JAULA DE PAJARILLOS

          EL CASTIGO DE LOS PEQUEÑOS BENGALÍES

Maria Celi Chaves Vasconcelos

Universidade do Estado do Rio de Janeiro – UERJ
Programa de Pós-Graduação em Educação – Proped

maria2.celi@gmail.com

Jaula de pajarillo.
Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva

La condesa Chantal Josèphe Hedwige Marie Sabine d’Ursel, nacida el 18 de junio de 1902 en Middelkerke, Flandes Occidental, Bélgica, cuenta en su autobiografía que fue educada en casa por una institutriz, práctica que desarrollaban las élites de la época a principios del siglo XX. Entre los recuerdos que guardaba de la maestra, la condesa destacaba su manía enciclopédica, su amargura constante, su melancolía y, sobre todo, la forma en que, considerándose una pedagoga “moderna”, evitaba el castigo físico, optando por el castigo moral, que estaba muy de moda en la época (Deroisin, 1997).

Tales prácticas educativas utilizadas por la institutriz eran totalmente aprobadas por sus empleadores, el padre de la condesa, el duque Robert Marie Léon d’Ursel, y la madre, Anne Françoise Marie Sabine Franquet de Franqueville. Sin embargo, los recuerdos de la condesa sobre la institutriz elegida para su educación están llenos de experiencias traumáticas, que mantuvo durante su larga existencia, hasta su muerte en mayo de 1987, en la propiedad de Le Brusc, Côte d’Azur, Francia, a los 84 años.

Entre los recuerdos de la condesa, uno especial se refiere a la jaula de pajarillos, generalmente colocada en las salas de estudio, e incluso en las aulas, en esa época. No fue diferente en el palacio de los condes, y en la sala donde los niños recibían sus lecciones había varias jaulas con pájaros que les hacían compañía durante sus horas de estudio. Este hecho combinaba con la preferencia de la institutriz por la aplicación de un castigo moral, cuya pena no se imponía directamente a quien cometió la falta, sino que, por responsabilidad de ésta, otros soportarían las consecuencias, dando un refinamiento de culpabilidad al sufrimiento de los aprendices.

Así, la institutriz ejerció sus prácticas modernas de usar castigos morales, a través de lo más querido por los niños, aplicando penas por los errores cometidos por ellos a las mascotas de la condesa y sus hermanos. De esta forma, los pájaros, pequeños bengalíes que vivían en jaulas colgadas de las paredes o suspendidas del techo, eran las víctimas predilectas de la preceptora, y por cada falta cometida, por cada “mala acción” o error que percibía, la maestra castigaba a los niños decretando que sus pajarillos favoritos muriesen de hambre y sed, pareciendo saborear la expresión de dolor y angustia que veía contenida en sus rostros: “Adorables bengalíes rojos cuya vivacidad me agradaba durante las largas horas de clase, los mataba con sed y hambre… (…), mientras me miraba, de reojo, con una sonrisa malvada”, relata la condesa (Deroisin, 1997: 134).

Especialmente, las institutrices de las niñas tenían un cargo casi exclusivo sobre sus «pupilas». Debieron ahorrarles toda preocupación a las madres, que sabían lo que pasaba entre ellas y sus institutrices, pero justificaban todos los excesos con la teoría incuestionable en la época de que “los niños son difíciles”, y, en el caso de las niñas, eran necesarias institutrices y gobernantas para educarlas y, sobre todo, inculcarles principios que las hagan buena hija, madre, esposa y ama de casa. Además, las madres aprobaban las actitudes de las institutrices, considerándolas “buenos principios pedagógicos”, especialmente cuando los aplicaban preceptoras extranjeras experimentadas, en particular alemanas, inglesas y francesas, nacionalidades preferidas para el desempeño de esta función (Vasconcelos, 2005).

Según Deroisin (1997), algunas preceptoras tenían una manía enciclopédica cercana al fanatismo y, debido a este comportamiento, eran considerados las más preparadas. Este es el caso de Madame de Genlis, cuyo nombre era Felicite du Crest de Saint-Aubin (1746-1830), hija de una familia acomodada de Borgoña, y educada en el castillo de Saint-Aubin, donde estudió literatura y música, hasta la ruina de su padre, cuando se casó, a los dieciséis años, con el marqués de Sillery. Madame de Genlis, descrita por Deroisin (1997), tenía una manera única de educar, que aplicó a los tres hijos del duque de Orleans. Su pedagogía consistía en enclaustrarse con los niños en un pabellón de palacio, del que sacaba juguetes, muñecos y juegos, introduciendo en su lugar lecciones sin un momento de descanso: lectura en voz alta, cursos de italiano, inglés, alemán entremezclado con latín, griego, geometría y leyes.

En cuanto a los niños nobles, sin duda, se cometieron los mayores excesos, según las perspectivas de lo que serían en el futuro, pues se entendía entonces que la acumulación y diversidad de conocimientos produciría adultos más preparados.

Según varios relatos, las institutrices inglesas parecen haber sido las más temidas, lo que también podría indicar que eran las más severas, aunque la crueldad no se relacione con ningún estereotipo femenino, sino, sobre todo, con la creencia de que esa era la mejor y más “moderna” educación. Desde esta perspectiva, la mayoría de las preceptoras utilizaban el castigo físico como práctica de corrección, algunos de los cuales eran inusuales, como, por ejemplo, arrojar candelabros a la cabeza de los niños cuando estaban distraídos en clase, dejarlos sin calcetines ni zapatos en un frío cercano a 20 grados bajo cero o apoyado contra una pared blanca bajo un sol de 40 grados (Deroisin, 1997). Sin embargo, ver morir de hambre y sed a los pajarillos, atrapados en sus jaulas, parece mucho más aterrador y difícil de olvidar que cualquier otro castigo, demostrando que las jaulas de los pájaros, además de contener una odiosa práctica de atrapar animales, aún podían ser utilizadas de una forma exagerada y cruel.

Los castigos y la muerte de los pequeños bengalíes narradas en las memorias femeninas ligadas a las preceptoras y sus prácticas educativas confirman una época en la que los testimonios de bondad y competencia pedagógica aparecen, desafortunadamente, por veces, como una excepción.

Referencias bibliográficas

Deroisin, Sophie (1997): Petites filles d’autrefois. Paris: Api.

Vasconcelos. M. Celí C. (2005): A casa e os seus mestres. A educação no Brasil de oitocentos. Rio de Janeiro: Gryphus.