BASTÓN DE MAESTRA
Bastón de maestra.
Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva
La arqueología de la cultura material atraviesa un tiempo interesante. Algunos, algunas historiadoras celebran el retorno de los objetos tras el giro hacia el discurso y los signos del pasado siglo XX (Olsen, 2010: 21). Hasta hace bien poco los objetos han sido vistos como sobras, como algo no esencial en la existencia de la vida social, o como textos para ser leídos. Recuperar la sensación y percepción del objeto, su materialidad más allá de su textualidad, puede ayudarnos a encontrarnos con el mundo de un modo menos finalista o utilitarista. Mi visión, sin embargo, en este texto, no puede sustraerse a esta intersección entre los vínculos humanos y los objetos. Detenerme ante el objeto que he elegido, me hace pensar de algún modo cómo este, en interacción con los seres humanos que lo usaron -o lo pudieron haber usado-, ha servido o puede servir para dar forma a experiencias, memorias y vidas. Un trabajo de observación y análisis que, incluyendo la materialidad objeto, trata de entender qué fue ese bastón para la maestra -que no conozco- y que es hoy para mí.
Cuando lo veo, en mi pantalla de ordenador bidimensional hay una dimensión más allá de la referida al volumen que no me deja aprehenderlo en su plenitud. No puedo tocarlo, olerlo, ver su tamaño real, pasar mi mano por él para saber del tacto rugoso o delicado, o su cambio de textura de una parte a otra del mismo: quizá la empuñadura sea más lisa y suave en contraste con el resto, quizá huela a una madera fragante todavía o huela a la maestra que lo usó, o a su perfume, o quizá al armario que lo albergó contaminado de otros olores.
Como no tengo un conocimiento profundo de los árboles, me cuesta saber si es un bastón de roble, de nogal, de pino, de abedul. No sé dónde ejerció la maestra, por ello desconozco la materia sustrato que lo hizo nacer y que probablemente no estaba lejos de la Escuela. Hay algo que me informa de su procedencia, esos innumerables nudos que salpican la parte más vertical, lo cual me hace pensar en un árbol joven, pero quizá me equivoque mi ignorancia sobre árboles. Tiene una pequeña grieta en la parte superior y tal vez me diga que no estaba del todo seca la rama cuando se talló. Ello me lleva inevitablemente a mi experiencia de niña tratando de buscar ramas rectas, nada fácil en la naturaleza si una se pone a ello, cuando yo jugaba a ser india y hacía flechas en compañía de mi padre y de mi abuelo.
Es un bastón que no oculta su origen, la materia natural de la que procede, probablemente un árbol de la cercanía de la escuela. Y ello me lleva a la inevitable interpretación del origen humano y su uso: quizá la maestra encontró la rama en uno de sus paseos por el campo, por el bosque cercano, esa rectitud de la rama es envidiable y quizá eso le llamó la atención, así como la suerte de la curvatura para poder hacer la empuñadura, pues creo ver que no hay unión alguna. Y en la casa de la maestra, o en las tardes al aire libre de un otoño cálido, o en los momentos de ocio, fue haciendo de la rama escogida, un lugar donde apoyarse. Quizá fue un regalo del padre o el abuelo de una alumna o un alumno. O de su madre o su abuela. Quizá, la percepción de su fragilidad hizo a sus vecinos ofrecerle un objeto de apoyo, de cuidado, de sostén.
El bastón, ya despegada de la materialidad del objeto, me vincula a la madurez y a la autoridad, probablemente por ello he elegido este objeto. La madurez del cuerpo mayor femenino ha sido o bien invisible en la representación simbólica de las mujeres, o bien vista en sus aspectos más negativos desde el punto de vista social. Asociado el cuerpo mayor femenino a través de los cánones patriarcales al declive y la fealdad, me gusta, a través del bastón, unirlo a autoridad. El bastón de mando, el bastón como símbolo de dignidad, de fuerza, de poder, de conocimiento. No sé si nuestra maestra usaría el bastón como apoyo o autoridad, pero esa unión da como consecuencia, en mi proyección, sabiduría. Porque las maestras sabían, y el saber de una mujer -siempre temido a través de multitud de imágenes mitológicas desde la Esfinge a Eva- se ha permitido en nuestro país probablemente sólo en el magisterio.
Mi madre, América, fue maestra no por vocación, sino por exclusión. En unos terribles años cincuenta donde las mujeres con ansias de saber eran excluidas de todas las profesiones de la administración pública cuando se casaban, humilladas a una minoría de edad jurídica, social y mental, mi madre abandonó los estudios de derecho tras un bachiller de siete años -siete años de latín, que dominaba a la perfección- para elegir la única profesión que le permitiría seguir cerca del conocimiento: el magisterio. Ejerció, como maestra – “nacional “, como ella señalaba con orgullo- desde los pueblos más recónditos de la provincia de Ourense, donde tenía que saltar en marcha del tren, hasta los complejos barrios periféricos de grandes ciudades gallegas en proceso de industrialización. Cuando era pequeña me llenaba de gozo ver a hombretones esbozar la mejor de sus sonrisas y abrazar a mi madre con inmenso agradecimiento en aeropuertos, juzgados y hospitales porque ella, ella, había sido “su maestra”.
Nunca llegó a usar bastón, se murió de repente, antes de que su cuerpo comenzara a doblarse. A través de ese bastón, con nudos, humilde, rural, puedo ver la autoridad ganada a pulso de mujeres que han supuesto la apertura al conocimiento de muchas generaciones humildes de este país.
Referencias bibliográficas
Olsen, B. (2010): In defense of Things. Plymouth: Altamira Press.