MIMEÓGRAFO. MÁQUINA

          DE IMPRESIÓN

Eduardo Ortiz García

Centro de Recursos, Interpretación y Estudios de la Escuela de Polanco (Cantabria, España)

crieme.polanco@educantabria.es

Mimeógrafo.
Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva

La implantación de un sistema nacional de educación en España en las primeras décadas del siglo XIX fue un avance social cuyo alcance nos es difícil valorar adecuadamente ahora, desde nuestra perspectiva de comienzos del siglo XXI. Hasta entonces, poner los medios para que alguien llegara a ser una persona instruida era una responsabilidad no asumida por la Administración, y algo inalcanzable para la mayor parte de la población. Pero, a partir de esa época, instruir, alfabetizar, ya se convirtió en un objetivo de la progresivamente más compleja organización administrativa española.

Esa instrucción, al ser en sus inicios muy básica, no dejaba apenas margen para diferenciar entre los contenidos que debían recibir los niños y los que debían recibir las niñas, ya que todos usaban los mismos carteles colgados de las paredes del local donde se instruían (el abecedario y el silabario y las cuatro reglas) y similares catecismos. Solo variaba, como en el Antiguo Régimen, la duración de la etapa de escolarización, que en el caso de las niñas solía ser algo más reducida y limitarse al dominio de la lectura y no al de la escritura.

Sin embargo, la loable asunción de la tarea de alfabetizar a niños y niñas por parte del Estado no conllevó en sus inicios la dedicación de muchos medios económicos. Así, habrá que esperar hasta 1902 para que los sueldos de los maestros y maestras se incluyan en el presupuesto general del Estado, hasta la década de los treinta de ese siglo XX para que existan planes ambiciosos de construcciones escolares y hasta comienzos de ese mismo siglo para que exista una industria dedicada a la fabricación y comercialización de utillaje escolar específico y de manuales escolares diversos.

Los manuales escolares, en efecto, se van convirtiendo en unos recursos cada vez más habituales en las escuelas españolas en los inicios del XX y hasta bien mediado ese siglo. Y en ellos sí que la intención de que la educación sea diferente para los niños y para las niñas se comprueba con mucha facilidad.

Sin embargo, ya en los años cincuenta y sesenta, y debido al renacer en España de la preocupación por utilizar métodos de aprendizaje eficaces, que incluían la progresiva desaparición de la educación diferenciada, ya no valía con los primitivos carteles colgados de las paredes del aula del XIX ni con los posteriores manuales escolares, desgastados de tanto ser usados, de la primera mitad del siglo XX. Se precisaba, evitando la lenta tarea de copiar cada niño o niña lo que iba dictando el profesor en voz alta, dar individualmente a cada alumno materiales escritos que se consideraban importantes para la lección que se estaba estudiando o, también, llevar las preguntas de los exámenes ya impresos en la hoja.

Así, fueron apareciendo en los centros escolares diversos medios para realizar multicopias, convirtiéndose la preparación de ellas en una tarea habitual del profesorado.
Aparte de las multicopistas que se iban comercializando, en los centros escolares se usaron otros ingeniosos métodos más modestos para realizar cantidades considerables de copias de un original, como la multicopista de gelatina y el limógrafo.

La multicopista llamada de gelatina usaba una mezcla de cola de pescado, glicerina, azúcar y agua que absorbía la tinta de lo escrito en un cliché para, posteriormente, impresionarse sobre las hojas de papel que se colocaban sobre ella.

El limógrafo, ya usado por Freinet, fue también conocido en España con el nombre de vietnamita, por ser el medio usado por la guerrilla del Vietcong para imprimir octavillas durante la Guerra de Vietnam (1965-1975). En España tuvo su época de auge en las décadas de los años sesenta y setenta, como medio de elaboración de propaganda clandestina contra el régimen de Franco. Sin embargo, en los centros escolares también estuvo extendido su uso. Con un aspecto parecido a los actuales escáneres de sobremesa, su funcionamiento consistía en una tela fina sujeta a un marco abatible, mediante unas bisagras, sobre una plancha lisa. Se colocaba como cliché, sujeto con esparadrapo bajo la tela, un papel que se había perforado con una máquina de escribir a la que se le había quitado la cinta. Se iban colocando una a una las hojas en blanco sobre la plancha y, al pasar un rodillo entintado por encima de la tela, la tinta se introducía por los huecos del cliché y se impresionaba el papel.

Pero fueron las multicopistas, que se fabricaron por diversas casas comerciales y que funcionaban usando elementos del limógrafo y de la imprenta, las que más agilizaron en los centros escolares la realización de copias de materiales diversos para el alumnado.

La multicopista (denominada también mimeógrafo o ciclostil) utilizaba un cliché, específico para ellas, que se perforaba con la máquina de escribir y se enrollaba sobre un tambor entintado que giraba sobre los folios que la propia máquina iba desplazando sincronizadamente desde el montón colocado en una bandeja. Al principio, todo el mecanismo, como el mimeógrafo de la imagen, se accionaba manualmente mediante una manivela, para posteriormente fabricarse multicopistas que funcionaban mediante electricidad.

Durante unos años, existieron unos copiadores automáticos de clichés, para aparecer por último las multicopistas que realizan todo el proceso (copiado y reproducción) automáticamente. Junto con la fotocopiadora, la multicopista ha sido elemento imprescindible de las actividades didácticas de los centros escolares desde hace ya muchas décadas.

[1] “¿Qué destacaría por encima de todo? En La Población, pequeña concentración de dos unidades con 22 o 24 niños cada aula, en un entorno especial a orillas del Pantano del Ebro… sacamos a la luz un hermoso libro: El Pantano del Ebro y sus pueblos, escrito e ilustrado completamente a mano, por el cual el Ministerio de Educación nos concedió un premio en metálico con el que nos dimos el lujo de comprar un ordenador… Lo de tener ordenador en la escuela fue un salto muy grande; sólo cuatro años antes, en Solórzano, usábamos una `fotocopiadora´ hecha por nosotras mismas, consistente en un molde de hacer bizcochos de tamaño A4, que contenía gelatina y cola de pescado, en el que se presionaba un primer folio calcado con la ficha que previamente habíamos elaborado, por supuesto, a mano. Sobre ello, poníamos el papel y presionábamos hasta que el calco desparecía por el uso.” (Julia Román Nieto. En VV.AA., 2006: 349-350).

Referencias bibliográficas

Capel Martínez, Rosa María (coord.) (1982): Mujer y sociedad en España (1700-1975). Madrid: Ministerio de Cultura. Dirección General de Juventud y Promoción Socio-Cultural.
Capel Martínez, Rosa María (1982): El trabajo y la educación de la mujer en España (1900-1930). Madrid: Ministerio de Cultura. Dirección General de Juventud y Promoción Socio-Cultural.
Escolano Benito, Agustín (dir.) (1992): Leer y escribir en España: doscientos años de alfabetización. Madrid. Salamanca: Fundación Germán Sánchez Ruipérez / Ediciones Pirámide.
Escolano Benito, Agustín (dir.) (1997): Historia ilustrada del libro escolar en España (2 vol.). Madrid. Salamanca: Fundación Germán Sánchez Ruipérez / Ediciones Pirámide.
VV.AA. (2006): Vidas Maestras 2005. Santander: Consejería de Educación de Cantabria.
VV.AA. (2009). Vidas Maestras 2008. Santander: Consejería de Educación de Cantabria.