo largo de la historia al orden temporal, a la disciplina y al rendimiento. El cronos de la escuela ha operado de forma silenciosa en la educación corporal y sentimental de la infancia. Sin embargo, lo ha hecho de forma distinta para hombres y mujeres. Es incuestionable que las mujeres han tenido una experiencia histórica diferente a la de los hombres. El tiempo ha marcado formas distintas de ordenar sus experiencias. Un tiempo, condicionado a su vez por la desigual frecuentación de espacios interiores y exteriores —asignados por la división sexual del trabajo—, que ha favorecido formas distintas de vivir, percibir y concebir la temporalidad (Ballarín, 2001).
Tres tiempos (y en muchos casos solo dos) marcarán la vida cotidiana de la infancia femenina española en el primer tercio del siglo XX: el tiempo doméstico, el tiempo libre y el tiempo escolar. Las niñas que pudieron asistir a la escuela vieron condicionadas sus actividades cotidianas por el tiempo escolar, a pesar de que los aprendizajes formales no diferían demasiado de lo aprendido fuera del aula. Desde el plano político y social, la escuela será concebida para las pequeñas como un espacio intermedio entre lo público y lo privado. Ir a la escuela suponía alejarse físicamente del contexto familiar y entrar por unas horas en el espacio público. Sin embargo, en el contexto escolar se seguía trasmitiendo para ellas la cultura de lo privado.
En este tiempo escolar, cuya duración aproximada era de cinco horas al día, había tres momentos esenciales. El primero de ellos se relacionaba con las entradas y salidas de la escuela. Aunque se trataba de lapsos cortos de tiempo, en ellos se recuerdan diversas actividades. La despedida/recibimiento de las familias, el recorrido diario de ida y vuelta de casa a la escuela, los juegos y la sociabilidad espontánea con los iguales antes y después de la jornada escolar, son acciones emotivas recordadas por las mujeres, especialmente por aquellas de clase popular, conocedoras del valor que tenía aquel camino a la escuela para ellas (Sonlleva, 2018).
Un segundo momento estaba marcado por el tiempo de trabajo en el aula. Con disciplina, las niñas realizaban en este horario tareas instructivas bajo la atenta mirada de la maestra. La distribución del tiempo atendiendo a la importancia de las materias y su dificultad aseguraba el orden y la regularidad. El horario de mañana, especialmente apropiado para el trabajo intenso, estaba destinado a actividades de lectura, escritura, gramática, cálculo y religión. Otros contenidos más prácticos, vinculados con la geografía, la geometría, la historia sagrada, los trabajos manuales o la gimnasia, serían programados en horario de tarde.
En este horario femenino es reseñable el peso de los tiempos dedicados a la instrucción religiosa (catecismo, historia sagrada, religión y oraciones). Este tipo de enseñanzas reforzaban la instrucción moralizante de las mujeres y el interés por dotarlas, como futuras esposas y madres, de una formación adecuada a su género.
En cuanto a la duración de los ejercicios y las actividades, los tiempos oscilaban entre los 10 y los 30 minutos, con breves pausas entre actividades y tiempos de descanso. Vemos de esta forma cómo en los horarios escolares de finales de la década de 1920, como el que se muestra en la pieza, existen claros indicadores de modernización y respeto por los criterios higienistas en el diseño del cronograma escolar (Escolano, 1993). Pero, también, cómo en la escuela no había tiempos muertos e inútiles. La jornada escolar estaba orquestada para cumplir con los objetivos propuestos y asegurar la eficacia de los planteamientos institucionales (Vázquez, 2007). Precisamente, los descansos marcarán el último de los tiempos que consideramos destacable en la jornada escolar femenina: el tiempo de recreo. Era el momento de liberarse de la disciplina de trabajo y descansar. Este tiempo favorecía la espontaneidad de las niñas, la diversión, la imitación a través del juego simbólico de las conductas y acciones de las mujeres adultas y la comunicación y la socialización con la infancia del mismo sexo. Sin embargo, estas actividades estaban condicionadas por la atenta mirada de la maestra, encargada de la domesticidad de las pequeñas (Sonlleva, 2018). La reiteración de la misma secuencia de actividades durante la semana escolar reforzaba el sentido litúrgico de la educación tradicional. Una educación, que dejó un recuerdo imborrable para las niñas sobre la importancia y el valor del tiempo
Referencias bibliográficas
Álvarez Domínguez, Pablo (2013): Educar en emociones y transmitir valores éticos: un desafío para los Museos de Pedagogía, Enseñanza y Educación. Educació i Història, 22, 93-116.
Ballarín Domingo, Pilar (2001): La educación de las mujeres en la España contemporánea (siglos XIX-XX). Madrid: Síntesis educación.
Escolano Benito, Agustín (1993): Tiempo y educación. La formación del cronosistema. Horario en la escuela elemental (1825-1931). Revista de Educación, 301, 55-79.
Escolano Benito, Agustín (2018): Emociones & Educación. La construcción histórica de la educación emocional. Madrid: Visión Libros.
Le Goff, Jacques (1991): El orden de la memoria. El tiempo como imaginario. Barcelona: Paidós.
Sonlleva Velasco, Miriam (2018): Memoria y reconstrucción de la educación franquista en Segovia. La voz de la infancia de las clases populares (Tesis doctoral). Valladolid: Universidad de Valladolid.
Vázquez Recio, Rosa María (2007): Reflexiones sobre el tiempo escolar. Revista Iberoamericana de Educación, 42(6), 1-11.