MANUALES DE URBANIDAD

              PARA NIÑAS

SABERES FEMENINOS: Cartilla moderna de Urbanidad, 1928

Erika González García

Universidad de Granada

erikag@ugr.es

Cartilla Moderna de Urbanidad, 1928.
Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva

El día 26 de agosto de 1928 permiten que se edite la Cartilla Moderna de Urbanidad. Jaime Pons, censor, fue el encargado de revisar este manual por si contenía algún comentário que atentara contra la religión cristiana. En este sentido, observamos cómo la urbanidad está controlada por la iglesia católica. El presente manual consta de diez capítulos dedicados a la buena educación, del acto de levantarse y del aseo, la educación en la calle, en el colegio, en la mesa, en las visitas y en el templo, entre otros. Los objetivos que se persiguen alcanzar con esta enseñanza están encaminados a contribuir a la formación de la personalidad y los buenos hábitos de las niñas, formarles en sus deberes familiares, sociales y escolares e inculcarles sentimientos cristianos y morales. En esta cartilla se encuentran ejemplarizadas, por medio de ilustraciones, las virtudes que se consideraban propias de “las niñas bien educadas” en contraposición de las que no eran adecuadas, las de “la niña mal educada”. Algunas de las virtudes que se reflejan están relacionadas con el amor y respeto hacía los compañeros y hacia el maestro, el cariño, el patriotismo, la obediencia, ser recatada, etc.

La escuela, como la sociedad en general, demandaba de las niñas docilidad y dulzura, cualidades que entendía que les servirían para hacerles comprender mejor sus obligaciones y para hacerlas más queridas a los ojos de los demás. La costura, el silencio, la compostura, docilidad, dulzura, conocimientos prácticos y normas morales, serán los contenidos que tendrán que asimilar para satisfacer las necesidades de otros, no las suyas. Tenemos que tener en cuenta que los manuales escolares son un recurso revelador de las creencias de la época en que fueron elaborados y puestos en práctica.

El acceso progresivo de los diferentes grupos sociales a la alfabetización fue muy diferente. El de las mujeres, como es lógico pensar, fue especialmente lento, ya que no estaba reconocido su derecho a recibir una instrucción que contemplara la lectoescritura. Por eso, hasta mediados del siglo XIX fueron pocas las niñas escolarizadas y menos alfabetizadas, se dio una atención preferente a las labores de la aguja y a la memorización del catecismo.

Desde los primeros niveles educativos, la atención y recompensas que las mujeres y los hombres recibían por el logro de determinados aprendizajes relacionados con esta mentalidad reforzaban un concepto de identidad y de valía personal muy diferente, según estuviera dirigido a alumnos o a alumnas.

Pero la verdadera lección que aprendían las niñas de su manual de instrucción, cualquiera que fuera la materia, era el papel subordinado de la mujer en el orden social. El apartado de los buenos modales se ocupaba de los gestos sociales que denotaban obediencia, modestia, … Con la costura se dejaba claro que sus principales ocupaciones tenían que ver con la aguja, incluso las explicaciones gramaticales reiteraban el mensaje de jerarquía entre los sexos. La imagen aduladora que se da de la mujer como modelo de amor, de compasión, de sensibilidad, no dejaba de abundar en los textos, como se puede comprobar en esta cartilla de urbanidad.

En general, los libros utilizados por y para las niñas diferían mucho, tanto en contenido como en ideología, entre niños y niñas. Indicaban los roles que tenían que adoptar de acuerdo con la definición social que se había dado a cada sexo; y en función de ello, se ponían de manifiesto y se asignaban los caracteres, obligaciones… que contribuían a configurar la propia personalidad. Libros de nociones de economía doméstica, urbanidad, formación moral, …junto con higiene doméstica, se convirtieron en asignaturas centrales del currículo de estudios femeninos desde que las niñas se incorporaron a una educación escolarizada.