EL METRO DE COSTURERA

Dolores Carrillo Gallego

Centro de Estudios sobre la Memoria Educativa
Universidad de Murcia

carrillo@um.es

Metro de costura.
Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla

El metro de costurera es un objeto que se relaciona con una actividad considerada, tradicionalmente, como femenina: la costura, las labores.

Hasta el siglo XIX, las enseñanzas en las escuelas de niñas se limitaban al catecismo y las labores. Desde la Ley Moyano (1857), las labores fueron una materia que diferenciaba el currículo femenino del masculino, tanto en la educación primaria como en la formación del magisterio; posteriormente, también en la educación secundaria. Incluso en la Escuela Superior del Magisterio (1909), además de las especialidades de Ciencias y de Letras, había una de Labores que solo podían cursar las mujeres.

El metro de costurera es una cinta métrica de hule o de plástico, flexible para ajustarse al cuerpo al tomar las medidas, mientras que el metro del carpintero es rígido, para medir con mayor precisión las paredes y la madera.

Suele estar graduado en centímetros, con una longitud de 150 cm., numerados en orden creciente por una cara y decreciente por la opuesta: los dos extremos podían utilizarse como origen de la numeración. Los diez primeros centímetros están divididos en milímetros. Es un instrumento centenario que puede adquirirse todavía y que mantiene el mismo diseño.

Este objeto sugiere una actividad femenina que proporciona prestigio: ser capaz de realizar prendas de ropa de calidad. Las personas del entorno, las vecinas, acuden a la mujer que sabe cortar un vestido, unos pantalones, una blusa. Además, ser costurera era una profesión remunerada. Y una imagen de esa profesión es el metro de costurera, siempre colgado al cuello, siempre a mano para controlar la anchura uniforme de los dobladillos, la colocación de los botones y los ojales.

Lo he observado en mi madre, que confeccionaba prendas de todo tipo, incluso pantalones y trajes; y los vestidos de novia de sus hijas y sus sobrinas. A ella acudían las vecinas y las amigas para consultar el diseño del vestido y que se lo cortara.

Se utilizaba un procedimiento bastante elaborado y que yo percibía como un ritual. Primero, había que tomar las medidas de la persona a la que se destinaba la prenda: el ancho de espalda (de hombro a hombro), los contornos del pecho, de bajo el pecho, de la cintura, de la cadera; y en vertical, desde el hombro, la altura del pecho, de la sisa, la de la cintura, la espalda, el largo de la falda, la entrepierna (para los pantalones), y el largo de manga, el ancho de manga, el puño. Un rito que incluía apuntar esas medidas en esquemas del cuerpo.

Con esos datos, teniendo el cuenta el diseño elegido para la prenda, se cortaba la tela. Si era un diseño complicado se hacía primero en papel de seda, aunque, en general, no era necesario. Se ponía la tela doblada para que el lado derecho y el izquierdo fueran simétricos; sobre ella se iban marcando las medidas tomadas.

La flexibilidad de la cinta métrica permitía encontrar la mitad de una medida (por ejemplo del ancho de espalda o del brazo) o la cuarta parte (del contorno de cintura o cadera) simplemente doblando la cinta. También permitía encontrar fácilmente la suma y la diferencia de dos medidas, utilizando los dos extremos de la cinta.

Sobre esas marcas, con jaboncillo, se dibujaba el contorno de la pieza; En ese contorno se realizaba un hilván flojo para marcar el otro lado de forma simétrica al dibujado. Llegaba el momento crítico de cortar la tela (había que santiguarse con las tijeras antes de comenzar), dejando un margen para la costura.

Con las piezas cortadas, se desdoblaban los dos lados cortando el hilván flojo entre las dos telas.

Ya podía empezarse la costura hilvanando las piezas en su sitio y rezando para que el resultado fuera el previsto.