EL CARRILLÓN DE MARÍA
Carrilón de láminas. Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva
El carrillón de láminas toma su nombre de un antiguo instrumento compuesto por grandes campanas que normalmente se situaban en grandes edificios como iglesias o ayuntamientos. Las campanas estaban afinadas formando una escala y percutiendo sobre ellas, directa o indirectamente, se hacían sonar diferentes melodías. Este carrillón ha sustituido las campanas por láminas metálicas de distinto tamaño que se corresponden con las notas musicales de una escala y se percuten con unos pequeños macillos denominados baquetas. El carrillón de láminas es un instrumento fácil de tocar y para el que no se requiere una técnica instrumental muy compleja. Dada su simplicidad y el sonido afinado y agradable, este tipo de piezas instrumentales comenzaron a comercializarse como juguetes y con la llegada de los aires de renovación pedagógica de la escuela nueva y su influencia en la educación musical, podíamos empezar a verlos en determinadas escuelas.
María era una niña distinta, o al menos eso era lo que siempre le decía la hermana Justina: – ¡Siempre en las nubes, María! ¿es que no te has dado cuenta de que se te ha desenhebrado la aguja y estás dando puntada sin hilo? ¿por qué no puedes ser como las demás y prestar atención a la labor? – Pero lo cierto es que a María le importaban poco las jaretas, los festones o los sobre hilados. Aquello le aburría tanto… No sabía por qué, pero siempre que estaba en la escuela, realizando cualquier tarea repetitiva, su cabeza y su oído se iban de paseo. Un pájaro que piaba en el árbol cercano a la ventana, los repiques de las campanas del ángelus que precedían al repique de maitines, el zumbido de una mosca que se había quedado atrapada tras el cristal, el roce del hábito de la hermana cuando se acercaba a revisar el trabajo de otra compañera… todos esos sonidos, ya fueran uno por uno o formando un paisaje perfectamente orquestado, eran más interesantes que aquello que la hermana había dispuesto para ese día. A María le encantaba escuchar a su madre cantar mientras estaba haciendo las faenas de la casa y también a las monjas del coro del convento cercano. En los momentos de hastío o aburrimiento todos esos sonidos guardados como pequeños tesoros en su cabeza, volvían a cobrar vida en su imaginación. Un día, la hermana Teodora le ordenó organizar los materiales de un viejo baúl que encontraron en un armario de la escuela.
El baúl estaba lleno de objetos muy diversos: un pizarrín medio roto, unos tinteros de distintos tamaños y colores, juegos de reglas de madera, diferentes plumas de dibujo, cajitas de latón… todo estaba medio roto y cubierto de una densa capa de polvo… y entre todos esos objetos, encontró uno que le llamó especialmente la atención. Parecía una escalerita de láminas ordenadas de mayor a menor tamaño y dispuestas sobre un pequeño trozo de madera. Siguiendo un impulso, María golpeó con su uña una de las láminas. El sonido era cristalino, pero muy débil. Estaba segura de que podría sacar un sonido más claro y definido si utilizaba algún objeto diferente. Pensó en las plumas y decidida percutió la madera de una de ellas contra una de las láminas de ese pequeño artilugio. Esta vez el sonido tenía más cuerpo y presencia. Pensó que, seguro que entre todas las cosas que había en el baúl, podría encontrar algo más adecuado con lo que tocar esas láminas. Rebuscando hasta el fondo, encontró dos palitos terminados en una pequeña bolita de madera. Y entonces, comenzó a dejarse llevar. Probó a tocar las láminas en orden, desde la más larga a las más corta. Después, hizo lo mismo, pero al revés, comenzando desde la más pequeña hasta la más grande. Se dio cuenta de que las láminas pequeñas tenían sonidos muy finos y agudos, mientras que en las más largas los sonidos eran más graves. Le encantaba la pequeña melodía que brotaba cuando dibujaba líneas horizontales con los palitos recorriendo de un solo golpe todas las láminas de aquel instrumento. En seguida descubrió que en ellas se guardaban melodías conocidas, tan sólo era necesario descifrar el orden en que debía hacer sonar los diferentes trozos de metal. Aquello no tenía fin. Cuando se dio cuenta se había pasado más de dos horas delante de aquel instrumento y no había organizado nada de lo que había en el baúl. La hermana Teodora la iba a matar, pensó. Al momento apareció la monja – ¿todavía anda todo esto así, María? Si llevas horas aquí metida…- Entonces María comenzó a hacer sonar el pequeño instrumento con una de las melodías que el coro de monjas solía cantar. La hermana Teodora se quedó boquiabierta y avisó al resto de monjas y profesoras para que pudieran disfrutar del pequeño concierto improvisado. Desde aquel día, María fue nombrada alumna-música y tocaba su instrumento para avisar cuándo salir al recreo, llamar a la oración o indicar el momento de vuelta a casa. Pero sus funciones no sólo se reducían a eso, también solía amenizar los momentos dedicados a las labores. Las hermanas pensaron que, si María se dedicaba a tocar su instrumento en vez de a coser, no perderían a una gran costurera, sino que ganarían una notable instrumentista.